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Patrimonio geológico

De las bellezas, de la singularidad de nuestro Parque estamos hablando continuamente y es a su preservación que se dirigen todos nuestros esfuerzos. Esto no es nada nuevo aunque las permanentes amenazas de agresión nos obliguen a una repetición continua, a un machaqueo que puede llegar a ser irritante para mucha gente o instituciones en las que se cruzan otros intereses o que son menos sensibles a los valores que aquí se defienden.

Yo quiero aportar mi granito de arena a este objetivo, y quisiera hacerlo hablando, paradójicamente, de las rocas, de las piedras, de los montes, de lo que podríamos englobar como la geología del Parque, porque quizás no somos totalmente conscientes de su importancia..

Foto: Cala Grande, © MA

Es verdad que no suelen faltar referencias a las características geológicas del Parque en las guías, folletos, carteles, etc. No podía ser de otra manera. Por un lado, porque si hay una región en España donde el paisaje se reduce, prácticamente, a pura geología, éste es el de Cabo de Gata y su entorno: falta de una cobertura vegetal importante, la paleta que pinta nuestros paisajes está hecha de colores minerales.

Alguien dijo que el hierro es el pintor de la naturaleza, porque el hierro es prácticamente omnipresente en cualquier roca y sus combinaciones con el aire y el agua dan lugar a una gama muy amplia de minerales con espectaculares coloraciones. Asomaos al camino de Las Negras al Playazo y admirar los colores de fragua en las cercanías de la Playa de Los Gitanos: gitanos y fragua, habría que pedir una noche de flamenco en el chiringuito vecino, en la que no faltaran martinetes. También, volviendo al hierro, podríamos decir que su total ausencia puede ennoblecer el material, como un silencio entre las notas de una sinfonía, y esas formaciones de rocas, blancas como velas, son un insólito testimonio.

Yo creo, sin embargo, que tanto o más que los colores son las formas, las increíbles y bellísimas formas que la naturaleza adquiere en nuestro entorno, la más admirable aportación que la geología hace a una tierra aparentemente desprovista de otros recursos. Pereciera que la madre tierra se ofreciera entera cuando siente secas sus ubres, y agotadas las minas en sus entrañas nos brinda el encanto de sus contornos para que nos acerquemos con respeto y con admiración a mirar, a acariciar, a no violentar jamás... ¿Puede extrañar, entonces, que esta tierra haya desde siempre atraído a geólogos y pintores, que, a la vez, tiñen de poesía sus estudios y sus obras?

Yo quiero hablaros ahora de la proyección mundial que tiene la geología de nuestro parque, a la que hay que considerar definitivamente como un patrimonio universal y la consecuencia inmediata, que ya adelanto, de que es absolutamente necesario que todos seamos conscientes de ello, porque también un patrimonio geológico, por “duro” que parezca tiene sus riesgos y puede ser dañado de forma irreparable. ¿No os desgarra, por mal ejemplo, ver esas enormes canteras descarnadas en medio de paisajes equilibrados, como cicatrices que nunca cierran?

Nuestro Parque Natural es una tierra, sobre todo, de volcanes y arrecifes. Y si a estos elementos le añadimos los que ha ido creando la erosión, como las playas, los rellenos de los valles, etc. tendremos el marco básico sobre el que han crecido nuestras plantas, sobre el que aún se yerguen honrosas ruinas de los cortijos de nuestra gente, testigos unos y otros de una noble lucha en la dureza del entorno.

El vulcanismo de Cabo de Gata, el más importante de España, es de sobra conocido y ya fue objeto, en la época de la ilustración, de la atención de científicos como Rojas Clemente, que en los albores del siglo XIX escribe un interesantísimo “Viaje al Cabo de Gata” recientemente publicado gracias al profesor Gil Albarracín. Como estos comentarios no pretenden ser una lección de geología, dejadme apenas señalar que este vulcanismo es el responsable de la riqueza minera de Rodalquilar, de las canteras antiguas de adoquines que aún vemos en nuestros cerros costeros (Cerro Romero, al sur del Playazo, los acantilados de la Mesa de Roldán, entre tantos otros) y de muchos topónimos, que aluden a sus materiales, colores o formas. Es el caso del Mirador de las Amatistas, Las Negras, Cerro Negro, La Polacra, etc.

Permitidme un paréntesis para saludar a Julián, que desde esta misma revista sugiere con gracia, que este nombre de La Polacra, que los entendidos refieren a un tipo de embarcación, debe ser más bien el de una bailaora danzando entre olas y espumas... Y a todos recomiendo la lectura del libro “El oro y las minas de Rodalquilar” de Francisco Hernández Ortiz, recién editado por la Junta, y que recoge una exhaustiva información del tema.

Las más bellas formas de nuestro querido Parque se deben, sin duda, a estas rocas vomitadas por un magma en ambientes submarinos, enfriadas unas veces con toda rapidez, removidas por nuevas convulsiones que alteraban su composición y le dejaban el regalo de sus minerales preciados, afectadas de explosiones que convertían en bombas los materiales o los reducían a blancas cenizas... De todo esto tenemos el Parque lleno, con ejemplos espectaculares que podemos ofrecer no sólo a los estudiosos sino a todos los que saben apreciar que el conocimiento científico no quita nada de belleza a un paisaje, a unas formas, porque le está añadiendo el complemento de la verdad. La belleza de las columnas basálticas ya inspiró a Mendelsohn su “Gruta de Fingal”, y nosotros las podemos admirar en tantos sitios de estos parajes, en muchos casos jalonando fallas y fracturas, como en los portentosos barrancos de Cerro Negro, o, en los espectaculares afloramientos entre Cabo de Gata y San José, cerca de la Playa del Barronal, muy bien descritos, por cierto, en las rutas geológicas de la página web www.parquenatural.org. Este enclave, por sí solo, merecería ser tratado y considerado como monumento geológico singular, al igual que ya se viene haciendo con otros afloramientos en el País y en todos los países cultos.

Por su parte, la erosión, aunque bastante respetuosa en general -a falta de uno de sus mejores aliados como es el agua- ha trabajado de forma primorosa muchas de estas rocas volcánicas. Una de las imágenes más conocidas es la “ola petrificada”, que alguien con buen gusto ha calificado de “gaudiana” en la Playa de Mónsul. A mí me siguen igualmente emocionando rincones como el Cerro del Aire, el increíble Cerro Negro, y otros parajes humildes y anónimos, en donde las andesitas parecen abrir sus bocas y querer hablarnos...
Foto: C astillo de San Ramón y Playazo © L.Villalobos

¿Os imagináis una carretera cortando esos cerros? ¿O unos cartelones publicitarios? Volcánicos son también los “bolos” de muchas de nuestras playas y calas, que pueden parecer molestas al bañista comodón, de toalla y crema solar, pero que son los testigos de unos procesos en equilibrio, frágiles y delicados, absolutamente necesitados de protección. A punto estuvieron de destruirlos en Las Negras, hace algunos años, y sólo se salvaron por la decidida y diría que heroica actuación de uno de sus vecinos, geólogo y pintor (qué casualidad), y que se llama Carlos León, todo hay que decirlo... Y estoy seguro que hoy, mis queridos vecinos de Las Negras y especialmente los más jóvenes, se alegrarán de haber salvado aquellas piedras, sus “negras”...

De los volcanes tenemos que pasar a los arrecifes. Imaginaros un mar cálido, con clima tropical, en el que emergen esas islas volcánicas, hoy mayormente desaparecidas, con playas llenas de vida y alrededor de las cuales se están formando arrecifes de corales y de algas. Las retiradas intermitentes del mar, sus oscilaciones, hacen que los arrecifes evolucionen de forma irregular, como un bosque en el que los períodos de sequía, las direcciones de los vientos, etc., condicionan su desarrollo. Y sobre el substrato rojizo o negro del material volcánico van surgiendo construcciones calcáreas blanquecinas en las que la vida va dejando su impronta. Éste es uno de los bellísimos contrastes que nos regala la geología de cabo de Gata. El fuego, el ímpetu volcánico, la dureza ciclópea, cubiertos y domados por la serenidad, la calidez de los arrecifes coralinos...

Mirad a vuestro alrededor y veréis en muchos sitios cómo esas rocas claras, en las que se ven con frecuencia las formas de capas, de una estratificación prácticamente horizontal, se superponen a las formaciones volcánicas, en lo que los geólogos llamamos una discordancia, y observad el contrate de sus colores. Encontraréis ejemplos en todo el Parque, tan expresivos como el Cerro de la Molata, o el vértice del Ricardillo, entre Las Negras y San Pedro, reconoceréis cómo los corales han formado las rocas de los bloques desprendidos próximos a la Cala del Plomo, en las canteras de la Mesa de Roldán y en tantos otros sitios. Y pasead por los alrededores del castillo de San Ramón y admirar los afloramientos de unas areniscas finas depositadas a buena profundidad al pie del talud formado por los arrecifes y en las que abundan los fósiles y las señales de bioturbación, es decir del testimonio de la vida de organismos que filtran la arena para alimentarse o que hacen sus galerías. Éste es otro enclave que merece también la consideración de monumento geológico singular.

Foto:
Grupo internacional de geólogos trabajando, © M.Esteban

Lo que quizás todo el mundo no sepa, y era el objetivo principal de estos comentarios, es la relevancia científica y la inapreciable aplicación práctica que tienen estos afloramientos de arrecifes Messinienses (así llamados por la edad de su formación, como muchos sabéis. Geólogos de todo el mundo, tanto de instituciones académicas como de las más importantes compañías petroleras, nos visitan continuamente para estudiar estos modelos de sedimentación. Buscan en ellos analogías con otras formaciones arrecifales distribuidas por todo el mundo y formadas a lo largo de toda la historia geológica, ya que constituyen uno de los entrampamientos más buscados en la exploración petrolífera.

Y de más está en hablar de la importancia económica del petróleo. Porque ocurre que estas formaciones carbonatadas, formadas casi exclusivamente por fósiles como las algas, los corales, los briozoos, etc. confieren a las rocas unas características físicas enormemente favorables para poder ser almacenes o reservorios de fluidos como los hidrocarburos. Un porcentaje muy importante de todo el petróleo que se extrae en el mundo proviene, precisamente, de este tipo de rocas. Pero no os asustéis con la palabra petróleo, sinónimo tantas veces y tan recientemente de contaminación y destrucción del medio ambiental, para que nunca mais os ocurra lo que a alguna gente que cuando ve u oye que algún geólogo petrolero va con su martillo por estos cerros, piensa que es la avanzadilla de un bosque de torres de perforación, “caballitos” de extracción, redes de tuberías, etc.

No, por favor. Lo que quiero resaltar es que las condiciones de formación, la magnífica preservación y facilidades de acceso han hecho de nuestros arrecifes Messinienses una auténtica escuela. Y a los que no tenéis relación con este mundo os asombraría la cantidad de trabajos, artículos, y libros que se publican sobre ellos, y no veréis como extraño al paisaje que una cuadrilla de geólogos, pongamos que indonesios o noruegos, traten de entender en nuestra tierra, -“mente et malleo”, con su inteligencia y su martillo- lo que tendrán que imaginar en sus países, a varios miles de metros de profundidad, bajo coberturas terrestres o marinas, y que puede ser la clave para descubrimientos notables. En nuestro propio país, en las costas mediterráneas y cantábricas, petróleo y gas se han explotado en rocas similares. Pero perdonadme que tenga que insistir en que lo que aquí tenemos y estamos ofreciendo al mundo científico y petrolero son los modelos, sin que haya razonablemente ninguna posibilidad de que nuestros arrecifes, expuestos al aire y al sol, parcialmente erosionados y sin las condiciones mínimas necesarias, puedan contener hidrocarburos comerciales. Y siento que esto pueda decepcionar a alguien.

Pero tanto vale lo que tenemos y es absolutamente necesario que todos los responsables tomen de ello conciencia porque, aparte de toda la belleza en que podamos recrearnos, estos afloramientos son, nada más y nada menos, que hojas de un capítulo hermoso del libro de la naturaleza llegados gentilmente a nosotros en condiciones excepcionales de lectura. Tratamos, con nuestros trabajos y nuestros estudios, de saber leerlos mejor cada vez, de interpretar sus líneas, de desentrañar su mensaje, pero ¿cómo nos sentiríamos si dejamos destruir estas hojas, no más que para aprovechar el papel? Esto no es únicamente una metáfora: la explotación de la cantera de la Mesa de Roldán, afortunadamente ya cerrada, ha hecho desaparecer una parte importante de uno de los mejores modelos de arrecife del contorno. Un auténtico “atolón” fósil como los que vemos en los documentales y películas de las islas del Pacífico... Y lo ha hecho para siempre.

Si la vida, plantas, animales, los hombres, necesitan de una tierra en que asentarse y sustentarse, esas propias rocas, esa tierra tienen, no lo olvidemos, su propia vida, y soportan las heridas y temen a la muerte. Que el Eco del Parque repita y propague el grito en su auxilio que hoy lanzamos.

Lorenzo Villalobos