Todos hemos podido comprobar que los electrodomésticos y otros productos tienen una vida útil más corta que en el pasado, pero pocos sabemos que esto es una decisión deliberada tomada por las empresas para tratar de vender cada vez más.
Impresoras que se bloquean al llegar a un número determinado de copias, bombillas que se funden pronto, baterías que no duran, todos hemos sido víctimas de la obsolescencia programada.
Según Wikipedia, se denomina obsolescencia programada u obsolescencia planificada a la determinación, la planificación o la programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que después de un período de tiempo calculado de antemano, por el fabricante o por la empresa de servicios durante la fase de diseño de dicho producto o servicio, éste se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible.
En Livermore, California, donde la bombilla más vieja del mundo está encendida desde 1901, se puede ver en internet (http://www.centennialbulb.org/cam.htm) y ya ha agotado la vida de dos webcams.
La obsolescencia programada comenzó a desarrollarse a principios del siglo veinte, y las bombillas fueron las primeras víctimas.
En 1911, las bombillas duraban unas 2500 horas, pero en 1924 los fabricantes pactaron limitar la vida útil a 1000 horas.
Añadir una pieza más frágil, o como en el caso de las impresoras, programar un elemento para crear una falsa avería, son una de las falacias que los industriales han encontrado para obligarnos a reparar o comprar de nuevo un producto.
En 1940 Dupont de Nenour crea una nueva fibra sintética con nailon. Las medias hechas con esta fibra tenían un problema: duraban demasiado. Así que Dupont obligó a los ingenieros a fabricar un fibra de menor resistencia para vender más. A los ingenieros veteranos les costó admitir que se les pedía que trabajen mal y que acallasen su conciencia.
Más recientemente la continua búsqueda de una baja de los costes conlleva a una fragilidad de los materiales que provoca una vida más corta de las cosas.
La dificultad para reparar impuesta por el fabricante gracias a sistemas de montajes complicados, la complejidad de los materiales y el hecho de que muchas de las veces es más barato comprar material nuevo que reparar, son factores que han aumentado la obsolescencia de los productos.
Desde el punto de vista de las multinacionales, los avances tecnológicos serían los responsables de la obligación de cambiar sin cesar los productos para ponerse al día, para seguir siendo un pionero.
En definitiva, la nueva estrategia de las multinacionales con la ayuda de la publicidad y de la moda es hacernos creer que nosotros decidimos cuando cambiamos el producto.
Con la publicidad masiva el deseo del consumidor es excitado de tal manera que el impulso de compra no tiene nada de racional, los aparatos cambian sin cesar de forma, de tamaño, de color, el último es siempre presentado como el que tiene más capacidad para satisfacer nuestros supuestos deseos.
La moda nos hace creer que nuestra imagen, y en esencia nosotros, necesitamos renovar nuestras posesiones frecuentemente para corresponder a los estándares de la sociedad moderna. Esa es la nueva obsolescencia, la autoprogramada.
El crecimiento económico consecuencia del consumismo neurótico debe gran parte de su dinamismo a la obsolescencia programada. El mito del crecimiento como factor de aumento de felicidad está muy presente en el imaginario colectivo, y casi nadie cuestiona este paradigma.
“El crecimiento económico no sirve a satisfacer nuestras necesidades más bien es crecer por crecer y crecer hasta el infinito” Serge Latouche.
Las consecuencias ecológicas del consumismo excesivo son muy graves, pero en una pirueta del capitalismo más rancio, las exportamos. Los desechos generados por la sociedad de usar y tirar son inútiles y peligrosos, y como no queremos reciclarlos, acaban en países del tercer mundo. Se exportan estos desechos escondidos en contenedores y, para burlar las aduanas, se clasifican como productos de segunda mano. En realidad sólo una parte se puede recuperar, mientras el resto va a parar a enormes descargas, a menudo ilegales y siempre muy contaminantes.
Sobre estas descargas adultos y niños se juegan la vida intentado recuperar metales raros. La contaminación de estos lugares es tremenda y las precauciones son inexistentes. La enfermedad y la muerte son la recompensa para estos trabajadores del infierno.
En conclusión el concepto de obsolescencia programada es muy ingenioso porque nos obliga a consumir más de la cuenta para el beneficio del crecimiento económico y de las empresas. Pero con la escasez cada vez más evidente de los recursos naturales el despilfarro ocasionado por la obsolescencia programada se vuelve cada vez más insostenible.
Las empresas deberían hacerse cago de los problemas de reciclaje y de descontaminación y deberían estar incluidos en el precio inicial de los productos. Cuando compra un producto, el consumidor debería exigir que se pueda, gracias a un etiquetado claro y comprensible, comprobar que se respetan las normas medio ambientales y los derechos humanos. Me temo que no podemos dejarlo para mañana.
Antonio Martínez
Para saber más, ver el documental:
http://appleweblog.com/2011/01/el-concepto-de-la-obsolescencia-programada
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