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Piedra de aceite

Hace muchísimo tiempo, cuando la Tierra era joven, en uno de esos cambios abruptos, sucumbieron incontables seres vivos que habitaban zonas acuáticas. Antiguos mares y enormes lagunas desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos enterrados bajo toneladas de sedimentos minerales. Los inmensos cementerios, por circunstancias especiales, se convirtieron en una extraña sustancia oleosa muy peculiar.

Foto: © MG  

La Madre Naturaleza, que como todos sabemos es muy sabia, se percató de que aquella extraña sustancia nueva no se comportaba dentro de los ciclos naturales, dada su condición orgánica; observó, además de su incorruptibilidad (como el brazo de Santa Teresa, que a punto estuvo de poner unos altarcitos), que poseía un alto poder de toxicidad muy preocupante. Meditando sobre el tema a ver si encontraba una solución para los daños colaterales, y como con esta oveja negra no había contado, decidió que lo mejor era soterrar el asunto para que no incordiara más. Dicho y hecho, las bolsas de materia peligrosa repartidas por el mundo fueron aisladas y sepultadas a miles de metros de la superficie para que su poder dañino no pusiera en peligro el resto de su trabajo.

Transcurrió otro montón de miles de años y el hombre, en su inexorable carrera evolutiva, y por una de esas casualidades de la vida, descubrió el pringoso y negro material, que por algún fallo en los sistemas de control de calidad se escapaba por pequeñas rendijas llegando al exterior. Cierto es que al principio no se prestó mucha importancia a la piedra de aceite, sirvió para calafatear los barcos y para algunos menesteres más.

Foto: © MG
 

Siglos después, allá por 1859 en un pueblo de Pennsylvania (EEUU), un iluminado realizó la primera perforación petrolífera (curiosamente no he conseguido averiguar el nombre del susodicho ¿Le habrá dado vergüenza?). Pero a partir de ahí unos cuantos avispados crearon el mayor y más destructivo negocio: el nuevo dios del siglo XX se llama ORO NEGRO.

El ser humano, terco por naturaleza además de codicioso, nunca se ha parado a pensar por qué el pringue negro estaba tan bien escondido, tan sólo se ha preocupado de sumar ceros en las cuentas bancarias de unos pocos; lo de perforar más allá de los 8.000 m de profundidad ha sido sólo una anécdota. Así el esfuerzo de la Gran Madre por ocultarnos tan abajo aquel material tan peligroso no sirvió para nada. El oscuro dios expandió su omnipotencia por todo el globo, pidiendo sacrificios y guerras para enaltecer su dominio.

Por cierto ¿Os habéis percatado que vivimos impregnados de detritos orgánicos?

Magy