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El tesoro de Cerro Negro

Foto: El Cerro Negro, © LV

¿Verdad que podría ser el título de una película del oeste, de las que se ruedan –más bien se rodaban- por estos contornos? De lo que quiero hablaros no es tanto de películas aunque sí un poco de tesoros, de los pequeños tesoros geológicos que encierra el Parque y para cuya preservación estamos dispuestos a desenfundar nuestros “colts” y disuadir a bandidos y “sheriffes” corruptos, seguros de que al final tendremos una bonita rubia que nos premie con su amor...

El tesoro de hoy se llama Cerro Negro, está junto al pueblo de Las Negras y camino de San Pedro. Su silueta es característica desde muchos recodos de la costa, con su forma de oscura pirámide a cuyo pié juguetean siempre las olas en ese islote, trozo desprendido que quiso un día navegar... Parece también la torre de vigilancia del pueblo y desde todos los sitios destaca esa horrenda cicatriz de la carretera por la que hormiguean los paseantes que van y vienen a San Pedro. Cerro Negro, ya hay que decirlo, no encierra oro ni minerales preciosos, como Rodalquilar, pero a mí me parece un tesoro, me lo pareció la primera vez que lo conocí por fuera y por dentro, es decir, en cuerpo y en alma, y por eso escribo estas líneas para quienes aman el Parque.

El cuerpo de Cerro Negro es un cuerpo duro, rocoso, de juventud atormentada. Los geólogos os dirán que está constituido básicamente por “andesitas piroxénicas”, nada menos, y formado por lavas negras, brechas, conglomerados y depósitos piroclásticos.

Es decir, que son rocas volcánicas que con una edad de unos 8 millones de años pueden presumir de ser de las más jóvenes del contorno. Que su origen ha sido turbulento se diría que lo lleva ya en los nombres mencionados: “piros”, el fuego, “clastos”, roturas, “xenos”, extranjero. y hasta lo de “andesitas” hemos de relacionarlo con la violenta grandiosidad de los Andes. Todo esto es reflejo de una historia de erupciones, explosiones, mezclas de materiales y una consolidación final que le ha dado una robustez y firmeza contra la que lucha una erosión, por tierra, mar y aire que no consigue destruirlo sino embellecerlo.

Vamos a acercarnos, pero antes nos vamos a fijar en esa especie de línea o banda clara que aparece en su flanco izquierdo, que separa de forma neta el macizo oscuro de CN de unos terrenos más claros. Es un ejemplo estupendo de una falla, es decir de un plano de fractura a lo largo del cual se han movido las masas rocosas. Pocas se ven tan nítidas por estos pagos y la razón es que es una falla igualmente joven y ocurrida entre terrenos de gran rigidez. A lo largo de ese plano, dónde la presión ha sido mayor, se fracturan las rocas y la poca lluvia que riega nuestros campos penetra más fácilmente. ¿No veis una mayor abundancia de palmitos en esa zona? Es otra de las características de las fallas. A pesar de su nitidez, que es lo que nos ha animado a traerla como ejemplo, hay que decir que esta falla es una falla digamos que “de bolsillo”, hermana menor, si de la misma familia, que la gran falla de Carboneras, que veréis en los mapas geológicos, que deslinda la zona de la Serrata, pero de más difícil reconocimiento para los profanos de la geología. La falla de Cerro Negro tiene más gracia... y ha puesto en contacto esas rocas oscuras, las andesitas piroxénicas, con otras rocas también volcánicas, también andesíticas y, vaya por Dios, también piroxénicas aunque con mayor mezcla de otros componentes, y de mayor edad. Es un buen ejemplo para observar cómo pequeñas diferencias en la composición mineralógica, que podríamos comparar con los genes de los seres vivos, pueden dan lugar a fuertes variaciones en las formas y colores de estos terrenos, a través de la compactación, erosión, desarrollo selectivo de la vegetación, etc. Esta gran herida que vemos casi paralela a la carretera y que termina en el mar, no es la única de CN, que por algo ya dijimos que ha tenido una juventud tempestuosa.

Si lo rodeáis por la costa podréis nadar por encima de otras fracturas, casi verticales e igualmente nítidas, que al hundirse en el mar toman un azul intenso y que han dado lugar a esas cuevas pequeñas, oscuras, quasi misteriosas, donde el motor de la inevitable “zodiac” se detiene (quiero pensar....) en respeto a su silencio y su aire puro. Más cicatrices en su piel. Y aún hay otra de especial belleza y quizás por eso escondida, como ocurre con esas esculturas de algunas catedrales góticas que parecen realizadas más para un Ideal que para el recreo de hombres y mujeres. Para ver esa falla hay que meterse en el alma de Cerro Negro: ascender su cumbre, admirar el panorama y andar haciendo camino, bordeando cuevas donde se guarece el ganado y donde, al menos hasta hace poco, un viejo somier evocaba sueños y quién sabe si hasta revolcones del pastor, y, con cuidado, bajar hasta el barranco. CN tiene 2 barrancos increíbles, los dos atravesados por otra fractura diferente a las anteriores, por la que han salido coladas de lava que al enfriarse rápidamente han tomado las formas columnares tan típicas y tan frecuentes en el Parque. Tienen un color más rojizo y las podéis seguir como a lo largo de una línea oblicua a los barrancos. Es en estos barrancos donde, ya hace muchos años, creí yo encontrar el espíritu de Cerro Negro.

Entre esas rocas de formas que evocan pavimentos de cíclopes, la aspereza del terreno, la vegetación mucho más variada, con profusión de siemprevivas azules, tomillos, etc., apartado de las rutas terrestres y marítimas me hicieron sentirme en una atmósfera especial, y así os lo cuento. Y cuando al final del barranco, que se diría sin salida, se encuentra la cuerda deshilachada y medio rota, anudada a un clavo mohoso, que ayuda a bajar a la rasa del mar, se me ocurre saludar al sublime Marinero del ancla y la vela que no quería que su voz muriera en tierra...
Foto: El Cerro Negro, © LV

Seguid por la ribera, caminar, nadar a ratos, y tanto si tomáis la dirección hacia Cala Hernández, como si volvéis hacia Las Negras, guardaréis un recuerdo imborrable de este cerro, que os ofrece aquí su cara y su piel más clara y más luciente, en su coqueteo con la mar... Son siempre las brechas volcánicas a las que el mar ha lavado la costra oscura que cubre casi todo el Cerro y que no es otra cosa que una cementación superficial posterior a su génesis. Aquí veis su disposición en capas, alternantes las cenizas volcánicas con las brechas y conglomerados, también disturbadas por pequeñas fallas, elementos que modelan un bellísimo diseño. Y disfrutaréis de las cuevitas comentadas anteriormente

¿Comprendéis ahora porqué, con todas sus fallas, Cerro negro me parece un tesoro?

¿Hace falta decir el pánico que da ver transitar, de vez en cuando, los vehículos por la carretera de San Pedro, una vez abortada, pero que yo veo siempre con peligro latente y rabia de impotencia al ver los despojos de vehículos que la desidia administrativa ha dejado transitar?

Desde aquí os invito, respetuosos amigos del Parque, a realizar este pequeño recorrido iniciático, apenas esbozado pero que encontraréis por vosotros mismos, y haceros caballeros y damas de la noble orden de Cerro Negro y vigilantes guardianes de su Tesoro.

Abuloren