Desde que iniciamos esta sección de «viajes literarios» por el Parque, hemos presentado a aquellos escritores que tuviesen alguna obra literaria, aunque sólo fuese un poema, vinculada con el Parque Natural. Pero recientemente hemos tenido la fortuna de ver publicado un volumen de versos, escritos por diferentes poetas, (edades, procedencia y estilo), para acompañar un conjunto de fotografías realizadas por Carlos Pérez Siquier, que toman como centro de interés el Parque Natural. El abanico de Viajes literarios se despliega generosamente y se presenta seductor a partir del numeroso grupo de escritores representados. Este viaje lo realizaremos en autobús, para dar cabida a tantos viajeros.
Ya Mario Sanz (en el pasado Eco del Parque, nº 47) se ocupó de reseñar, desde el lado gráfico-artístico, las valiosas fotografías reproducidas en el catálogo, editado por el IEA con el título Al fin y al cabo. Fotografía y poesía (2009). Ahora nos corresponde, brevemente, comentar la aportación literaria. Los poemas se agrupan después del conjunto de láminas, en un segundo capítulo que ocupa 92 páginas, para dar cabida a 79 poetas, ordenados por orden alfabético, que inicia Jesús AGUADO y finaliza Luis Antonio de VILLENA. Nos complace comprobar en la nómina no sólo a poetas y poetisas, que nos visitaron en esta sección, sino la inclusión de la propia obra comentada en nuestro Eco. Antonio Lafarque, exquisito coordinador de la antología, declara: «Agua, arena, olas, rocas, sol y viento guardan o agitan los recuerdos de los poetas, que han escrito sin saber de las fotografías», de este modo unas y otras se complementan: «Los poemas funcionan a modo de fotografías y las fotografías como poemas». El testimonio visual nos recuerda la proteica inspiración que emana de un lugar desolado, al tiempo que paraíso deseado. Un largo camino recorrido desde la contradicción del canto sobre las ruinas, al paisaje telúrico y la evocación estilizada. El escritor, novelista y poeta Andrés Trapiello también expresa esta desazón en la presentación, mediante una bella estampa lírica del Cabo de Gata, como el «lugar de la inminencia»:
«Uno de los lugares más misteriosos de este mundo. Extraño lo que en él sucede. Casi nunca nada. Todo. Lleno y vacío».
Más adelante insiste:
«Cuántas cosas contrarias se barajan. El azul y su ausencia. La sal y el agua dulce. Frente al mar, la tierra dura y yerma...».
En nuestro concurrido viaje literario de este verano podemos sentar en los primeros asientos del autobús a Javier Egea, Antonio Jiménez Millán, José Luis López Bretones, Joan Margarit, Ángeles Mora, Benjamín Prado, Pilar Quirosa y José Ángel Valente.
En los asientos intermedios se sitúan un cuantioso número de consagrados poetas entre los que podemos distinguir los siguientes billetes, en orden cronológico: el ilustre maestro modernista de Laujar, Francisco Villaespesa; poetas de la generación del 27: Rafael Alberti y Gerardo Diego; los novísimos heraldos de la renovación clasicista de los sesenta y setenta: José Mª Álvarez, Antonio Carvajal, Rafael Guillén, Jesús Munárriz, Juana Castro, Luis Alberto de Cuenca, Jaime Siles; poetas de la poesía cotidiana de los ochenta: Felipe Benítez Reyes, Rafael Juárez, Juan Lamillar, Julio Martínez Mesanza, Abelardo Linares, Aurora Luque; los de los noventa: Rafael Espejo, Mª Eloy García, Antonio García Fernández, Mirian Reyes, Antonio Lucas. Además están representados los jóvenes nacidos a partir de los ochenta, cuya obra se da a conocer en el cambio de siglo (Mirian Buil, Raúl Quinto, David Leo García). Por otro lado, podemos observar que están representadas todas las comunidades autónomas, en algunos casos en su lengua propia: el gallego (Yolanda Castaño) y el catalán (Txema Martínez Inglés), incluso tiene un hueco la poesía hispanoamericana con el poeta cubano Alexis Díaz-Pimienta y de México Jorge Valdés Díaz-Vélez, además de colaboraciones desde París (Juan Manuel Bonet), Frankfurt (Juan José Corcobado), Tetuán (Pilar Quirosa y Rafael de Cózar).
El abultado número de ocupantes del autobús no permite nombrar a todos (prometemos dedicarles un viaje en solitario), pero sí podemos señalar algunas constantes en los poemas. Su temática, salvo excepciones, está centrada, al fin y al cabo, en el Parque Natural. Con todos sus tópicos, desde el locus amoenus, hasta refugium, pasando por el carpe diem, el tempus fugit, el collige virgo rosas, y los modernos veranos azules, vacaciones en el mar, paraísos artifíciales, islas solitarias. Con sus poemas nos podemos detener varios medios días en el Cabo de Gata, el arrecife de las sirenas y las salinas; otros tantos en Los Escullos, en la cala de San Pedro, en las playas de Monsul y Genoveses, y descansar (no sabemos de qué) en el mirador de las Amatistas. Nos bañaremos en sus aguas cristalinas, el sol nos secará la piel y la brisa extenderá su bálsamo de caricias. Por todo esto, el verano, es su estación; el atardecer, su momento del día; el amor, lo inesperado.
Llegaremos a Mesa de Roldán de la mano de Miguel d´Ors, bajaremos a la playa de Los Muertos acompañados por Ada Salas, visitaremos Aguamarga con Antonio Jiménez Millán y llegaremos a Rodalquilar para reponer fuerzas en la Isleta del Moro (Jesús Aguado, Francisca Aguirre, Javier Egea). Después los campos de Níjar (José Manuel Benítez Ariza), con San José (Isabel Bono).
Podemos disfrutar con «Espejismo en el Cabo de Gata» de José Gutiérrez, escrito en versos acrósticos (una décima); así como un aforismo vitalista de LA de Villena:
«Árido paisaje
La luz es un diamante
rubí de hombres».
O este otro de Martínez Mesanza:
«Para tu alma fenicia, los desiertos
Para tu alma cristiana, el mar de Homero»
que sintetiza lo que supone este promontorio como símbolo de ambas culturas y mutuas influencias mediterráneas.
Otros poetas cantarán la roca como centro telúrico de un magma que se ha depositado a través de los siglos y la sabiduría (Joseph M. Rodríguez). También la belleza, el misterio (Rosa Romojaro), las formas, el paisaje les arrebatan su inspiración dedicando unos certeros homenajes a las cualidades más sobresalientes por las que el Cabo de Gata será siempre recordado. Unas veces se parece al sexo de una mujer (Eduardo Moga) y su recuerdo es erótico; a otros les atrae las luminosas salinas que encandilan sus pupilas y todo se torna blanco, transparente, casi divino (Jesús Munárriz). El maestro de la poética del silencio, José Ángel Valente, abre nuevos horizontes de luz y meditación que aprovechan poetas como Rafael Guillén, Antonio Cabrera, Juan José Ceba, Ana Gorría, Lara Cantizani, Lorenzo Oliván.
Dediquemos un breve apartado para destacar la colaboración de los poetas almerienses. Están presentes sólo siete: Villaespesa, Juan José Ceba, Aurora Luque, José Luis López Bretones, Pablo Luis García Cuenca, Antonio García Fernández y Mirian Buil. Nadie podrá acusar al coordinador de chauvinista, antes bien, quedan proporcionalmente bien encuadrados entre el cupo de poetas andaluces y de otras comunidades. Resulta cuando menos ilustrativo del gusto poético nacional (y viajero) de todos los que encontraron un motivo de estímulo para su imaginación seducidos por el silencio, la luz, el color, el agua y el viento. Es normal la amplia representación de poetas orientales (Málaga, Granada, Cartagena, Alicante, Valencia, Barcelona). Aunque sólo sea por las ventajas que ofrece la proximidad territorial. De faro (Cabo de Gata) a faro (Mesa Roldán en Carboneras) el Parque irradia destellos de lírica luz en todas direcciones. A esto se le llama embrujo telúrico o magmático, que emana precisamente de su orografía volcánica, antiguamente de aguas cálidas y vegetación tropical. Unido al abandono secular, ofreció desde su descubrimiento literario (Juan Goytisolo con Campos de Níjar) y poético (Javier Egea con Troppo Mare) un lugar propicio para la meditación, la creación, el ajuste de cuentas personal o el principio de una gran pasión. Al fin y al cabo son numerosos los poemas de evocación, recuerdo, sin nostalgia, con cariño, escritos a propósito del estímulo que las instantáneas de Pérez Siquier les inspiraban: el azul «Siquier».
Este profundo homenaje poético al Parque Natural debiera contribuir a una mayor sensibilidad proteccionista para su hábitat natural y, por otro lado, a una eficaz implicación de los ediles para mantener su potencial paradisíaco con respetuosa firmeza. Sería insensato malversar tanta bella riqueza acumulada.
Para concluir, recojamos las palabras de Andrés Trapiello que sintetizan, genéricamente, el duende que relaciona al ser con el entorno: «No conoce uno a nadie que habiendo estado en él [Cabo de Gata], no haya quedado impresionado para siempre, convencido de haber llegado a un confín que va por delante, como el horizonte, inalcanzable y a la mano».
Al fin y … al Cabo.
Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque
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Envuelto entre blancas nubes
que agita y mece la brisa,
Cabo de Gata, en las olas
su altiva mole desliza...
¡Y desde alta mar semeja
colosal galera antigua,
que desplegadas las velas
al África se encamina!
Francisco Villaespesa
Laujar de Andarax, Almería, 1877 - Madrid 1936
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Cabo de Gata
Amarillos de escarcha
solar. La luz tallada en piedra.
El mar cayendo sobre sí,
en lenta fiebre.
Crines, peldaños de la espuma.
Se desploman los cielos,
igual que el párpado de un dios
al comienzo del sueño.
Raúl Quinto
Cartagena, Murcia, 1978
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Cabo de Gata
La inocencia del agua
La inocencia del sol
reflejado en las aguas,
roto en el agua.
La inocencia de los ojos que miran
la inocencia del sol
sobre las aguas.
Como si el tiempo fuese algo de oro
sobre las aguas de plata.
Felipe Benítez Reyes
Rota, Cádiz, 1960
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