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II Parte
Es que todas esas
moscas te dan qué pensar. Son tan
valientes, las espantas, y vuelven a por
más. Recuerdan, un poco, a los pilotos
suicidas japoneses
¡ Y son tan rápidas!
Claro está,
cuentan con una inteligencia casi líquida;
y se tarda muy poco en enviar un mensaje
eléctrico tan sólo a un par
de milímetros. O sea, cuando tú
te das cuenta que te pica la ceja, una mosca
ya se habría rascado, y estaría
en pleno vuelo, en busca de su próximo
bocado.
Ellas sí que
no pierden el tiempo meditando. En realidad,
no piensan en absoluto. Su mente reactiva
es naturalmente genética. Nacen sabiendo
qué tienen que hacer: SOBREVIVIR.
Esto implica: moverse bien rapidito cuando
captan cualquier señal de movimiento
(tanto de masa como de luz); encontrar comida
(ellas de tapas, y cualquier fuente de mierda
orgánica para su prole). Pan comido
¡Aunque sólo sea a migajas!
Ser tan pequeña
también ayuda. Sobre todo su ligereza.
El aire desplazado por
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movimiento
potencialmente peligroso suele, incluso, ser suficiente
para expulsarlas fuera de peligro. ¡Y son tan
rápidas!
Pero la velocidad
y la pequeñez, como estilo de vida, tiene sus
desventajas. El matamoscas, de sencillo diseño,
es un arma muy eficaz. Hasta se pueden cazar con las
manos (en la mesa o en la luz), una vez que descubres
su debilidad: no entienden lo del tiempo.
No se pueden mover
con tal velocidad sin ser insensible a la lentitud.
Ellas no ven tus movimientos, si eres lo bastante sigiloso.
Para pillarlas sólo has de acortar las distancias.
Lentamente. Ellas ignoran tus acciones lentas.
¡Pero ojo!
Cuidado con tu propia sombra. Entre luz y sombra no
hay distancia, y tu sombra siempre se mueve rápido
en sus limites. Así que, acércate desde
su sombra, ¡Y no seas borde!
F.M.
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