Entrevista realizada en septiembre del 2008 en San José.
¿Te acuerdas cuando viniste por primera vez a San José?
Sí, claro que lo recuerdo. Fue en el 2002. Llegué a Madrid; mi amiga Merche me estaba esperando en el aeropuerto con un hermoso ramo de flores. Recorrimos el Norte de España y al final del viaje ella me dijo: “Vamos a San José, verás que es muy bonito y así conoces a mi hermano Paco”.
Cuando tenía que regresar a Argentina, Paco me llevó en su auto hasta el aeropuerto, y al despedirse, me dijo: “Tengo la sensación de que volveremos a encontrarnos”. A lo que yo pensé: “Este tío está de la nuca. ¿A qué voy a volver yo a San José, si soy un bicho de ciudad”.
Llegué a Buenos Aires y continué trabajando en mi empresa.
¿Qué negocio tenías?
Tenía una empresa gráfica donde un diseñador maquetaba las revistas, se hacían las películas y se las enviaba a la imprenta.
¿Era tu empresa?
Los únicos dueños éramos mi hijo y yo.
¿Cuánta gente tenías trabajando?
El personal a nuestro cargo eran en total cuatro personas.
¿Entonces tú eres argentina?
No, yo soy chilena. Nací y viví en Santiago de Chile hasta 1974. Estaba casada y tenía mis dos hijos, cuando en 1973 cae el gobierno de Salvador Allende, a quien matan el 11 de setiembre, y llega la dictadura militar dirigida por Pinochet.
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¿Qué hacías en aquellos tiempos?
Yo trabajaba en la editorial estatal, donde se confeccionaban libros y revistas. Mi actividad allí la desarrollaba en el departamento de publicidad.
Cuando Pinochet asume como dictador, cambia radicalmente la vida de muchos de nosotros. Estaban en peligro nuestros trabajos, nuestras casas, hasta podría decirte nuestras vidas.
Después del 11 de septiembre nunca pudimos entrar a trabajar a la Editorial. Debimos presentarnos por casi mes y medio, todos los días. Nos reunían en la calle y nombraban a las personas que podían seguir trabajando, hasta el día que nos obligaron a firmar nuestra propias renuncias (que para firmarlas nos hicieron entrar a la Editorial acompañados por militares que nos empujaban con sus bayonetas), so pena de que nos llevasen al Estadio Nacional, lugar donde muchas personas desaparecieron y murieron.
Con la renuncia obligada, debimos entregar nuestras casas, que en la época de Allende, nos daban para que la fuéramos pagando mensualmente. Con la llegada de Pinochet, nos informan que ese dinero que habíamos pagado, sería considerado como un alquiler, y debíamos devolver las casas a la Junta Militar. Hasta tanto no lo hiciéramos, te consideraban un ocupa, ya que esa casa no estaba a tu nombre y podían sacártela en cualquier momento. |
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Foto: Any Albornoz, © LF |
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¿Todo el mundo lo hizo?
El miedo te deja paralizado, y luego te hace hacer cosas fatales, para salvarte a vos y principalmente a tu familia. Por eso creo que hubo muchas personas que firmaron como nosotros, ya que además no sabíamos qué es lo que realmente nos iba a pasar.
Tu marido, ¿de qué se ocupaba?
Trabajaba también en la Editorial. Al quedar sin trabajo, él busca ubicarse en la construcción. Y no le dan trabajo porque le ven las manos y dicen: “Usted no ha trabajado nunca en la construcción”. Desesperada, porque debíamos comer, debíamos vivir, lo disfrazo de obrero. Le pongo camisetas, le digo: “Vete así, disfrazado de obrero, échate tierra en las manos, que queden sucias”. Así hasta que lo tomaron en la primera obra, allá en la calle Lima. Yo empiezo a coser, arreglando ropa. Vivíamos de manera muy limitada.
En Chile, antes del golpe, ¿vivías bastante bien?
Claro. Teníamos dos sueldos. Vivíamos muy bien. Tenía una muchacha que entraba a las ocho de la mañana y salía a las seis de la tarde, estaba todo el día en mi casa, lavaba, cocinaba y podíamos darnos algunos gustos.
¿Y cuándo llegaste a Argentina?
A los dos años de dictadura mi marido me dice: “Any, yo no aguanto más esto, porque no estoy ganando nada, no estoy manteniendo mi familia. Yo voy a probar suerte y me voy a Argentina”. Al estar haciéndole la valija, me asusto de pensar que quedaría totalmente sola con mis dos hijos, en un país que se estaba convirtiendo en un lugar temible para habitar. Y decidimos viajar los cuatro juntos a la Argentina, como se dice poéticamente, con una mano atrás y otra adelante.
¿Encontrabas trabajo en Argentina?
A los quince días de estar en Buenos Aires, mi marido encontró trabajo en una editorial. Yo seguía con la costura y luego encontré trabajo en un estudio jurídico. Allí trabajé diez años. Hasta que con mi marido y mi hijo pusimos una empresa propia. Con esa empresa pudimos mantenernos muy bien, durante varios años. Pudimos comprar casa para nosotros y luego una casa a cada uno de nuestros hijos, cuando decidieron casarse.
¿Luego os divorciáis?
Sí. Y comienzo una nueva empresa, editorial también, con mi hijo. Logramos tener éxito en la misma, hasta el fatídico 2001.
¿Qué es lo que pasa en ese momento?
Comienza un periodo económica y socialmente dramático, en la Republica Argentina. Recuerdo que en una semana tuvimos tres presidentes.
También estaba un poco deprimida y desilusionada de tantas luchas, de ver tantas miserias, tanta desazón que afectaba siempre a toda la gente y que por más insensible que uno quisiese ser no era posible ignorar todo lo malo que estaba sucediendo. Empresas que quebraban (como la nuestra), despidos en masa, falta de trabajo. Es en ese momento que decido tomar el rumbo hacia San José, y me acuerdo de la frase de Paco.
¿En qué momento empiezas a trabajar en el kiosco?
En Semana Santa del 2003 estreno el Kiosco en San José. Estaba muy asustada. No sabía si caería bien, si me adaptaría, si podría soportar estar lejos de mis hijos. Eran todos interrogantes. Pero día a día me levantaba y seguía adelante. Un día con más alegría, otro con más tristeza.
Han pasado cinco años y la sonrisa ahora es mayor. También han ayudado muchos, e incluso que mi hijo viniera con su familia, me ha dado ánimo y gana.
Y tu futuro, ¿cómo lo ves?
Yo no puedo, ni quiero ver nunca mi futuro, porque me sacaría la sorpresa que me brinda EL VIVIR.
Si hay algo que sí me gustaría es que fuera en un lugar con sol, sin golpes militares, sin corridas bancarias, sin miserias y con mucha alegría ¿Te parece que pido mucho?
Entrevista Lisa Frohn
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