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Viaje literario por el Parque

Cuando José Luis López Bretones realizaba sus visitas obligadas a la comarca del Levante, como coordinador del Plan andaluz de Fomento de la lectura (2002-2004), dirigido por el Centro Andaluz de las Letras, muy pocos sabían que era poeta. Más aún, poeta traducido al italiano, galardonado con diferentes premios y con varios libros publicados. Además presentaba en su corto y joven currículum literario la vocación de editor, Libros de Madrid (Madrid, 2001) de Juan Ramón Jiménez, que contiene más de un centenar de poemas inéditos del autor de Moguer. Es coordinador del Aula de Poesía del Ayuntamiento de Almería desde 1999 y, actualmente, es director del Centro de Arte Museo de Almería.

Foto: Playa de Mónsul, © MA

En la Biblioteca Municipal de Carboneras y presentado por su bibliotecaria, MĒ José Rufete, tuvimos ocasión de conocer al poeta y escuchar sus versos. Asistieron alumnos del instituto «Juan Goytisolo», residentes extranjeros y otras ciudadanas del pueblo pertenecientes al club de lectura dirigido por José Payá y Mario Sanz, además de otros lectores y amigos/as de la literatura.

En aquel momento, nadie sabía, ni él mismo, que poco después editaría un volumen de estudios sobre Francisco Villaespesa, en colaboración con el crítico literario almeriense José Andújar, ni mucho menos que la editorial Visor editaría su último, hasta ahora, libro de versos: Ayer & mañana (2004).

Todas estas circunstancias de vida y literatura muy resumidas pretenden servir de presentación al poeta José Luis López Bretones, vinculado al Parque como en su día lo fueron aquellos adelantados misioneros y después milicianos de la cultura popular: Luis Cernuda, Miguel Prieto, Ramón Gaya, Juan Rejano, Rafael Dieste, el propio Lorca, Casona, etc, a través de programas institucionales de acercamiento, como en este caso, entre el poeta y su obra.

Hemos seleccionado una muestra de su quehacer poético, interesados en dar a conocer su talento literario y su inspiración mediterránea. El primer poema que hemos considerado es:

ÚLTIMO CREPÚSCULO

Demórate en la tarde: que tus ojos contemplen
lo lejano, y tus pies refrenen la querencia
ligera del camino. Dorada es la distancia
y la tierra reclama una atención desnuda,
un pausado mirar, una feliz tardanza.
Demórate en la tarde, un momento, una hora
si lo deseas. Pero entiende que es la última:
que ninguna otra, acaso, habrás de contemplar
alzada de ese modo sobre la faz del cielo.
Entiende que no es junio quien así te ofrece
esa luz, la indecisa dulzura de los aires,
sino tu vida misma, posada en el paisaje:
el mundo conjurado, de pronto, ante tus ojos.

Pertenece a Ensayo ante un paisaje (1996). El propio título señala la vinculación entre poesía y pintura. El «ensayo» parece apuntar al «boceto», más que al «borrador». Es decir, pertenece más al mundo del poeta integral, que al mundo del aprendiz de brujo. Ese verso, «tu vida misma, posada en el paisaje», nos parece el resumen más acabado de esta poética.

Su siguiente libro nos sorprende con una combinación de textos en prosa y en verso. Acaso el verso no posea suficiente capacidad figurativa y cromática, ya que encuentra limitado, por su cantidad silábica, el número de palabras. Es verdad que el verso tiene su autonomía y cada uno puede ser una nota musical o ser parte de una sinfonía, pero la prosa poética, desplegada por ilustres predecesores en nuestra tradición (Bécquer, Juan Ramón, Machado, Cernuda), permite que José Luis proyecte su visión literaria sobre la realidad a cuenta de un cuadro instantáneo, sin duda provisional, pero certero sobre esa misma realidad figurada.

El título del libro es definitivo: El lugar de un extraño (1998). Acuden a nuestra mente los textos de Albert Camus (El extraño, La peste, El exilio y el reino, El hombre rebelde), el existencialismo, el mestizaje, la hybris, que se despliegan tanto en la forma como en el contenido.

En el siguiente texto, el dulce recuerdo del lugar (el mar) y del tiempo (la tarde), no es obstáculo para la conclusión irónica final: «íbamos abandonando inútilmente nuestros años». Y su lectura alcanza otro significado más sutil, menos acomodaticio a su referencia primera.

EL ÚLTIMO SOL DE LAS ORILLAS

Costumbre era vivir entre los brazos de la tarde, junto a la brisa de una orilla que tantas veces habíamos pisado.
Allí alguien hablaba: “Mañana no llegará nunca” -nos decíamos. Y era nuevamente rojiza la mañana, y el mediodía era un azul del tamaño del cielo derramado. Caía el sol y despertaba un designio de labor en los campos, una jornada de flor en los frutos, un abundante latir de aparejos.
Pero la tarde era costumbre lo mismo que los ojos, lo mismo que los pasos sin tarea, que los besos tenues o casuales, dibujados bajo la sombra oblicua de algunas tapias rotas.
Costumbre no es necesidad: las tardes eran nuestras y apoyaban toda su luz -que parecía tan ligera- sobre los hombros y las espaldas desnudas de quienes allí gustábamos del último sol de las orillas.
Las olas nos hacían resignarnos con dulzura. Y su rumor era como el silencio demorado con el que, sin saberlo, íbamos abandonando inútilmente nuestros años.

Del poemario La extrañeza (Palma de Mallorca, 2001), que recoge una muestra de sus poemas publicados entre 1992 y 2001, destacamos este poema por su dominio del verso clásico.

El tema –la ausencia del ser amado-, de la mujer deseada y presentida, reaparece en otros textos, pero siempre el poeta domina el sentimiento y la expresividad; el poema es la reflexión distanciada que facilita el recuerdo y construye un instante, como un cuadro cerrado por un tiempo imposible de recuperar.

LA AUSENTE

No sé de ti, ni sé de dónde viene
la obstinada costumbre de tu ausencia,
ni si hay algo que buscas, ni la esencia
de las cosas que tu alma contiene.

No sé, amor, de qué modo retiene
el curso de los días tu presencia,
ni qué afanes te ocupan, ni qué urgencia
distinta de esta mía de quererte.

Sólo conozco un cuerpo, el entregado
latido de tu piel entre la sombra,
el tacto de tu voz, y las esperas...

Y espero. Y cuando partes de mi lado
tan sólo escucho al miedo que me nombra:
si llegaras, amor, si tú vinieras.

El propio poeta nos confiesa que el poema no está al servicio de nada, excepción hecha de servir como vía de conocimiento crítico -y por ello, siempre provisional- de la “realidad”. Por ello sus poemas se presentan a modo de confesión («no sé, amor,», «Y espero...»), pero los recursos irónicos, distancian el sentimiento y se da paso a la reflexión que le evita caer en el sentimentalismo. El paisaje está ahí, forma parte de la materia de los recuerdos, pero el gozoso imprevisto del final deja una camino abierto a la esperanza. Así ocurre con el siguiente poema de El lugar de un extraño.

TE HE VISTO LLORAR

Te he visto llorar.
También he visto
cómo las rocas de los acantilados
chorrean agua y espuma por todas sus grietas
al retirarse la ola que ciegamente las había golpeado.
Y no sé cuál de las dos cosas me conmueve más.

Tan sólo sé esto:
el mar seguirá ocupando su espacio
y tú, confusa o satisfecha, el tuyo.
Y lo que para unos es condena o circunstancia
otros lo llamarán orden, exigencia.

Qué más da, si todo cuanto existe,
si todas sus materias y maneras
llevan en la entraña el corazón central del cumplimiento.

Ríe, ahora que la marea se retira.
Todos estamos perdidos:
muchos seres en pie, muchos atados a tierra.

Finalmente hemos seleccionado el poema siguiente de su último libro, Ayer y mañana (2004).

VÍSPERAS DEL MAR

Todo lo toca el mar con sus orillas,
su presencia no se hace nunca ambigua:
una concreta luz, la declinante
ondulación de las colinas,
un camino terroso, poblado de retamas,
la cualidad distinta y sugestiva de los aires
y otras cosas que sería prolijo enumerar
porque todo el mundo reconoce,
nos anunciaron siempre esa inminencia azul,
esa proximidad deseante y deseada
que pronto aprendimos a enlazar con la esperanza.

Más firme en la memoria,
más perdurable que ninguna otra circunstancia
vivida o simplemente imaginada
es esa sensación de estar llegando
después de mucho tiempo
a sus provincias espaciosas:
la sensación que nos remite finalmente a sus bahías,
a su violento abrazo cumplido y luminoso.

Todo lo toca el mar con sus orillas:
lo anuncian unos pasos siempre iguales,
una misma verdad indiferente
al peso de los años, al cambio de los climas,
al apretado cerco de piedra o de arenisca
que envuelve y que detiene una presencia siempre idéntica.

¿Y qué lugar es este que nos llama,
que quiere que corramos a su encuentro
guiándonos inconfundiblemente
hacia su dulce y rumoroso inicio?

Todo lo toca el mar con sus orillas.
Y en todos los paisajes, y en todas las palabras,
en todas la pasiones ocultas o aplazadas
hay algo contenido y fuerte
que secretamente tal vez le corresponde.

Foto: Los Escullos, © MA

Quizás sea el mejor ejemplo de esa poética de la realidad, que golpea incesante y cierta, en nuestras orillas, conjugada con una reflexión que se resiste y no se entrega definitivamente a la voluptuosidad que se le presenta ante sus ojos. El «yo» cree dominar una realidad que se le escapa de las manos, como se le escapa su nombre («¿Y qué lugar es éste que nos llama?»). Su nombre es mar y su apellido las orillas. Su reino el Parque Natural marítimo-terrestre.

Miguel Galindo