Los inviernos, y en concreto los meses de enero y febrero, en el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, ofrecen un atractivo adicional a los muchos que la maravillosa naturaleza, la tranquilidad del entorno y el magnífico clima nos regalan a sus afortunados habitantes.
El año que el adecuado régimen de lluvias y las temperaturas moderadas de las primeras semanas de la estación invernal hacen que el paisaje, habitualmente yermo, árido y austero de esta zona, sufra una transformación casi mágica. La tierra abrasada por el sol y la sequía de los largos meses de estío, agradecida por el agua caída, se cubre de un verdor impensable en este desierto de colores paja seca y rojo arcilloso, con el único matiz verde de chumberas y pitas. De entre toda esta exuberancia me voy a permitir destacar las espartanas y aguerridas “esparragueras” que, generosas, nos tienen las despensas llenas de esos maravillosos, y muy poco conocidos fuera del ámbito de donde brotan, “trigueros silvestres”, delicadísima exquisitez que disfrutamos en estas fechas.
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Foto: Esparragueras © Juanjo
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Las “esparragueras” están diseminadas por terrenos generalmente llanos y brotan tanto aisladamente, de forma caprichosa aquí o allá en cualquier sembrado, o en connivencia con otras plantas, en hileras pegadas a muros, rocas o taludes naturales del terreno. Les gusta arrimarse a romeros, pitacos, chumberas y otros cactus, palmitos, arrancamoños o higueras, prestándose mutua protección con sus púas, ramas, espesuras y espinas, defendiendo sus frutos y escondiéndolos a la vista, haciendo el acceso a los mismos difícil y, en ocasiones, doloroso. |
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Para recogerlos nos acercamos a sus matas como con sigilo, con cuidado y atención, procurando no movernos bruscamente, no vayamos a espantar a los trigueros mejores que suelen esconderse en el interior de las intrincadas ramas espinosas de las esparragueras, que hay que separar con esfuerzo y buena protección de brazos, manos y piernas, con calzado fuerte y alto y guantes de jardinero, para evitar sus infinitas y muy aguzadas púas que, además de resguardarlos, si no se tiene cuidado, los rompen al sacarlos de su aguzado escondite, estropeando así, no el sabor, pero sí la apetitosa presencia de un ejemplar turgente, enhiesto e íntegro. Hay que cortarlos a mano por donde “chascan” con facilidad, para evitar las innecesarias partes fibrosas y saber sufrir para obtenerlos, acabando, a pesar de guantes y mangas largas, con los brazos y las manos como un “ecce homo”, sangrando como tributo para regar la siguiente cosecha, lo que hace que tras el sufrimiento el disfrute de degustarlos sea aún mayor.
Las esparragueras son como la barba, cuanto más las podas y más trigueros recoges de ellas, más y mejor brotan en cuanto las condiciones de humedad y temperatura lo permiten de nuevo. Incluso es conveniente quemar la planta a final de temporada para que de sus cenizas, como un Ave Fénix vegetal, resurja de nuevo a la vida en forma de pequeño mástil verde o morado.
Una buena mañana de recolección puede dar para más de un kilo de buenos ejemplares, con los que hacer una jugosa tortilla, una delicadísima crema, un sabrosísimo arroz, sopa de verduras o, simplemente, a la plancha con un chorreón de buen aceite de oliva del desierto de Tabernas o de Canjayar y sal gorda. No obstante, para mí, la forma más suculenta y deliciosa de disfrutar de estos manjares silvestres es hacer una buena sartenada de “papas a lo pobre”, con patatas de esas “ojo de perdiz” de por aquí, añadirle los trigueros troceados y ligeramente salteados, estrellando sobre todo esto, unos huevos de granja poco fritos en el aceite sobrante de hacer las papas (al que habremos añadido un par de dientes de ajo sin pelar con un pequeño corte, privilegio del cocinero que se los zampa cuando estén confitados), derramando su yema líquida y jugosa sobre las papas y los trigueros, acompañándolo de una buena ensalada de esos pequeños tomatitos Raf del cortijo de los Martínez, con ajo crudo picado y buen aceite de oliva virgen extra… placer de dioses.
Son diuréticos, beneficiosos para el hígado por su punto de amargor y su recogida, aparte de precisar de un maravilloso paseo por la naturaleza, con el doblar el lomo y luchar con las agudísimas zarzas para obtener el preciado tesoro, dan para más salud y oxigenación que cualesquiera 18 hoyos.
Los mejores lugres para encontrarlos son…. ¡¡¡Uy!!! Qué memoria la mía. El caso es que sufro una amnesia total al respecto… Nada, que no me acuerdo. ¡Hala recolectores, a buscarlos, y tened cuidado de no hacer mucho ruido al acercaros a ellos, huyen si los espantas, y oír ese chasquidito que dan al ceder a la presión de los dedos, es presagio de intenso placer gustativo, como la campanita de Pavlov. Arturo Fernández-Maquieira |