Home
El Eco
Noticias
Juridico
Senderismo
Conocer
Planos y mapas
La Asociacion
Estatutos
Enlaces
Contacto
Casas rurales, hoteles, cortijos,
y otros servicios
en el Parque

Visita nuestros Patrocinadores
  Camisetas de la Asociación
Diferentes tallas, modelos y colores
Descúbrelas
y cómpralas
 
Síguenos en

Sitemap

Aviso legal
Política de cookies
Política de privacidad

Webdesign: espacioazul.net

 
 
 
 

Viaje literario por el Parque

Beatriz Torres García (Antas, 1961) ha pasado por el Parque de puntillas, ha instalado su tienda, ha tendido su cuerpo sobre la arena y ha dejado que sus sentidos palpiten con la naturaleza. Después de la ducha, la ropa, el aseo del cuarto, la cena de los niños y el sueño de Morfeo, se ha sentado ante su ventana y ha dejado volar libre su fantasía y su imaginación.

Este es el resultado:
Digamos que la cala del Carnaje se encuentra defendida por la punta de La Polacra y resulta un paraje de especial protección, en el Área de Reserva Integral. (véase A vista de pájaro, Julián, El Eco del Parque nš 29, 2003). Leamos los siguientes comentarios descriptivos: Playa perteneciente al Parque Natural Marítimo Terreste de Cabo de Gata-Níjar. Recientemente ha sido declarada Reserva de la Biosfera. Playa de Cala del Carnaje - Recóndita playa frecuentada por pescadores con caña y a la que se accede caminando un largo trecho por caminos de tierra. Entre La Isleta y Rodalquilar encontraremos algunas calas de acceso más difícil, pero muy tranquilas y agradables, como son la del Carnaje o la del Barranco Negro.

CALA CARNAJE

Las piedras y el agua.
La luz y la palmera.
Gaviotas en el aire.
Barcos en la mar.
La orilla de piedras negras.
La ola las cubre y las hace rodar.
Viene la ola sola
y suena la piedra y el mar.
Ahí está todo,
sin haber hecho yo nada.
Salvo mirar…
y dejar entre las piedras
unas pieles de naranja.

 

Foto: Cala Carnaje, © MA

El poema rinde un homenaje a tanta belleza y pertenece a Paisajes de una tribu (Mojácar, 1999). En su brevedad queremos resaltar las cualidades líricas de su autora. En primer lugar lo esencial y primitivo de su descripción; en segundo lugar, la sencilla reflexión y, finalmente, la ironía. Son tres planos distintos sobre una misma realidad. La descripción presenta: “piedras, agua, luz, palmera, gaviotas, aire, barcos, mar, piedras, olas”; La reflexión dice: “Ahí está todo”; la conclusión irónica no se hace esperar: “sin haber hecho yo nada”. El sujeto lírico “yo” se inserta en un verso definitivo entre un adverbio negativo: “nada” y una preposición negativa “sin”. La naturaleza está ahí antes del “yo”, y el encuentro desencadena la reflexión de este sobre su nimiedad y su mansedumbre ante la magnificencia de la misma: “Salvo mirar…”.

¿Y la ironía? Los dos últimos versos cotidianizan la experiencia desplegada en el poema: la dulzura de la piel de la fruta contrasta con la dureza del camino recorrido: las piedras.
Aquel “yo” magnífico que visualiza la naturaleza y la nombra con palabras esenciales, se sorprende del poder creador de la (su) mirada y su insignificancia. Ante ello, la experiencia irónica concluye con la cotidiana y popular tradición de arrojar cáscaras de frutas al mar, al río, a la corriente, a lo que fluye bajo nuestros pies y no sabemos darle un nombre. Ya Lorca arrojaba limones redondos al río Guadalquivir. Un cuarto plano, metaliterario, se proyecta sobre este final del poema. Esta referencia intertextual nos lleva a comentar la curiosidad de que el libro, largamente madurado, sólo presente como emblemas de autoridades “magistrales” reconocidas a dos grandes y admirables poetas lusitanos e ibéricos: Fernando Pessoa y José Saramago. La poesía castellana se presenta bajo unos versos de Rosalía de Castro. ¿Acaso nuestra poeta almeriense quiere establecer un diálogo con la lírica galaico-portuguesa? Muy lejos de nuestra intención establecer tal vínculo. Nuestra poeta limita al norte con la poesía de la experiencia (véanse lo títulos). Una poesía realista, que nombra lo que canta, que se implica e involucra desde una perspectiva ética que se propone como enigma al lector. Ella dice: ahí está el poema, déjate sugerir por las imágenes y descubre. Además conecta con el gusto por el libro, concebido como un todo. Estructurado en cuatro partes, como otras tantas vidas yuxtapuestas: Antas, Alemania, Ucrania, el hogar familiar.

En este breve poema, inspirado en una cala del Parque, las realidades impregnan y dominan al ojo y éste se subyuga ante lo que ve. Las manos entonces derraman cáscaras de naranja, humilde homenaje del cuerpo entregado a una naturaleza limpia que lo posee. La mirada figurativa podemos descubrirla en la primera estrofa. Parece un cuadro, una marina, hasta percibimos la escena en perspectiva: mar y piedras en el centro, en primer plano la palmera (simbólicamente: el oasis), arriba, las gaviotas y el sol (la luz) y al fondo, sobre el mar, rielando entre la luz y el agua, unos barcos se balancean en la línea del horizonte. Afuera, y sobre la melodía de los dos versos siguientes (suena la piedra y el mar), que, aislados, recrean el encuentro definitivo entre estos elementos, se sitúa el yo contemplativo, extasiado y arrobado ante la belleza de la naturaleza. Ese roce constante determina el posicionamiento del “yo”, insignificante, pero no indiferente. Cualquier gesto, a estas alturas, resulta decisivo. Beatriz Torres conecta con la ética de la naturaleza y el arte:

Y dejar entre las piedras
unas pieles de naranja.

El silencio de la escena y el título del poemario nos establece otras claves líricas, que no sabemos si operan en el nivel consciente, pero que remiten a José Ángel Valente y su ensayo Palabras de la tribu.

Miguel Galindo