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Y decía

Y decía que soy una ciudadana antidemócrata, no porque opine que las sociedades han de organizarse sin el parecer de sus pobladores, sino lo contrario. La democracia de la que gozamos, en el mundo occidental, no es la mejor fórmula política de las conocidas, como reza el slogan, sino que se ha convertido en el mejor envoltorio político de un capitalismo feroz, especulativo y corrupto. Y esta transformación no se ha producido con el consentimiento de los ciudadanos, si no es despojándolos de su poder de decisión mediante una pantomima de votaciones, al modo de la publicidad engañosa, especialmente televisiva. Díganme si es creíble que en todos los países democráticos, sin excepción, sólo existan dos opciones políticas gobernantes que se van rotando en el poder. ¿A esto llamamos pluralismo democrático? No designamos por votación popular ni a uno solo de nuestros gobernantes, los designa el partido y se perpetúan al más puro estilo de las castas. ¿Qué sucede cuando se modifican las leyes para evitar el delito de los gobernantes? ¿Y qué cuando los gobernantes incumplen clamorosamente sus promesas electorales? ¿Y qué cuando mienten descaradamente? ¿Y qué cuando incorporan a las listas a los acusados y, a veces, condenados por los más diversos delitos de corrupción? Pues, nada. A todo lo más, cabe volver a votar a los antiguos fracasados gobernantes. Si la democracia es sólo dinero, ¿por qué los ciudadanos no deciden y controlan su uso? O es que tal vez nos hayamos instalado en la dictadura

Mar Ruiz
Colabodora del grupo jurídico de Amigos del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar