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Viaje literario por el Parque

Pedro Felipe Sánchez Granados (Albox, 1949), catedrático de Lengua y Literatura en el IES J.Ibáñez Martín de Lorca (Murcia), poeta y narrador, ha compuesto un grupo de microrrelatos incluidos en el volumen colectivo Microrrelato en Andalucía, (Huércal-Overa, Batarro, 2007). Digamos que Batarro junto a la editorial Arráez (Mojácar, dirigida por Juan Grima), representan dos grandes centros de edición actualmente en la provincia y gracias a sus esfuerzos, desde ese noreste tan necesario, se alumbran algunas oscuridades de nuestro sur mágico. En esta acertada apuesta de Batarro, su editor, Pedro M. Domene, presenta una selección de los escritores más destacados en este breve género en prosa, siendo de señalar las aportaciones de narradores y poetas reconocidos como: Manuel Talens, Fernando de Villena, Felipe Benítez Reyes, José Manuel Benítez Ariza, entre una nutrida nómina.

Pero a nosotros nos interesa por ahora Sánchez Granados, porque incluye un mini relato con el título: «El oro de Rodalquilar». Nos parece una concisa muestra de la maestría del autor, la inspiración literaria del geoparque y la necesaria sensibilidad para ofrecernos una muestra de la poética que, desde Juan Goytisolo y José Ángel Valente en adelante, merece una atención especial, en cuanto síntoma fecundo del diamante que resiste sugiriendo creaciones literarias tan ajustadas al tono y al tema, como la que reproducimos aquí.


Foto: Mina de oro de Rodalquilar © MA

 

A través del recorrido por sus párrafos nos adentramos en los valores culturales del Parque Natural: la inspiración literaria del Cortijo del Fraile (Nijar), las huellas de la riqueza minera, ahora convertidas en parque temático (Rodalquilar), y la industria cinematográfica gracias a su agreste paisaje y la espléndida reverberación de la luz (San José, el Castillo de los Escullos, Las Negras).

Es la metáfora del tiempo inútil que engendra ruina. La metáfora de la propaganda vacía del franquismo pregonando las excelencias de la inversión capitalista, especular y espectacular, en la extracción de riqueza de su propio suelo: «la única en Europa en explotación activa de este mineral». Decíamos especular por su capacidad para ocultarse en el espejo y al mismo tiempo presentarse como espectáculo: «que convirtieron este lugar mágico en una sucursal del Lejano Oeste». Asistimos a la crónica anunciada de todo un sistema de explotación bajo la dictadura de Franco, que ahora Pablo, el protagonista, simboliza mediante su recuerdo al final de la misma: «A veces siente la sensación de vergüenza por haberse convertido, sin quererlo, en el último testigo de la muerte de una época que ya nunca volverá a ser como antes». Sin duda los esfuerzos del desarrollo capitalista bajo los tecnócratas, durante los años sesenta, nos dejaron este magnífico ejemplo de propaganda barata para la nostalgia y el olvido. Cuando Pablo, la memoria viva de esa época, desaparezca, se evaporarán los sueños de una burguesía mediocre que fue incapaz de competir en el mercado europeo. El fracaso lo pagaron los mineros que tuvieron que emigrar con su familia, con esos niños que ya no vocearán más por las calles de Rodalquilar, liberados de las cadenas de un filón de pacotilla, sino que se educarán en Argelia, Cataluña, Francia o Alemania. Si primero fue la explotación del mineral, y el consiguiente cierre posterior de las minas, como demuestran en la actualidad esas ruinas, ahora se trata de la explotación del turismo. Es decir, el ocio: «El sol camina hacia el poniente, mientras Pablo reúne a los viajeros desperdigados para emprender, otro más de los días que pasan sin sentido, el regreso a la costa».
Aquí lo esperamos. Gracias Batarro.

Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción
del Eco del Parque

Agradecemos a Pedro M. Domene la autorización para la reproducción íntegra del microrrelato.

* * *

El oro de Rodalquilar

El paisaje reluce como un ascua de luz bajo el sol aplastante del mediodía. Hace apenas dos horas han partido de San José, en la costa, y ahora realizan la primera parada en el Cortijo del Fraile. Allí, Pablo Algarra explica la vieja historia de una joven que abandona a su novio la noche anterior a la boda, para escaparse con un primo del que andaba enamorada. En el microbús, la refrigeración mitiga algo la fuerza del calor. Fuera, de nuevo en ruta, las piedras reverberan bajo una calima de plomo derretido. Por las ventanillas del vehículo, el mismo paisaje polvoriento, donde malviven las pitas con alzavaras junto a la pista de tierra que serpentea entre barrancos pelados.

Pablo enfila hacia la sierra, vigilando que el vehículo no se atasque en los baches de tierra suelta que alguna vez labraron las lluvias torrenciales y esporádicas. Mientras, su imaginación retrocede a un tiempo ya lejano, sin microbuses ni turistas, a los años de la Compañía empeñada en extraer de las roquedas desoladas los restos, cada vez más escasos, del oro inmemorial. La mina, presentada con orgullo por el Régimen como un timbre de prestigio: la única de Europa en explotación activa de este mineral.

Más adelante, una nueva parada en el poblado, hoy restos abatidos, donde vivieron él y sus antepasados. Allí se explaya sobre la vida diaria, la algarabía antigua de niños por las calles, la alegría del sobre semanal.

Después, ocurre lo mismo de siempre: la imagen brillante recordada por la imaginación se borra de pronto, y ante sus ojos reaparece la desolación y la ruina de las casas desvencijadas, la pátina de herrumbre de las vigas al aire, el jaramago entre las grietas de las paredes.
Más tarde, en la cima de la montaña, frente al mar, las instalaciones de la mina imponen su presencia: los docks, las trituradoras, las cubas, el paisaje rosa de los detritus… Allí cuenta este antiguo trabajador el postrer episodio, entre lúdico y doloroso, de la vida minera: el de las películas americanas de cuando cerró la empresa, que convirtieron este lugar mágico en una sucursal del Lejano Oeste. Pablo tuvo que hacer de cowboy para seguir viviendo.

Y siempre saca, en una pirueta de final de viaje, y como por arte de magia, ante la curiosidad o el tedio de los viajeros, un ajado recorte de periódico y una foto, transformado él mismo en mejicano de frondosos bigotes, junto a Yul Brinner. A veces siente la sensación de vergüenza por haberse convertido, sin quererlo, en el último testigo de la muerte de una época que ya nunca volverá a ser como antes.

El sol camina hacia el poniente, mientras Pablo reúne a los viajeros desperdigados para emprender, otro más de los días que pasan sin sentido, el regreso a la costa.

Pedro Felipe Sánchez Granados