En la Biblioteca Municipal
de Carboneras y presentado por su bibliotecaria,
MĒ José Rufete, tuvimos ocasión
de conocer al poeta y escuchar sus versos. Asistieron
alumnos del instituto «Juan Goytisolo»,
residentes extranjeros y otras ciudadanas del
pueblo pertenecientes al club de lectura dirigido
por José Payá y Mario Sanz, además
de otros lectores y amigos/as de la literatura.
En aquel momento, nadie
sabía, ni él mismo, que poco después
editaría un volumen de estudios sobre Francisco
Villaespesa, en colaboración con el crítico
literario almeriense José Andújar,
ni mucho menos que la editorial Visor editaría
su último, hasta ahora, libro de versos:
Ayer & mañana (2004).
Todas estas circunstancias
de vida y literatura muy resumidas pretenden servir
de presentación al poeta José Luis
López Bretones, vinculado al Parque como
en su día lo fueron aquellos adelantados
misioneros y después milicianos de la cultura
popular: Luis Cernuda, Miguel Prieto, Ramón
Gaya, Juan Rejano, Rafael Dieste, el propio Lorca,
Casona, etc, a través de programas institucionales
de acercamiento, como en este caso, entre el poeta
y su obra.
Hemos seleccionado una
muestra de su quehacer poético, interesados
en dar a conocer su talento literario y su inspiración
mediterránea. El primer poema que hemos
considerado es:
ÚLTIMO CREPÚSCULO
Demórate en la tarde:
que tus ojos contemplen
lo lejano, y tus pies refrenen la querencia
ligera del camino. Dorada es la distancia
y la tierra reclama una atención desnuda,
un pausado mirar, una feliz tardanza.
Demórate en la tarde, un momento, una hora
si lo deseas. Pero entiende que es la última:
que ninguna otra, acaso, habrás de contemplar
alzada de ese modo sobre la faz del cielo.
Entiende que no es junio quien así te ofrece
esa luz, la indecisa dulzura de los aires,
sino tu vida misma, posada en el paisaje:
el mundo conjurado, de pronto, ante tus ojos.
Pertenece a Ensayo ante
un paisaje (1996). El propio título señala
la vinculación entre poesía y pintura.
El «ensayo» parece apuntar al «boceto»,
más que al «borrador». Es decir,
pertenece más al mundo del poeta integral,
que al mundo del aprendiz de brujo. Ese verso,
«tu vida misma, posada en el paisaje»,
nos parece el resumen más acabado de esta
poética.
Su siguiente libro nos
sorprende con una combinación de textos
en prosa y en verso. Acaso el verso no posea suficiente
capacidad figurativa y cromática, ya que
encuentra limitado, por su cantidad silábica,
el número de palabras. Es verdad que el
verso tiene su autonomía y cada uno puede
ser una nota musical o ser parte de una sinfonía,
pero la prosa poética, desplegada por ilustres
predecesores en nuestra tradición (Bécquer,
Juan Ramón, Machado, Cernuda), permite
que José Luis proyecte su visión
literaria sobre la realidad a cuenta de un cuadro
instantáneo, sin duda provisional, pero
certero sobre esa misma realidad figurada.
El título del libro
es definitivo: El lugar de un extraño (1998).
Acuden a nuestra mente los textos de Albert Camus
(El extraño, La peste, El exilio y el reino,
El hombre rebelde), el existencialismo, el mestizaje,
la hybris, que se despliegan tanto en la forma
como en el contenido.
En el siguiente texto,
el dulce recuerdo del lugar (el mar) y del tiempo
(la tarde), no es obstáculo para la conclusión
irónica final: «íbamos abandonando
inútilmente nuestros años».
Y su lectura alcanza otro significado más
sutil, menos acomodaticio a su referencia primera.
EL ÚLTIMO SOL DE
LAS ORILLAS
Costumbre era vivir entre
los brazos de la tarde, junto a la brisa de una
orilla que tantas veces habíamos pisado.
Allí alguien hablaba: Mañana
no llegará nunca -nos decíamos.
Y era nuevamente rojiza la mañana, y el
mediodía era un azul del tamaño
del cielo derramado. Caía el sol y despertaba
un designio de labor en los campos, una jornada
de flor en los frutos, un abundante latir de aparejos.
Pero la tarde era costumbre lo mismo que los ojos,
lo mismo que los pasos sin tarea, que los besos
tenues o casuales, dibujados bajo la sombra oblicua
de algunas tapias rotas.
Costumbre no es necesidad: las tardes eran nuestras
y apoyaban toda su luz -que parecía tan
ligera- sobre los hombros y las espaldas desnudas
de quienes allí gustábamos del último
sol de las orillas.
Las olas nos hacían resignarnos con dulzura.
Y su rumor era como el silencio demorado con el
que, sin saberlo, íbamos abandonando inútilmente
nuestros años.
Del poemario La extrañeza
(Palma de Mallorca, 2001), que recoge una muestra
de sus poemas publicados entre 1992 y 2001, destacamos
este poema por su dominio del verso clásico.
El tema la ausencia
del ser amado-, de la mujer deseada y presentida,
reaparece en otros textos, pero siempre el poeta
domina el sentimiento y la expresividad; el poema
es la reflexión distanciada que facilita
el recuerdo y construye un instante, como un cuadro
cerrado por un tiempo imposible de recuperar.
LA AUSENTE
No sé de ti, ni
sé de dónde viene
la obstinada costumbre de tu ausencia,
ni si hay algo que buscas, ni la esencia
de las cosas que tu alma contiene.
No sé, amor, de
qué modo retiene
el curso de los días tu presencia,
ni qué afanes te ocupan, ni qué
urgencia
distinta de esta mía de quererte.
Sólo conozco un
cuerpo, el entregado
latido de tu piel entre la sombra,
el tacto de tu voz, y las esperas...
Y espero. Y cuando partes
de mi lado
tan sólo escucho al miedo que me nombra:
si llegaras, amor, si tú vinieras.
El propio poeta nos confiesa
que el poema no está al servicio de nada,
excepción hecha de servir como vía
de conocimiento crítico -y por ello, siempre
provisional- de la realidad. Por ello
sus poemas se presentan a modo de confesión
(«no sé, amor,», «Y espero...»),
pero los recursos irónicos, distancian
el sentimiento y se da paso a la reflexión
que le evita caer en el sentimentalismo. El paisaje
está ahí, forma parte de la materia
de los recuerdos, pero el gozoso imprevisto del
final deja una camino abierto a la esperanza.
Así ocurre con el siguiente poema de El
lugar de un extraño.
TE HE VISTO LLORAR
Te he visto llorar.
También he visto
cómo las rocas de los acantilados
chorrean agua y espuma por todas sus grietas
al retirarse la ola que ciegamente las había
golpeado.
Y no sé cuál de las dos cosas me
conmueve más.
Tan sólo sé
esto:
el mar seguirá ocupando su espacio
y tú, confusa o satisfecha, el tuyo.
Y lo que para unos es condena o circunstancia
otros lo llamarán orden, exigencia.
Qué más da,
si todo cuanto existe,
si todas sus materias y maneras
llevan en la entraña el corazón
central del cumplimiento.
Ríe, ahora que la
marea se retira.
Todos estamos perdidos:
muchos seres en pie, muchos atados a tierra.
Finalmente hemos seleccionado
el poema siguiente de su último libro,
Ayer y mañana (2004).
VÍSPERAS DEL MAR
Todo lo toca el mar con
sus orillas,
su presencia no se hace nunca ambigua:
una concreta luz, la declinante
ondulación de las colinas,
un camino terroso, poblado de retamas,
la cualidad distinta y sugestiva de los aires
y otras cosas que sería prolijo enumerar
porque todo el mundo reconoce,
nos anunciaron siempre esa inminencia azul,
esa proximidad deseante y deseada
que pronto aprendimos a enlazar con la esperanza.
Más firme en la
memoria,
más perdurable que ninguna otra circunstancia
vivida o simplemente imaginada
es esa sensación de estar llegando
después de mucho tiempo
a sus provincias espaciosas:
la sensación que nos remite finalmente
a sus bahías,
a su violento abrazo cumplido y luminoso.
Todo lo toca el mar con
sus orillas:
lo anuncian unos pasos siempre iguales,
una misma verdad indiferente
al peso de los años, al cambio de los climas,
al apretado cerco de piedra o de arenisca
que envuelve y que detiene una presencia siempre
idéntica.
¿Y qué lugar
es este que nos llama,
que quiere que corramos a su encuentro
guiándonos inconfundiblemente
hacia su dulce y rumoroso inicio?
Todo lo toca el mar con
sus orillas.
Y en todos los paisajes, y en todas las palabras,
en todas la pasiones ocultas o aplazadas
hay algo contenido y fuerte
que secretamente tal vez le corresponde.
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