Mi nombre es Dudú. Soy
un perro de raza indefinida. Aún recuerdo cuando
apenas nacer me acurrucaba junto a mi madre y mis hermanos.
¡Qué grato recuerdo aquél del calor
de la familia! Ahora soy un sin techo, pues
apenas unas semanas de vida, cuando crecí un
poco, dejé de ser un juguete en la casa de los
humanos donde residía. La
vida es muy dura para los perros vagabundos.
Se acerca el invierno y las primeras
nieves hacen su aparición, posándose en
los árboles y casas, trayéndome el recuerdo
de aquel portal de Belén que con tanto esmero
construían mis amos. Pronto se me borra de la
mente cuando empiezo a tiritar, y un halo de frío
recorre todo mi cuerpo. He de encontrar refugio de inmediato
pues los grados bajan aceleradamente como si de una
carrera se tratara. Diviso una obra y allí, en
un rinconcito, me acurruco intentando soportar el helor
que siento.
Concilio el sueño más
tieso que un mástil. Apenas transcurre un rato
me despierto sobresaltado con un pellizco en el estómago.
¡Tengo hambre! Apresurado, corro para entrar en
calor, y voy a parar a la puerta de un restaurante.
A través de los cristales puedo ver cómo
se divierten calentitos las personas que allí
no paran de comer. Tal vez en los contenedores de basuras
encuentre las sobras de sus comidas. Nada más
empezar a hurgar, algo parecido a un obús se
estrella contra mí: es un camarero que practica
fútbol conmigo, como si de un balón se
tratara.
Maltrecho, hambriento y helado
se me ilumina el rostro al ver a la perrita de mis sueños
contonearse ante mí. Su nombre es Fifí,
vive frente a mi obra-refugio, y tontea conmigo cuando
me ve. Va con su amo y no puede parar. Aun así
gira su cabecita y me mira esbozando una sonrisa picarona
e insinuante. Todo el frío que tenía se
me va, pues se me ha subido la temperatura y el corazón
se me ha acelerado vertiginosamente.
La navidad ha llegado y la jungla
de asfalto se ha vestido con sus mejores galas para
recibirla con un sinfín de luces y cantos que
me hacen añorar más el calor del hogar.
Atontado por este pensamiento a punto he estado de que
me atropellen. Escapo por los pelos y me paro a descansar
en un banco de madera. Delante mía juegan unos
padres con su hija pequeña. Me gusta observarlos
como si de mi familia se tratara. Se han unido al grupo
unos amigos de los padres y se han enfrascado en una
conversación, olvidándose por completo
de la pequeña. Ésta, aburrida, divisa
al otro lado de la calle un escaparate con juguetes
y, ni corta ni perezosa, se dispone a cruzar la calle.
El tráfico es tremendo y puedo ver cómo
un coche se dirige a toda velocidad contra la niña.
Ladro, pero nadie me hace caso. ¡La niña!...
¡Que la atropellan! Salgo como un cohete y la
agarro con la boca por el vestido, como si de un cachorro
se tratara. Menos mal que es pequeñita y la puedo
agarrar en peso. El coche nos pasa rozando.
El espectáculo posterior
es el siguiente: la niña llorando, los padres
corriendo hacia nosotros, los transeúntes asustados
y sorprendidos nos rodean. Todos me miran. Mi primera
reacción es huir, pero noto como unos pequeños
brazos me rodean y entre sollozos la pequeñita
comienza a besarme. Los padres se fijan en mi collar,
en el que llevo impreso mi nombre. Con una gran sonrisa
gritan: este perro es un héroe. Su nombre es
Dudú. ¡Qué helado y delgado está!
La mamá se acerca y me dice: nunca pasarás
más hambre y frío, pues has encontrado
una familia que cuidará siempre de ti.
Desde entonces, cuando llega la navidad, me lleno de
alegría, ya que me trajo un regalo que jamás
podré olvidar: un hogar. Colorín colorado
este cuento se ha acabado.
Regalo de Julián
para una amiguita suya
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