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Las barrillas

Foto: Planta completa y frutos de barrilla, © JB

 

Con nombres tan diversos como barrillas, salaos, bojas, zaguas, salaíllas o volantines se denomina en esta comarca a un extenso grupo de plantas de diferentes géneros (Salsola, Halogetum, Salicornia, Sarcocornia, Suaeda o Atriplex), todos ellos pertenecientes a la familia botánica de las Quenopodiáceas: son las conocidas como plantas barrilleras, que marcaron todo un periodo de nuestra historia.

Estas plantas ocupan zonas ruderalizadas sobre suelos ricos en sales, tanto costeros como de interior, y utilizan el viento para polinizarse y dispersar sus semillas, careciendo de flores llamativas y pasando desapercibidas la mayor parte del año. Pero, llegado el otoño, muchas de ellas se transforman, cubriéndose de frutos con alas de colores tan llamativos y brillantes que parecen flores, y durante unos meses tiñen terrenos olvidados y malmirados de púrpura, rosa o blanco. Estas plantas barrilleras, para poder captar el agua de los suelos salinos donde viven, concentran diferentes sales solubles de sodio y magnesio en hojas y tallos, constituyendo una magnífica fuente de obtención de sosa.

¿Y para qué la sosa? Desde muy antiguo la sosa ha sido necesaria para la elaboración de jabones y vidrio. Ya los egipcios la usaban, aunque su fuente principal eran las costras salinas de algunos lagos. Fue en la época de la expansión musulmana cuando comenzó el gran auge de la fabricación de sosa a partir de las cenizas de plantas barrilleras. Para la fabricación de vidrio se calentaba en horno la sosa junto con arena de playa o cuarzo triturado y calizas. Para el vidrio más fino se usaba la barrilla de mayor concentración en sosa. En la fabricación de jabón se mezclaba la barrilla con grasas ya usadas, produciéndose un jabón duro empleado para lavar la ropa y otros usos.

¿Cómo se extrae la sosa? La producción de sosa de barrilla era un proceso complejo, básicamente un horneado, en el que maestros barrilleros fabricaban un horno, lo llenaban de plantas barrilleras y las quemaban a fuego lento. El proceso podía durar entre 28 y 48 horas. Del cuidado y experiencia del maestro, dependía el conseguir una buena materia prima o desperdiciar toda la ceniza. El resultado eran grandes bloques de un material rico en sosa (carbonato sódico) al que denominaban metal. Éstos eran divididos en porciones de 200 a 300 kg para su comercialización.
En tiempos de los moriscos, las barrillas eran plantas que se cultivaban junto con cereales, de forma que si el año era seco y la producción cerealista no era buena, las plantas barrilleras asegurarían, al menos, un mínimo de ingresos para subsistir ese año.

A lo largo del siglo XVIII y parte del XIX esta actividad fue muy productiva y enriqueció a los empresarios del sureste de la península. En Almería, la producción de plantas barrilleras fue habitual en zonas de secano, como los Campos de Dalías, Sorbas, Tabernas, Níjar, etc. La sosa de barrilla fue muy demandada a nivel internacional, hasta que hacia la mitad del siglo XIX aparecieron nuevos métodos más productivos y desligados de las plantas. A partir de ese momento su comercialización disminuyó drásticamente, quedando exclusivamente para consumo local, con lo que toda la cultura e industria barrillera fue poco a poco cayendo en el olvido.

En la actualidad el jabón que se elabora de forma artesanal suele emplear sosa cáustica proveniente de procesos industriales y ya nada dependientes de estas plantas, que aún siguen ahí… y quién sabe, algún día podemos volver a necesitarlas. La conservación del amplio patrimonio vegetal es algo que no debemos ni podemos olvidar.

Jardín botánico El Albardinal