Poniendo la palabra silencio en Google, aparece primero un video de David Bisbal en el que canta gritando:
Silencio, tan grande, tan vacío y tan muerto
Silencio, que llena cada espacio en mi cuerpo
cómo duele este silencio
No, no es este silencio de Bisbal al que me refiero, es más el silencio silencioso del que quiero hablar. Ese silencio que se hace presente después de que se hayan ido los turistas del verano. Cada año la misma sensación: en un momento dado, de repente, siempre de forma inesperada, un día de septiembre se puede escuchar que no hay nada por escuchar. Ni gritos, ni coches, ni ambulancias, ni motos, ni perros… nada.
Es como si el mundo hubiera dejado de girar, sabiendo, claro, que el giro del mundo no produce ningún sonido, pero el silencio es tan abrupto que puede tener consecuencias inmediatas en otros sentidos, casi como un efecto secundario, no quieres ni respirar para no perturbar este silencio silenciosísimo.
No pasan muchos segundos sin que, por supuesto, vuelvan a aparecer gritos, coches, motos, perros y ruidos de todo tipo; pero por las noches se alargan esas fases silenciosas, y si no hay viento, el silencio nocturno llega a ser inquietante. La caída de la hoja de un ficus puede llegar a ser tan ruidosa que te hace levantar e ir a ver qué será lo que pasa fuera.
Me imagino que muchos de los que visitan el Cabo de Gata vienen porque quieren, entre otras cosas, también experimentar este silencio del Parque, pero como suelen venir todos a la vez, se lo cargan sin saberlo. Lisa Frohn
Colabodora del equipo de redacción del Eco del Parque |