Atardecer en el Cabo de Gata
Color cobre y arena, este sol se despide.
Brilla rojo de sangre,
cumplido ya el timón de la batalla.
Vivo sol de la luz
oscura como el centro
llagado de la tierra.
Vengo aquí a llorar
de sed y de hermosura.
Dorada sangre, tanta
que el barco se desborda
y mi quilla atraviesa,
perfecta y malherida.
Terminó la batalla.
Recojamos puñales y armadura.
Que la lengua del mar
nos lave de este incendio
para volver mañana. |
Representa un excelente poema sobre la decadencia y la transfiguración, pues no otra cosa significa el ocaso del sol en la cultura occidental desde el maestro del simbolismo moderno, Charles Baudelaire. Las palabras y versos así lo proclaman al comienzo: «se despide», «cumplido» y la batalla incruenta solo puede concluir con el deseo del agua para calmar las quemaduras del «incendio» y volver al empeño por la luz al día siguiente.
El poema presenta 17 versos, organizados en seis estrofas, con predominio de los tercetos (3), más un cuarteto y dos pareados. La organización no es aleatoria, sino pensada y construida mediante una geometría que pone en relación las estrofas pareadas, que remiten al yo y a la lucha personal, en contraste con las otras más descriptivas. Importa la última, a modo de exhortación o petición, que el poeta reclama para la vida: un nuevo mar que lava las desdichas del día y nos invita a volver al día siguiente, es decir, a mantener despierto el espíritu de la lucha ante el incendio cegador de la luz al atardecer en el Cabo de Gata.
No se vale de la rima, sino de la musicalidad que aporta la cuidadosa selección de sustantivos y adjetivos, similar al ritmo modernista e impresionista del pie métrico de cuatro por tres (4x3 ó 3x4) que nos ofrece el heptasílabo, el hemistiquio culto del verso alejandrino.
Mediante esta geometría visual, se desarrolla la estampa emocionada y lúcida del paso de la luz sobre un instante de la vida, registrada y plasmada en el poema. El pensamiento alegórico planea a lo largo del mismo al enfocar su arquitectura como una metamorfosis de la luz sobre los cuerpos, al tiempo que alude a la vida como una travesía lumínica.
El título resume el tema de la composición y desde él se expanden las emociones sentidas por el yo lírico mientras la luz solar se incendia terminal y momentáneamente anunciando que la noche se aproxima.
Los primeros tercetos describen con sutileza la evolución del astro: color cobre, brilla rojo hasta convertirse en luz oscura. El pareado, a modo de eclosión sentimental y confesional, cierra esta parte con la inclusión del ser, su soledad (vengo a llorar) amortiguada por la belleza del Cabo de Gata. Esta confesión de entrega mística alcanza su cota más elevada en este instante de transfiguración: luz cegadora de la que se sale «malherida».
A partir de ese momento la vida se interpreta como "batalla", el poema se torna épico, altivo, de ahí "puñales y armadura", el disfraz de lo cotidiano ante el cual se testimonia por un lado la desnudez del cuerpo entregado a la luz y, por otro, el deseo de repetir el luminoso ascenso a la experiencia del goce, la invitación al regreso: "Que la lengua del mar/ nos lave de este incendio/ para volver mañana".
Aquí aguardamos sus versos tan certeros como humanos, más aún, sensitivos y telúricos, que invitan a la vida, al goce de la luz en sí misma, que derrama la hermosura paradisíaca del Cabo de Gata, refugio para llorar de sed, estigma que gozar de hermosura.
Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque
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