El día 14 de febrero publicó La Voz de Almería un artículo referente a la jornada mundial del enfermo que se celebró el 11 de febrero. El autor, el Obispo de Almería, tituló su texto “La victoria espiritual sobre la enfermedad y el dolor”.
Habría que definir el concepto de “victoria” que se puede interpretar de varias maneras. Pero me parece que en primer lugar tendríamos que considerar el inmenso sufrimiento que supone la enfermedad y la proximidad de la muerte, no desde un punto de vista teórico sino como vivencia personal.
Hay un abismo entre estos dos enfoques. Son vivencias dolorosas universales y todas las culturas del mundo y todas las vías espirituales tienen métodos para aliviar el sufrimiento experimentado. Yo creo que la diferencia reside sólo en los métodos. Personalmente estudio y práctico budismo desde hace 37 años.
El budismo propone un abanico muy amplio de métodos de trabajo interior que permiten observar nuestra mente y nuestra experiencia para entender nuestros patrones mentales, psicológicos y espirituales, lo que es de enorme ayuda al enfrentarse con una enfermedad grave.
He tenido la suerte de haber trabajado muchos años con diversos métodos de “meditación”. Cuando me diagnosticaron un cáncer muy avanzado, evidentemente, el mundo, “mi” mundo, se derrumbó en un instante. Todo lo que había pensado, creído, proyectado hasta este momento ya no me servía. El tiempo se detenía de repente y no podía pensar, no podía interpretar lo que me estaba diciendo la médica. Había que aceptarlo y adaptarme a esta nueva situación. En aquel momento, no sabía cómo podía hacerlo.
Ahora estoy en remisión – en caso de cáncer, no se habla de curación ya que la enfermedad puede volver a desarrollarse en cualquier momento y hay que dejar pasar años antes de considerar que se ha curado - y puedo mirar cómo he vivido todo el proceso de tratamiento con más distancia y analizarlo.
Lo que quiero es, a través de mi experiencia, transmitir un mensaje de optimismo a las personas que están pasando por lo mismo, así como a las personas que les acompañan en este difícil camino.
Lo que me ayudó:
1º Enfrentarme con la verdad.
Yo quería que los médicos me explicaran lo que tenia y cuáles eran las opciones de tratamiento. Querer saber la verdad me ayudó a aceptar la realidad tal y como es, sin dejar lugar a mentiras ni ocultar nada, lo que estableció una relación auténtica y sincera con los médicos y con la familia. También me permitió ver que todos juntos formábamos un equipo de curación: los médicos, las enfermeras y yo, que todos estábamos en el mismo barco, con el mismo rumbo y el mismo mapa.
2º Empatía y valor de la vida.
No me sentía sola. Sentía cómo todos estamos inter-conectados y cómo pasamos por las mismas experiencias. Cuando estaba en la clínica, muy débil y sin saber si podría curarme, tenía muy presente el sufrimiento de los demás enfermos, sabía que a todos nos pasaba lo mismo y me sentía conectada con ellos. Podía darle un sentido al sufrimiento y verlo como un medio de entender a los demás. Ya no sentía soledad sino empatía. Fue una gran lección de compasión. Compartíamos lo mismo.
También aprendí que la vida con enfermedad tiene tanto valor como la vida con buena salud y que podemos disfrutar de la vida tal y cómo se presenta ahora. Los enfermos y las personas que están a punto de morir no son personas de segunda categoría. Un amigo budista, que tiene cáncer también, me decía recientemente: “No me considero enfermo, ni especial, ni diferente, simplemente estoy viviendo el momento que me toca vivir y con el que debo aprender. Debo utilizarlo con el mismo ímpetu que si estuviera pletórico de salud”. Formamos parte de la humanidad y ayudamos a las personas sanas a desarrollar empatía, altruismo y humildad y encima les damos la oportunidad de ayudar, de ser generosas dedicando tiempo y energía a otras personas. Yo lo veo de esta manera.
3º Coraje y responsabilidad.
Por otra parte, esta actitud de enfrentarse con la verdad supone coraje. Yo descubrí en mi misma una enorme capacidad de coraje, muchísimo más de lo que suponía. Creo que cuanto más grande es el desafío que te pone la vida, más grande es el valor que necesitas para gestionarlo. Pensando en mi familia y mis amigos, en su preocupación por mi situación, no quería darles más motivos de preocupación y de miedo, y rápidamente pensé que no podía dejarme caer en el miedo y la desesperación, sino que tenía que afrontar la situación con coraje, que esto era la única manera de ayudarles. No añadir más sufrimiento al sufrimiento que hay.
4º Confianza y bondad.
A lo largo de los días aumentaba la confianza en mis propias fuerzas, físicas, psicológicas y espirituales, también en los médicos y las enfermeras que me cuidaban. Todos sin excepción son personas fantásticas, excelentes profesionales y buenas personas. Es la suma de estos dos aspectos lo que ayuda a un enfermo a curarse. Siempre he sabido que la bondad es una cualidad que hace feliz a los demás pero nunca lo había vivido con tal intensidad y unanimidad siendo yo la que lo necesitaba. Fueron de gran ayuda también los amigos que pasaron por esto y que me animaban. Puedo decirlo ahora: el amor y la bondad son las medicinas más poderosas, pienso que es importantísimo desarrollarlo en nuestro corazón y funcionar con esta motivación en nuestras relaciones con los demás. Imaginaros: Si uno está muy enfermo a tal punto que puede morir, y viene una persona a verle ¿cómo querría que se le acerquen? ¿Con miedos y tristeza? Claro que no, lo que uno necesita es tranquilidad, confianza, buen humor, cariño… esta clase de sentimientos. Es esto lo que necesitan los enfermos, esto les dará la fuerza y la motivación para seguir y para tener una buena imagen de uno mismo.
5º Cultivar el optimismo.
Mi oncólogo me decía que cultivara el optimismo. Estoy totalmente de acuerdo, es la clave porque es como cultivar el terreno para que crezcan las semillas de la curación. Ser optimista es estar en el presente con lo que hay. La esperanza es una trampa que te proyecta en el futuro con la idea de escapar del presente. El miedo igual. Esto no es la verdad, es huir de la verdad. He comprobado que vivir en la verdad me relaja muchísimo, me da paz y confianza y es lo mismo para las personas que me acompañan.
La victoria sobre la enfermedad y el dolor no se consigue a través de una lucha o una batalla. Para mí la palabra victoria es sinónima de paz, de armonía y de alegría. Pienso que la victoria es ser capaz de vivir la enfermedad y el tratamiento de la enfermedad con una consciencia clara, con confianza y optimismo… y creo que esta actitud mental forma parte del tratamiento. Lola Marisa Martínez
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