A nosotros nos interesa por varios motivos: la poesía inspirada a las orillas húmedas del Parque natural y, de paso, reseñar su participación en el Aula de Literatura de Roquetas de Mar, invitado por la poeta y coordinadora del Aula Pilar Quirosa-Cheyrouze. Con tal motivo el Cuaderno nº 18, dedicado a Rafael, recoge Trece poemas con mar de fondo. Nos ha permitido comprobar el amor y la estrecha relación que el yo lírico mantiene con el mediterráneo, por ejemplo, el poema 4 comienza así: A veces voy al mar, como a la muerte/ o como al cuerpo extenso/ de una mujer. En Las edades del frío (1988) es más preciso:
Recuerdo aquella playa…
Aquellas rocas salpicadas
de sal por el levante
y lo que es aún más intimista y querencia necesaria al final del poema:
Pero recuerdo todavía
aquel último sol y aquella playa.
Recuerdo aquel olvido.
El mar como experiencia de vida unida al recuerdo y recurso contra el olvido, pero por eso mismo lugar de aprendizaje, de revelaciones y analogías que el poeta encuentra entre las arenas, por los guijarros. Una perfecta alegoría entre el mar y el tiempo se encuentra en el poema 17:
Hay en el tiempo dársenas
en las que el incesante devenir
fondea; remansos que detienen
el curso natural de las horas.
Por estas apreciaciones y estas enseñanzas que recibe del mar, el poeta retorna a sus convicciones, a un pensamiento esencial, casi aforístico: (Poema, 14)
Más segura es la duda. Los caminos
del mar son infinitos y cualquier deriva
puede llevar a puerto.
La eternidad es una inmensa
encrucijada.
Como es fácil comprobar, una tensión entre la mar y la tierra, entre la memoria y el olvido, también un deseo de eternidad en la transparencia de los elementos esenciales, predominan en la profunda reflexión con que son tratados los parajes naturales.
Así queda explícito en el siguiente poema, incluido en Al fin y al cabo (vid. Eco del Parque nº 48, 2009):
No era la cala recoleta aquella
donde mis pasos profanaban
la arena virginal, ni la inminencia
del desierto cercano, dirigiendo
moroso e implacable sus vanguardias
hacia la orilla;
no era
la brisa matinal, que dibujaba
fríos regueros en la piel, ni era
la roca solitaria
y su oscuro reflejo tembloroso
en un rincón del agua, ni era
la claridad total
alzando, trascendiendo
el mar y sus confines.
Era la transparencia en puro estado
inmaterial, ajena
al agua, al aire, a la luz misma,
que traspasaba la conciencia e iba,
gozo a gozo, deslumbre tras deslumbre,
tomando posesión de la mañana.
Un poema del no y, paradójicamente, afirmativo. Puede observarse que una afirmación negativa "No era"/ "Era" estructura todo el poema y ofrece un sentido nuevo a la lectura. Al mismo tiempo que describe en negativo se despliegan ante nosotros los valores positivos que aparecen rechazados: cala recoleta, arena virginal, desierto cercano, roca solitaria, rincón del agua, claridad total. De esta manera tan sutil nos conduce de sorpresa en sorpresa hasta esa estrofa final, apoteósica y digna de un poeta místico: Era la transparencia en puro estado.
Tanta luz traspasa la conciencia que se deja deleitar al contacto con el tiempo, empujada por el "deslumbre tras deslumbre", hasta tomar posesión de la mañana, de su día. Es el momento de las bodas, eternidad que no se deja nombrar, salvo cuando es poseída y nombrada por el poeta "inmaterial, ajena al agua, al aire, a la luz misma". De este modo se nombra el éxtasis de la vida gozosa, situada más allá del paisaje intimista, descrito en un despertar fugaz de belleza necesaria.
Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque
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