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Viaje literario por el Parque

Resultará sorprendente la presentación del viajero que traemos este invierno a nuestra sección. Todo un premio Nobel: Camilo José Cela (1916-2002). Sí, nuestro novelista gallego, quien, como todos saben, escribió Viaje a la Alcarria y colaboró en la guía Campsa para promocionar el turismo nacional. Pues bien, en un relato, más bien una estampa lírica de apenas tres páginas, nos describe sus emociones y sensaciones de Almería.

La ocasión debió ser el recibimiento a una delegación de artistas indalianos a Madrid, posiblemente durante la década del cincuenta, con motivo de una de las varias exposiciones que Jesús Pérez de Perceval realizó en la capital, pues al final de esta semblanza (párrafos 8 y 9) el narrador (Cela) invita a un brindis en honor a esta representación almeriense coreando «los tres hurras de ley».

El relato se titula Breve visión de Almería y se publica en el volumen Balada del vagabundo sin suerte y otros papeles volanderos (Austral, 1973). Una primera versión se publicó en Cajón de sastre (Eds. Cid, 1957), retomando el título del primer periodista español, aragonés de Alcañiz, Francisco Mariano Nifo, Cajón de sastre literario o percha de maulero erudito,(1783). Ocupa el penúltimo lugar de la Balada; iniciada en Salamanca, continuada en Béjar, Guadalajara, Tomelloso, Padrón, hasta llegar a Alicante y desde aquí a los dos últimos relatos andaluces: Almería y Cádiz.

 

Fotos: Acantilados cerca de Cala Carbón © OM

Nos interesa la Breve visión de Almería. Ocupa 10 párrafos de distinta extensión y nos ofrece una mirada desconcertada: por un lado, el recuerdo de una visión infantil, desnuda, primigenia y al mismo tiempo insuficiente, insegura, como si temiera no acertar con la forma literaria adecuada que recoja lo esencial de Almería.

En varios momentos duda: «No sirven los ojos...», «No bastan los ojos...», «Tierra para ser vista y ser narrada despacio...», hasta el punto de concluir la última línea (y último párrafo) con esta confesión: «Nada más sabe decir el enamorado cronista».

Pero ¿qué nos ha dicho en los 9 párrafos anteriores? Al comentario y registro de estos párrafos dedicamos el resto del Viaje.

Comienza aludiendo a una visión infantil (real o inventada) para ganarse la voluntad del lector:

«La remota memoria de Almería, de la bella y desnuda Almería, es algo que el cronista lleva muy dentro del alma y muy pegada a los pliegues más hondos del corazón».

Debemos precisar que esa «Almería» no es la capital. Cela apunta a la provincia, al paisaje, como buen heredero del paisajismo del «98» (Azorín, sobre todo). Paisaje que conecta con lo más profundo del ser humano: alma y corazón, los sustantivos que señalan la sacudida emocional del «cronista».

Ganado el paisanaje, queda certificar que la estocada es profunda y se suceden una serie de enumeraciones, mediante paralelismos, que tratan de describir esa emoción del alma, casi una experiencia mística. El rodeo del lenguaje, en este caso mediante símiles, ofrece una visión caleidoscópica:

«fuerza por cobrar densidad, por tomar cuerpo, por sentirse real y verdadera presencia, por dibujarse y delimitarse, como un objeto, como un ser vivo concreto: como una dorna navegando sobre las aguas azules, como un olivo que duerme su ancestral y plateada placidez, como un lingote de oro, un niño que canta, una mujer que anda casi sin pisar, grácil como la gacela, saltarina igual que el vientecillo suave».

Los paralelismos sintácticos refuerzan el intento del observador por reflejar una realidad que se le escapa y que solicita del lenguaje el esfuerzo por atrapar lo inasible: una impresión, una emoción, un sentimiento, una experiencia que le desborda.
El resto de los párrafos certifican el shock del novelista ante la realidad «Almería». ¿Por qué? Porque Almería es misterio y arte:

«No sirven los ojos de todos los días [...] para entender la hermética Almería»; «tierra misteriosa y subreal, país del hombre como contrapunto...», etc. Más abajo: «No bastan los ojos de todos los días, ni aun los diarios ojos del alma, para entender esta Almería que es preciso intuir, como una obra de arte».

A continuación proyecta la historia sobre el presente e imagina lo que todos sabemos de Andalucía: lugar de paso, trasiego de civilizaciones, cosmopolitismo y aceptación e integración de nuevas culturas beneficiosas para nuestro desarrollo. Leamos al premio Nobel derrochando su fogosidad meta-erótica:

«Almería, que se presenta pobre y desnuda como una amante virgen de los tiempos antiguos, se entrega a quien la enamora, con la agria dulzura de las nuevas novias, bellas de una belleza que hay que descubrir a diario, ricas de una riqueza que a diario hay que tasar, rendidas de un rendido amor que, día a día, ha de alimentarse».

A partir de aquí comienza la semblanza más orgiástica que pueda imaginarse de adjetivos y sustantivos para estar a la altura de tanto matrimonio entre el amado (Cela) y la amada (Almería).

Rodalquilar se insinúa en este párrafo: «Con su corazón de oro, [...] Almería, desde el borde de la mar, sonríe como siempre sonrío la primera novia»; el párrafo siguiente (el séptimo) os dejo que descubráis, lectores, a qué se refiere, lo reproduzco íntegro:

«Cabeza de puente de todas las primeras culturas, Almería, vía de penetración de los viejos conocimientos que habrían de formar España, guarda, quizás demasiado celosamente, su misterio que queremos que se nos entregue, porque, de vuelta ya de tantos y tantos fallidos Eldorados, hemos adivinado que la nueva tierra de promisión se apoya en el cabo de Gata para asomarse al mar»

A partir de aquí se trata de inventar un pasado atractivo para el turismo internacional y así apela a un origen británico de los pobladores de esta costa, sigamos leyendo:

«Tierra para ser vista y ser narrada despacio, mosaico del oro del gran jaquelado español, Almería empieza [...] a querer asomarse un poco hacia adentro, hacia la tierra difícil y que tanto la ama, dando, no más que ligeramente, la espalda a la mar latina, por donde los corsarios ingleses desembarcaron para, a las diez generaciones, o a las cien, mantener el apellido y firmar un cuadro indaliano con el nombre del mismo que antes adornó un estandarte de pirata».

Se está refiriendo a la asociación entre el apellido Perceval (del pintor indaliano) y el caballero de la mesa redonda del rey Arturo que buscó incansable el santo Grial.
Finaliza Cela arrebatado ante tanta belleza buscando todavía una definición precisa de Almería: «la bella durmiente de la orilla mediterránea», «pujante, descansada, fresca, con ganas de pelea y, lo que es más importante, de triunfo».
Lo curioso es el brindis final de Cela, al que también nos sumamos nosotros para concluir, aludiendo al presente, al pasado y al futuro:

«Por la Almería de su infancia primera, por la mejor Almería, la de hoy, por la Almería de mañana, que es como la herencia del hijo mayorazgo de un virrey y de una princesa de leyenda, el cronista levanta su copa y canta los tres hurras de ley.
Nada más sabe decir el enamorado cronista».

Nuevamente el pasmo y el silencio del cronista ante tanta belleza, arte, historia, leyenda y misterio juntos.

Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque