El camino verde que conduce hasta el volcán.
Desde la tranquila y encantadora cortijada de Las Presillas Bajas parte el sendero de la caldera de Majada Redonda. A esta pequeña aldea se accede por la carretera comarcal AL-826 a pocos metros de la entrada al camping de Los Escullos. Al llegar a la aldea de Las Presillas Bajas podemos estacionar el vehículo en el aparcamiento que se encuentra a su entrada y continuamos a pie por la misma vía por la que hemos llegado hasta alcanzar un cartel interpretativo que nos indica el inicio del sendero.
Todo el camino discurre por la rambla de la Paniza, utilizada para acceder a la zona cultivada que se extiende en sus márgenes, siendo además zona de paso habitual de ganado. Estos factores resultarán determinantes para explicar la presencia de distintas plantas que nos encontraremos en nuestro camino.
A pocos metros del comienzo del camino, un algarrobo (Ceratonia siliqua) que nos servirá de sombra en los días soleados convive con distintas especies de la flora propia del Parque Natural, entre ellos elementos de vegetación climácica como son el palmito (Chamaerops humilis), muy frecuente a lo largo del camino, el lentisco (Pistacia lentiscus), que lo encontramos puntualmente en las zonas de mayor humedad como los pequeños barrancos sombríos, acebuches (Olea europaea) y algunos cornicales (Periploca angustifolia) y azufaifos (Ziziphus lotus). Junto a ellos, cambrones (Lycium intricatum) armados de fuertes espinas y orovales (Withania frutescens) que empiezan a mostrar sus hojas, se mezclan con plantas alóctonas e invasoras como las pitas (Agave sp.), las chumberas (Opuntia sp.) y las cañas (Arundo donax), tradicionalmente ligadas a la actividad humana.
A ambos lados de la rambla destaca la cantidad de cardos de distintas especies e incluso familias, que crecen favorecidos por la presencia de nitrógeno en el suelo, procedente del ganado que pasta en esta rambla. Todos ellos son pinchosos y poco apetecibles por el ganado, creciendo en abundancia.
Suelen ser anuales y en esta época comienzan a brotar algunos de ellos como las tagarninas (Scolymus hispanicus), las cardenchas (Onopordum macracanthum) o los cardo cucos (Eryngium campestre) cuyos tallos tiernos y pelados se cocinan en cocidos y potajes. Junto a ellos abundan la atrapamoscas (Dittrichia viscosa) empleada para eliminar las moscas de las viviendas, o la mata de liria (Andryala ragusina), una compuesta de color blanco grisáceo y flores amarillas, de cuyas raíces se obtenía una resina con la que se elaboraba la liria, una pasta pegajosa empleada para cazar pajarillos.
Levantando la vista y observando el paisaje próximo que nos rodea, alcanzan nuestra retina señas de las antiguas prácticas agrícolas de nuestros antecesores en forma de numerosas terrazas, cuyos balates constituyen en la actualidad refugio para muchas plantas que crecen al abrigo de sus piedras. En los cerros, los palmitos aparecen como manchas oscuras que salpican las laderas, concentrándose en los barrancos en busca de algo más de humedad. De vez en cuando aparecen manchas blanquecinas, de matagallos (Phlomis purpurea subsp. almeriensis) o albaidas (Anthyllis cytisoides). Las gramíneas dominan el resto del paisaje. Así, los espartales, de color verde-amarillento, se asientan sobre los suelos más profundos, y en los suelos desnudos se instalan formaciones de cerrillo (Hyparrhenia hirta) de tonos anaranjados. El delicado lastón (Brachypodium retusum), de menor tamaño, tapiza el suelo en exposiciones más sombrías y frescas.
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