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Viaje literario por el Parque

Prometimos en un anterior número del Viaje literario (nº 63, verano 2014) dedicado a Julio Alfredo Egea (Chirivel, 1926) ocuparnos del poemario titulado Desde Alborán navego (2003), inspirado en las aguas costeras y poblaciones del parque natural. Un viaje desde la isla al continente. Dos años después cumplimos nuestra promesa y rellenamos ese hueco.

El poeta se presenta como un héroe homérico, Ulises entre todos, navegando hacia Ítaca, en este caso desde la isla de Alborán hacia la costa, Caridemo como punto de referencia, atraído por la luz de los faros de Gata y Roldán como luminarias cómplices que orientan a los navegantes indicando la seguridad de los acantilados.

Foto: Violeta silvestre © JB
 

El viaje resulta placentero, genésico, desde una mirada primigenia y curiosa de poeta. Oigamos su primer canto a modo de prólogo:

Se suceden los versos y las olas.
La vida en cabotaje
leva ancla de la tierra
en donde encontré un día
la única flor alzada por corales
rojos, cuando al crepúsculo
santiguaban gaviotas.
No puede la belleza
ser perenne vendaje de la muerte.
Quiero huir de las rutas
con finales de tumba solitaria.
Desde Alborán navego.

El vitalismo del aventurero se observa en esa sucesión de «versos y olas» que buscan la belleza y se alejan de las rutas consabidas con «finales de tumba solitaria». El último verso anuncia la navegación, también para los lectores, de la derrota marítima que seguirá el poeta-navegante expresada en los siguientes poemas, concretamente 39 numerados en romano (XXXIX).
El primero recrea los cuatro puntos cardinales que nos orientan en alta mar. El segundo está dedicado a los faros y así la palabra del poeta se presenta como iluminadora, cual la de Homero ciego: «Quisiera / la humildad de mi voz en equipaje / de un navegante ciego». En el tercero el poeta ha arribado a tierra y describe el paisaje de esparto, pitas y su aprovechamiento para «hacer nudos marineros»; el poema concluye: «enséñame, muchacho, / que vine de una tierra de pastores / y son firmes mis nupcias con el mar».

Foto: Violetas silvestres © JB
 

El poeta-navegante va dando cuenta de «su inventario de náufrago» y en el poema V se confiesa «Discípulo del viento», en el siguiente su corazón se siente «caravanero», perteneciente a la tribu nómada bereber; en el VII es ya un buhonero, un arriero, un soldado muerto... Nosotros conocemos a Julio sin disfraces.

Por ello en el XIII nos ofrece esa ácida y severa mirada del poeta cuando el mar se torna espectáculo y «pasan yates festivos/ y llegan las burbujas de la risa» en contraste con «ese barco de pesca / que huye a la soledad / de otros mares y lleva / en estela una lágrima/ tenaz en despedidas».

La cosmogonía sideral de Pablo Neruda encuentra en Julio Alfredo una muestra actualizada inspirada por estos parajes mediterráneos de mar y roca. Hemos seleccionado el poema XXIV, formado por cuatro estrofas (dos cuartetos, uno de apertura y otro de cierre; y dos sextinas con desigual número), en verso alejandrino (14 sílabas), cuyo ritmo se establece a partir de las palabras acentuadas y sobre todo con la cesura (pausa) después de la séptima sílaba. Impecable composición formal, sin rima, pero donde cada verso puede leerse aislado y el conjunto como tributo por dignificar la realidad con el canto («intentaba borrar el crespón de las madres»), mientras trata de integrar en el poema esa misma realidad en motivo de inspiración para ser superada y formar parte de la/su poesía.

XXIV

Navego hacia una playa de quitasoles rojos
en donde mis pupilas encontraron regazo
en vela o en bandera de ciudad amanecida,
como recién creada desde el azul purísimo.

Muy próximo el revuelo de quitasoles rojos
intentaba borrar el crespón de las madres,
la lágrima salina despeinada en guedeja,
el eructo profundo de los dioses vencidos,
yacentes en la escoria de naves sumergidas,
en buceo milenario por los senos del agua.

Un gran guiño de sol incendia los veleros
y en lenta procesión nace de la ceniza
la coral de sirenas sobre un lienzo de espuma
rescatando la torre dorada del prodigio,
alzando una ciudad parida en armonía,
arrullada entre voces y flautas de homenaje.
Un rumor hecho música en sus vuelos oceánicos.

La fiesta de la vida tachó duelos marinos.
Venció la gran bandada de quitasoles rojos.
La garganta del mar ensayaba habaneras
cuando el tren de la sal enhebraba crepúsculos.

«Un rumor hecho música en sus vuelos oceánicos», este verso ofrece un desafío retórico que demuestra la maestría y habilidad lírica de Julio que propone enigmas métricos en impecable verso alejandrino. De ahí los dos versos finales que explican la procedencia de esa música (habaneras) y las salinas de Monteleva, iluminadas (sonido, gusto) por la mágica luz del crepúsculo, ya sea matutino o vespertino. Además de los colores evocados: azul marino, rojo, blanco. Un regalo sensitivo para nuestra costa de poetas, digno del mejor Rubén Darío, con el que disfrutamos los asiduos lectores de los versos escritos por nuestro maestro y veterano poeta Julio Alfredo.

Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque