AL, el artículo árabe, el signo de las palabras árabes en español, el recuerdo de un reino perdido que construía fuentes y palacios junto a la nieve. AL es también el símbolo del aluminio, el alumbre que en la Antigüedad utilizaban para fijar los colores o retardar la descomposición de los cadáveres y que hoy utilizamos en casa como desodorante. Una piedra trasparente y húmeda que sienta bien a nuestras alergias del siglo XXI. El elemento que da nombre a una torre, el recuerdo del pasado minero, el oro, las piedras preciosas.
QUI, pronombre que en esta mañana de Rodalquilar me recuerda el lema de la orden de la Jarretera, “Honi soit qui mal y pense”, que el mal caiga sobre aquel que piense mal. Aunque el mal que nos está cayendo ahora encima viene de haber pensado bien, en este lugar es imposible no pensar bien, es decir, no pensar con una sensatez alucinada.
LAR es el hogar, el lugar del fuego, el dios del lugar para los romanos.
La etimología científica (según, entre otros, Evaristo Ruiz Picón en su libro Rodalquilar. Testimonio de su pasado) nos dice que Rodalquilar es un compuesto de dos palabras árabes: rodal, del árabe rutba, lugar o sitio pequeño que por alguna circunstancia se distingue de lo que le rodea, y quilar, del árabe querab, algarrobo. El lugar de los algarrobos, cuyas semillas servían para pesar el oro y saber sus quilates. Ahí no acaba la obsesión etimológica, porque el nombre sigue jugando con el alquiler de la casa que busco cada verano, el dinero, el oro, las ágatas, las amatistas, el alumbre de la barra (rod, en inglés) del desodorante hipoalérgico que usamos en casa.
Rodalquilar y los pequeños dioses del lugar. A uno de esos dioses dedicó Valente un libro, uno de mis preferidos. Valente tenía una relación alucinada y etimológica con los lugares. Yo me declaro, desde esta mesa de madera donde desayuno, junto a la rambla de Rodalquilar y aceptando a las moscas, un alucinado y etimológico buscador de dioses en los lugares. Antes de volver a casa e iniciar los rituales del verano, voy a copiar en este diario un poema de ese libro de Valente (Al dios del lugar, 1989). Parece que hoy hace viento en El Playazo y habrá que descubrir nuevas calas. Rodalquilar tiene un dios en demolición que es eterno para el tiempo de los humanos.
El sur como una larga,
lenta demolición.
El naufragio solar de las cornisas
bajo la putrefacta sombra del jazmín.
Rigor oscuro de la luz.
Se desmorona el aire desde el aire
que disuelve la piedra en polvo al fin.
Sombra de quién, preguntas,
en las callejas húmedas de sal.
No hay nadie.
La noche guarda ciegas,
apagadas ruinas, mohos
de sumergida luz lunar.
La noche.
El sur.
Miguel Gallego Roca
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