Paz Ramírez (Granada, 1984) es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, donde obtiene la suficiencia investigadora en Didáctica de la Lengua y Literatura. Actualmente ejerce la docencia en el IES Juan Goytisolo de Carboneras.
Ávida lectora de los grandes maestros del relato hispanoamericano: Borges, Cortázar y, sobre todo, García Márquez; de los novelistas más afamados de la generación del 98: Baroja y Valle-Inclán. De ellos hereda la capacidad de observación minuciosa y despierta, el detalle, la delicada indagación de la intimidad y la resuelta fantasía del realismo mágico. Todo ello mediante un estilo esencial y selectivo de la palabra y las posibilidades que ofrece la sintaxis. Editamos esta colaboración escrita especialmente para El Eco del Parque.
LLANTO DE CIUDAD VIEJA
“No es que esté triste, (…)
es que me acuerdo…”
J. Sabina
A los nacidos sin tiempo
A Lolo
Capítulo I: Ensayo
En la isleta donde encalló el moro tú entendiste al poeta. Pasos perdidos. Luego el silencio. Y entre tanto alguna canción, ronca de amor, loca de aguardiente. Tal y como había sido alguna vez, cuando ensayábamos la vida, mientras aún éramos todos los que un día te quisimos en torno a la botella vacía, hablando del sonido del revólver y de todas esas cosas que alguien dijo sin entenderlas.
Capítulo II: Enero ausente
Por eso, allí donde el poeta se disfraza hoy de paseante, las olas solo llegan para oxidar los recuerdos y hacer que la herrumbre de nuestra melancolía se adhiera a las escotillas de los barcos y a las barandillas de todos los puertos sin viajeros, donde no existen más los navíos que regresen al lunes viejo de enero en el que nos hicimos amigos. Cuando todavía había de sucederse nuestra década antes de que entendieras el desaliento y tu primera traición fuera no querer confesarlo.
Capítulo III: El guardián desengañado
Y es posible que sigan sobre la mesa los libros que apilabas en noches dedicadas a vigilar la luna y el cielo negro, al que le faltaban estrellas pero le sobraban cenizas y poemas. De fondo la misma áspera canción que siempre habría de servirnos, para encontrarnos en la historia acumulada de esas batallas que jurábamos librar, por la sed de todos los vencidos. Vivíamos cerca de las plazas, donde nuestras manos se siguen agitando con la fe del primer día, y en la vieja cafetería, que aún existía, vuelve tu olvido a resguardarse cada día de todos los fríos.
Capítulo IV: Llanto de ciudad vieja
Aunque ninguno tan intenso como el que nos acompañó el mediodía de julio, por la cuesta eterna de los taciturnos que agachan la cabeza para llorar sobre las piedras de la ciudades viejas. Arrastrábamos el verso que te hubiera gustado leer, la canción del próximo año y el brindis de los reencuentros rápidos, pero nos quedamos sin nada que decir frente al joven cadáver que habías prometido dejarnos. Luego usaríamos la noche en blanco para reconstruir la botella, la dedicatoria entre las páginas y la hora de tu letargo.
Epílogo
Para prevenirnos del olvido, conservamos la última sonrisa frente al oleaje ausente de salitre, aunque jamás hayamos aprendido a despedirte.
Aquí Paz escribe un ensayo sobre la derrota de una generación épica de literatura que fantasea con la muerte. Romántica e ilusionada, tuvo que establecer distancias sensatas y prudentes para no sucumbir a la derrota y al fracaso de una sociedad que cuenta con su embriaguez y su suicidio.
A cuenta de la derrota, sin sucumbir por ahora a ella, la poetisa ensaya métodos terapéuticos literarios como refugio y palanca lírica para seguir adelante. Los símbolos románticos no nos protegen, antes bien nos empujan a la autodestrucción; sólo una mirada alerta, distante, supera la nostalgia de la historia, del paso del tiempo, pues somos paseantes de una herrumbre antigua que proclama su presencia en nuestras venas.
La maravilla de la transfiguración se observa en la longitud de la frase y de sus relaciones internas; oración que se concentra y al mismo tiempo se alarga como una serpiente que danza sobre la inmaculada página en blanco.
La técnica compositiva contribuye a considerar el «Llanto» como micro-ensayo, pues consta de Prólogo y Epílogo, en el centro su desarrollo en tres partes. Estructura clásica necesaria para imponer orden en el caos, freno al sentimentalismo, disciplina al romanticismo. La única salida posible, mientras tanto dura la barbarie, es el recurso a la imaginación. Por este sendero Paz camina segura y es de esperar de su escritura futuros desafíos, desarrollos y ajustes de cuentas tan dolosos y sensitivos. Su sensatez creativa y frescura de ideas desconocen por ahora los límites. Como gabarra sin amarre, navega pirata a bordo de una galera a todo viento sobre todo mar desconocido del uno al otro confín.
Miguel Galindo
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