El pacto subraya que el cambio climático es uno de los grandes retos de nuestro tiempo y que hay que actuar para estabilizar la concentración de gases de efecto invernadero, para que la temperatura global no suba más de 2º C.
Pero ni una palabra sobre la concentración de CO2 – de 450 partes por millón necesarias para cumplir con este objetivo, ni sobre la fecha del máximo de emisiones tolerable, ni sobre la necesidad de que las emisiones en 2050 sean la mitad que en 1990.
El acuerdo es menos ambicioso que el de Kyoto a pesar de que la situación ahora es mucho más preocupante.
Para el (GIEC) Grupo Intergubernamental de Expertos del Clima, creado con la ayuda de la ONU en 1989, no hay dudas, la actividad humana está en el origen del calentamiento global, y si no se hace nada la temperatura podría aumentar en 3º C, de aquí al fin del siglo.
Los escenarios estudiados por el centro Hadley de Inglaterra son mucho más pesimistas, para ellos si no se hace nada el aumento seria de 8º C en el próximo siglo.
Los dirigentes presentes en Dinamarca tenían la oportunidad de lanzar un mensaje fuerte a la ciudadanía, pero han puesto el interés económico a corto plazo por delante de cualquier otra consideración.
La mala organización de Dinamarca, el trato discriminatorio hacia las ONGs, la represión contra los manifestantes pacifistas, el régimen especial de aislamiento al que han sometido al director de Greenpeace España, Juan López de Uralde, han puesto en evidencia que lo más importante no era alcanzar un acuerdo sino callar las voces que piden un cambio de política económica para salvar el planeta.
No podía ser diferente, para estabilizar las emisiones de gases y conseguir limitar la temperatura hace falta una revolución industrial, volcarse hacia las energías renovables y abandonar el petróleo, controlar el comercio internacional y los transportes, cambiar por completo nuestros hábitos de consumo en los países ricos, optar por los ahorros de energía, por una agricultura respetuosa del medio ambiente y evitar la deforestación. Es harto improbable que este programa impopular prospere.
La sociedad civil sólo puede contar con ella misma, está más claro que nunca que los hombres políticos están sometidos a los intereses de las grandes compañías, de los bancos y del sector petrolero.
El Fondo monetario internacional, la banca mundial y la Organización del comercio (OMC), son los que mandan y los que promueven la globalización que tanto daño hace.
La historia recordará que los gobiernos, en 2009, han sido capaces de salvar los bancos con el dinero público pero no han hecho nada para evitar la desaparición de zonas enteras, el éxodo de millones de personas y el hambre y la pobreza que serán las consecuencias más que previsibles del cambio climático.
Antonio Martínez
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