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Viaje literario por el Parque

Sirva este periplo que presentamos para unir en un mismo proyecto dos nombres que desde abril nos acompañan. Nos referimos a Pilar Quirosa-Cheyrouze y Mario Sanz Cruz. El mismo interés, la misma admiración y el mismo sentido de inspiración creativa desde el Parque y por el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar.

Cuando Pilar Quirosa publica Islas Provisionales (1991) está expresando el síntoma de una convivencia consciente entre las fuerzas telúricas de las aguas del mar de Alborán y su propia experiencia de mujer madura.

Cuando Mario Sanz escribe Faro de Mesa Roldán (2004) está rindiendo un tributo testimonial de una antigua y valiosa profesión que está necesitando de una historia, la historia íntima y quejumbrosa de los sin historia, de tantos fareros como alumbraron las oscuras aguas del levante.

El corolario de uno y otro es la de ser testigos inapreciables de unos parajes seductores, salvajes, primigenios, que infunden vida y fantasía; donde aún dormitan en sus aguas secretos callados que provocan admiración, respeto y curiosidad. Desde una madurez conquistada a base de esfuerzo y tenacidad, cada uno nos ofrece una cara distinta y complementaria del Parque. Ambos podrían ir conformando ya la larga nómina de una generación mediterránea, como la llamó Domingo Nicolás en el poético prólogo que acompañó la edición de Islas provisionales de MĒ Pilar Quirosa.

Este poemario, pese a la clara y consciente inspiración del mar de Alborán y la bahía de Almería, está influido por la poética cultista de los años setenta, incluso con la presencia de una adjetivación vanguardista (ultraísta) que responde a la «provisionalidad» de unos sentimientos eróticos que no desembocan, siendo la frustración, de influencia lorquiana, la que predomine bajo una sincera pasión por la realidad circundante, último consuelo de la poeta, ante la que se reafirma una y otra vez.

"Roma se incendia en tus ojos
en este Miércoles de ceniza.
Quebrando signos, pactando con la niebla,
descendemos los treinta y cuatro peldaños
del jardín de la duda."

Foto: Playa de Genoveses, © AP

Un Epílogo de Carmen Ortega, que cierra la edición, define perfectamente este libro como un soliloquio entre el recuerdo, el amor y la tierra, donde la memoria es firme paraíso que guarda el amor y su esencia. El amor considerado como una isla imposible de poblar definitivamente:

"Mas de toda aquella resonancia
quedó perenne el hechizo,
la nostalgia de nuestras islas imposibles,
tus escapadas de viento, sol y arena,
el cielo en tu playa y en mi reloj
de ausencias y naufragios,
el navegar buscando tus huellas
por el nocturno pasadizo
en el que habitan los recuerdos."

Como final a este poema, que cierra el libro, dos versos sintetizan todo el universo de encuentro y semejanza entre amor y vida o entre la memoria y la naturaleza:

"En Los Genoveses, aquella tarde,
las grises aguas reflejaban tus ojos"

A partir de aquí se observa un esfuerzo por depurar el lenguaje, alejándose del subjetivismo cultista. Para ello por un lado profundiza en formas novedosas (similares a los sonetos) al mismo tiempo que la temática se diversifica. Todavía Pactos con Eleusis (1994), pese al helenismo luminoso mediterráneo, mantiene referencias de los novísimos: el paraíso de Rodas, el Jardín de Adonis, el Altar de Atenea, pasando por el Jardín de las Hespérides y las protagonistas relacionadas: Penélope, Ariadna; trasuntos hedonistas vividos y proyectados sobre la historia presente. Allí se encuentra el camino de Eleusis que conduce hasta el oráculo de Delfos. Pero ya Avenida de Madrid (1993) o Por acuerdo tácito (1995) representan otra línea, diríamos, de poesía épica. Es la ciudad sobre todo la protagonista, ya sea Madrid en el primer caso o Almería en el segundo. La depuración ha tocado fondo: el tiempo, el lenguaje conversacional, la historia concreta, real y próxima, son los nuevos valores. Dice la poeta «Uno se nutre / de experiencias cotidianas» y por ello en su último libro, El lenguaje de la hidra (1998), observe oportunamente Francisco Domene que MĒ Pilar Quirosa aborda el estado laberíntico del tiempo, indagando, como ocurría en Islas provisionales, en el amor y la realidad como paisajes donde se juega todo a una carta. La influencia de los poetas de la «experiencia», sobre todo percibimos la de los granadinos Javier Egea o Luis García Montero, se nota ya con claridad. La voz poética ha ganado seguridad estilística, lo que favorece novedosas conquistas temáticas. Si el laberinto del tiempo es además una metáfora del laberinto de los sentimientos, el corolario no puede ser otro que un intento consciente por ordenar el caos, lo que supondrá una nueva apreciación de lo real. Como la Hidra, el lenguaje reproduce las monstruosidades «cotidianas», pero gracias al amor y a su memoria (inscrita en el texto) el poeta salva cada día el instante: «Donde el recuerdo mantiene la más bella de las formas», «Hoy te hablo desde el exilio definitivo / que es mi canto, testigo [...] que nos envuelve y nos convoca / a la extrañeza». La nueva disposición a la reflexión, la sospecha de que sólo el amor y el diálogo amoroso con el otro nos defienden de la Hydra, van a suponer un esfuerzo de distanciamiento y desdoblamiento del yo, que le permitirá mirar las cosas desde otro lugar: desde el frío. Algo de ello anuncia en Deshabitadas estancias (1997), cuyo título remite intertextualmente a Habitaciones separadas de Luis G. Montero. «El frío» resulta la metáfora de la conciencia dolorida por el amor y por la historia. La poeta no abdica de sus temas preferidos, antes bien, como señala Ángel Guinda en el prólogo, busca la contención, la intensificación más que la extensión. Por ello juzgamos acertado el lema adoptado por la autora y tomado de José Ángel Valente, con que abre la primera estancia: «Extensión del vacío / en las estancias del amanecer», pues señala otro significado, si espacial, también temporal: la vida en el tiempo, no por un espacio «vacío». Por esta doble línea llegamos al breve poemario Cuaderno de invierno (2004) -galardonado este año con el premio de poesía «Victoria Kent»-. Viene presidido por unos versos de Pablo Neruda y significa el reencuentro de Pilar con el gusto modernista por el verso y el ritmo; y además una afortunada vuelta a los parajes marinos de arena y silencios.

"Y tu olor
a salitre y ausencias.
Horizonte gris,
antesala del deseo."

Por esta senda parece desenvolverse para encontrar la síntesis entre una mirada elegíaca que no borra el tiempo («Bien sabíamos / que los tiempos estaban cambiando») y un clasicismo sereno, depurado, hacia la palabra esencial y el verso necesario. El siguiente poema puede servir de ejemplo. Un ritmo silábico bien perceptible distribuido en pies trisílabos o tetrasílabos; la mirada distanciada sobre el paisaje y el otro; el ambiente de nuestra tierra («desierto», «luz olvidada», «infinito horizonte», «sumando sombras») representan aciertos definitivos.

"Volaban
en juegos de oleaje
las últimas gaviotas.
Y era tan desierto
el paisaje.
Apenas una luz olvidada
en aquella casa,
que no era la nuestra,
y el infinito horizonte
sumando sombras.

La duda
que anidaba en tus ojos
en aquella secuencia
jamás proyectada.
Tu mirada,
materia evanescente,
tres sílabas incoherentes,
proximidad de las aguas."

Miguel Galindo Artés