Con este nombre se agrupan una serie de plantas cuya característica común es que son pinchosas. Sus espinas pueden presentarse en las hojas, en los tallos e incluso alrededor de las inflorescencias, constituyendo en ocasiones auténticas armas defensivas. La mayoría pertenecen a la familia de las compuestas, aunque como cardos conocemos también a algunas especies de umbelíferas. Esta época, en la que florecen dando color a las pardas cunetas de las carreteras del Parque, es la mejor para conocerlos.
Su apetencia por entornos algo alterados, ricos en nitrógeno, los hace habituales de sitios con pastoreo, y en este entorno sus espinas resultan vitales para protegerse de la herbivoría. Sin embargo vamos a ver cómo estas verdaderas armaduras, no les sirven para defenderse de una infinidad de fauna que ven en ellos parte de su despensa natural. |
Podemos acompañarlos en su etapa vital. Puesto que suelen tratarse de especies anuales (a veces pierden la parte aérea en verano), que han de germinar o brotar cada primavera. En esta etapa de su vida, raíces, hojas y tallos tiernos son vulnerables y son comidos por distintos animales, entre ellos el ser humano que los consume como verduras silvestres, encontrándose entre los ingredientes de guisos y platos tradicionales. En este grupo encontramos las tagarninas o cardo cristo (Scolymus hispanicus), de gran tamaño e inflorescencias de color amarillo vivo dispuestas a lo largo de los largos tallos, o el cardo cuco, corredor o burrero (Eryngium campestre), una umbelífera de menor tamaño y color verde grisáceo cuyas inflorescencias se rodean de unas brácteas en forma de estrella. Este uso queda manifiesto en esta receta de un plato de la comarca, “las hierbas”: Se pican y cuecen los tallos y las hojas tiernas del mojino blanco (Anacyclus clavatus) con collejas (Silene vulgaris), acelguillas (Beta maritima), patagallina (Calendula arvensis), capitana (Limonium sinuatum), cardo cristo o tagarninas (Scolymus hipanicus) y un tallo de amapola (Papaver rhoeas), en cantidad suficiente para llenar una olla. Se sofríen tomates, cebollas, tocino y carne de cerdo añadiendo garbanzos y patatas ya cocidas. Se majan en el mortero pimiento seco, ajos, cominos, matalauva, una pizca de canela y sal y se añaden al sofrito. Una vez dorado, se añaden las hierbas y agua para cubrirlo todo. Cuando se consuma el agua se puede servir.
Ya durante la floración, los cardos ofrecen abundante polen, alimento energético y por tanto atractivo para muchos insectos entre ellos escarabajos, abejas y abejorros; que participan así activamente en su polinización. Su beneficio es doble, pues además de alimentarse, en ese momento hay insectos que realizan la puesta de sus huevos entre las flores, conocedores de las propiedades nutricias de las semillas de estas especies, algunas de gran tamaño y con mucha sustancia de reserva. Las larvas, cuando nacen, lo hacen en medio de todo un banquete, que devoran con rapidez y avidez. Si queréis comprobadlo, mirad en el interior de las cabezuelas de alguno de los cardos abundantes en nuestras cunetas, como los cardos cabreros (Carthamus lanatus y Phonus arborescens) o la cabeza de pollo (Carlina hispanica), seguro que encontraréis gusanitos o sus restos.
También pequeños pájaros granívoros como los colorines hacen malabarismos entre las espinas para alcanzar sus semillas, una de sus comidas favoritas. Suelen posarse en cardos algo grandes que soportan su peso, como en las moradas cardenchas o cardos borriqueros (Onopordum macracanthum) o en los cardos marianos o lecheros de floración más temprana (Sylibum marianum).
Es un complicado equilibrio de intereses, en el que todo el esfuerzo invertido por las plantas resulta recompensado si en el suelo queden semillas suficientes para germinar al año siguiente, asegurando así la supervivencia de la especie.
Muchas otras especies de cardos salpican nuestros campos y cunetas. Con atención podréis aprender a distinguirlos, y después de leer esto esperamos que, tras su fiero aspecto, seáis capaces de descubrir el lado generoso y amable de estas plantas, eso sí, con cuidado de no pincharos.
J.B. El Albardinal |