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Viaje literario por el Parque

La presencia del escritor que ahora ocupa nuestras páginas ha sido nombrada, insinuada y citada en números anteriores de El Eco del Parque. Se trata de Juan Carlos Rodríguez Gómez, Catedrático de Literatura de la Universidad de Granada. Filósofo, ensayista, narrador, cronista taurino, aficionado al buen fútbol, amante del teatro y sus estrenos, pero ante todo pensador...Y autor de un magnífico libro que viene a propósito con los actos conmemorativos en torno al IV Centenario de la Publicación del primer Quijote. El libro se titula El escritor que compró su propio libro (Debate, 2003, galardonado con el I premio de Ensayo Literario Josép Janés). Desde aquí queremos tributarle un sencillo homenaje a su autor (el profesor Rodríguez Gómez), a la obra cervantina (el tema de su libro) y a Carboneras (ocasional lugar de redacción del primer manuscrito).

Juan Carlos viene visitando nuestras costas desde hace algún tiempo. Durante los calurosos meses de julio y agosto hemos visto su lenta transformación de profesor universitario en albatros levantisco; si agotado del curso académico, aún más ameno conversador, mientras atardecían las refrescantes noches de julio entre las terrazas del concurrido bar Flores y la ventilada esquina del bar La Frontera, compartiendo sus proyectos literarios, incluidos sus viajes a otras universidades. Uno de ellos fue este libro, que venía redactando «a salto de mata» desde los primeros años del siglo. Con paciencia y constancia fue dando forma a un largo ensayo. Casi 500 páginas dedicadas a este monumento literario -la historia de Don Quijote- y a su sabio autor -Miguel de Cervantes-.

Foto: Playa de Carboneras e Isla de San Andrés, © MA

La tesis se enuncia en el título. La interpretación ingeniosa, radicalmente histórica, nos ofrece la imagen de Cervantes apostando fuerte por la literatura y abriendo un horizonte narrativo nuevo: la novela moderna. En efecto, tras escribir los primeros capítulos a modo de novela corta y no sabiendo Cervantes cómo continuar, pero obligado por la necesidad de comer de la escritura, se lanza al mercado y compra el resto de la novela. Introduce al sabio historiador Cide Hamete Benengeli y se inicia un juego narrativo que nos sorprende. La imagen dual/alegórica y la mirada literal, desarrolladas a partir del contraste entre un código nobiliario caduco y las nuevas relaciones mercantiles, de índole capitalista, determinan la marcha del libro. Don Quijote es un producto híbrido de una sociedad que se transforma. Junto al orgullo del hombre renacentista (D. Quijote sabe y opina de todo), la crisis y el pesimismo del barroco (la derrota, la burla y el escarnio). Su elección es libre y asume todas las consecuencias. El código caballeresco determina la estructura base: un nombre, un caballo, una dama, un escudero, una patria y aventuras con las que alcanzar renombre y fama. Este caballero en aprobación lee el mundo de manera alegórica, fiel al código que imita: el de los libros de caballerías medievales. De ahí la ficción de los gigantes, los magos y encantadores, los castillos, los ejércitos, la penitencia, etc. Pero la meseta castellana (la mirada literal), por otro lado, ofrecía mercaderes, sederos, pastores, arrieros, ventas, frailes y la Santa Hermandad con sus galeotes. Esta tensión sólo puede conducir a la ironía, al sarcasmo y a la melancolía.

El valor del trabajo de Juan Carlos Rodríguez reside en rellenar el hueco que una obra literaria de esta envergadura andaba necesitando. Su mérito erudito ha sido simplificado en beneficio de una interpretación, un sentido, que si literal, capítulo a capítulo, tan revelador como sus valiosos estudios sobre los siglos de oro prometían. Por ejemplo, nos describe perfectamente el funcionamiento de las relaciones organicistas, medievales, cuya mirada alegórica domina la visión del hidalgo/caballero y las nuevas relaciones animistas, de orden capitalista, de cuyo desorden emergen los ideales del yo, la libertad y el amor.

Bajo esta óptica analítica entendemos el humus básico que se estaba ventilando en el Quijote y que, al mismo tiempo, estaban padeciendo los escritores. El homenaje que le rinde Cervantes a la literatura de su tiempo mediante la presencia de distintas técnicas como la oratoria, la mezcla de diferentes géneros novelescos (pastoril, morisco, bizantino, sentimental), la inserción de poemas populares y cultos, la sabiduría popular (refranes, cuentos populares), diversas formas teatrales (escenas entremesescas en la venta), demuestran una pasión literaria desconocida y, al mismo tiempo, la necesidad del escritor (el propio Cervantes) por hacerse un espacio libre en la república de las letras. Su vieja alma de soldado tuvo que combatir con la literatura y el resultado fue ese loco genial llamado Don Quijote: el que se hace a sí mismo.

La intricada trama de géneros literarios queda desgranada y adquieren un sentido unitario en la interpretación que nos propone el catedrático granadino. La mirada dual, la literalidad, la dialéctica verdad/mentira, el tener o no tener, la cuestión del salario (del dinero), la importancia de los nombres, y un largo etcétera, favorecen la comprensión de la nervadura del hilo de la historia central y proyectan sobre el texto cervantino una claridad –su lógica interna- que no sólo facilitan la lectura del primer libro, sino que iluminan las aparentes contradicciones del segundo (publicado diez años después). De caballero en aprobación a caballero discreto; de hidalgo pobre a caballero dadivoso (siempre ingenioso), de obra que tantea y duda, a la gloria de una fama literaria justamente conquistada. La de una vida (¿Cervantes/Don Quijote?) que se ha hecho por sus obras (la pluma/la espada) y ahora, como en un espejo, se refleja en el segundo libro como sombra del pasado. Por encina late la pasión por la creación y el dominio de la literatura en todas su formas, especialmente el teatro (generalmente la venta y el castillo, se convierten en escenarios de comedias o entremeses); las novedosas técnicas del suspense; la inclusión del lector (para dilucidar sobre la verdad o mentira de los capítulos apócrifos); los juegos de autor, narrador, cronista, traductor.

Una de las últimas afirmaciones de Juan Carlos nos invita a leer El Quijote de otra manera, si con mirada cargada de futuro, también como síntoma de una mirada inconclusa:

"Con lo que el Quijote puede leerse quizá también como una historia de amor imposible en cualquier sentido: la imposibilidad del hidalgo/caballero para realizar su propia vida libre, la necesidad de Cervantes (de la pluma que lo ha escrito) de tener que matar a ese hijo suyo imposible, e incluso la imposibilidad de Don Quijote de alcanzar alguna vez su amor por Dulcinea: «no la has de ver en todos los días de tu vida».[...] Y así, precisamente a través de todos esos avatares imposibles, Cervantes fue capaz de dejarnos en herencia una de las mas bellas historias de amor jamás contadas."

Pudiera parecer una empresa de titanes descifrar el código y el sentido subyacentes, pero el profesor Rodríguez ha sabido dotar de significado y de vida renovada a un texto clásico, casi sagrado, y cuyas interpretaciones, a estas alturas, no ofrecían nada nuevo.
Igual de sorprendente el resultado de proyectar la imagen dual de las aguas azuladas, bajo un inclemente sol de estío, de esta costa de Carboneras, allá por la playa del Ancón, para ir componiendo cada línea de El escritor que compró su propio libro, al son insomne de las olas y las brisas. Mientras se deslizaba la holganza del tiempo para los veraneantes, Juan Carlos Rodríguez dibujaba el mapa literario cervantino, rasgaba la cortina ideológica del siglo XVII y señalaba el lugar del tesoro. Vale.

"Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mismo y diciendo: «¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: “Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero Don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante; y comenzó a caminar por el antiguo campo de Montiel”. Y era la verdad que por él caminaba. Y añadió diciendo: «Dichosa edad y siglo dichoso aquel donde saldrán a la luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista de esta peregrina historia! Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras». Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: «¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece».(Don Quijote I,2)"

«Sin contar las traducciones –inglés, francés, ruso,-[...] fue sin duda un texto de primera fila en el mercado», nos recuerda, en los preliminares de su libro, Juan Carlos Rodríguez.

Miguel Galindo