El color de la víbora
hocicuda varía desde los grises claros
a los pardos oscuros, con la banda vertebral siempre
oscura ribeteada de negro, haciendo forma de zig-zag
o de rosario. Los laterales tienen grandes manchas
oscuras, el vientre es grisáceo y el extremo
de la cola amarillo. Sus pupilas son verticales
y la cabeza triangular con el hocico ligeramente
levantado, dándole la característica
de donde viene su nombre, ese hocico como de enfado.
Su tamaño es de 50 a 75 cm., siendo los
machos mayores que las hembras. Inicia su celo
con la primavera. Su reproducción es ovovivípara
y entre agosto y octubre la hembra pare hasta
ocho vivoreznos con un tamaño cercano a
los 20 cm. Este ofidio es un endemismo ibero-norteafricano,
beneficioso para la agricultura y los humanos
por la cantidad de roedores que se come.
Las víboras hocicudas
son difíciles de ver porque pasan el día
escondidas bajo las piedras y los matorrales,
y sólo salen con el crepúsculo,
para cazar pequeños mamíferos y
reptiles. En verano tiene la costumbre de encaramarse
a los palmitos y otros arbustos, huyendo de las
altas temperaturas del suelo, es el momento más
peligroso porque podemos encontrarnos con ellas
accidentalmente y que su mordedura se produzca
en el cuerpo, cara o cuello.
Desde hace un tiempo, la
víbora hocicuda está más
de morros que nunca porque esperaba recibir la
visita de un grupo naturalista que trataba de
fotografiarla y estudiar sus costumbres, en el
barranco del Sabinal, pero la falta de respuesta
de la dirección del Parque la ha dejado
sin visita, y a nosotros sin saber más
sobre esta enigmática y venenosa vecina
nuestra.
Mariano Torrero
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