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Viaje literario por el Parque

Caminar por el Parque de la mano del viajero que ahora presentamos, no sólo es un privilegio, sino todo un placer. La luz, la piedra, el viento, el mar, son algunas de las palabras que tocadas por sus manos y dispuestas por su ingenio describen el encuentro entre la creación literaria del autor y la naturaleza almeriense. Hablamos de José Ángel Valente, poeta solitario del grupo de los cincuenta, escritor de ensayos literarios, traductor, y, yo diría, «filósofo andalusí». Fue un hombre del Norte, gallego de Ourense (1929), y europeo de formación: miembro del Departamento de Estudios Hispánicos en Oxford y después residente en Ginebra hasta 1975, año en que se traslada a la Alta Saboya francesa. A partir de 1986 fija su residencia en Almería (no lejos de La Chanca) y el Mediterráneo será a partir de entonces su centro vital hasta que fallece en Ginebra a mediados de julio de 2000. Ha sido ampliamente reconocido y galardonado con todos los premios importantes (salvo el Cervantes), es considerado el mejor poeta español de la segunda mitad del siglo xx y sus teorías literarias inauguran una nueva tendencia poética que se denomina «poesía del silencio».

Los Frailes y Valle de Los Escullos

En efecto, puede observarse que a partir precisamente de su encuentro vital con el Sur, con nuestra tierra, se produce en Valente un giro radical en su obra. Tras una larga carrera poética iniciada en 1947, recibe el premio Nacional de Poesía en 1992 y ese mismo año recopila toda su obra en dos libros con títulos significativos: Punto cero y Material memoria. Pero ya al comienzo de la década del ochenta se observa el giro hacia la poesía en lengua gallega (Sete cántigas de alén) y edita el poemario El fulgor (1984).

Paralelamente en 1983 publica su tercer ensayo con el título La piedra y el centro al que seguirá en 1991 Variaciones sobre el pájaro y la red, que demuestran su interés permanente por la poesía mística, la filosofía clásica, la luz, el viento y el mar.

Los textos que pasaremos a comentar están editados por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, que viene publicando la obra completa de Valente desde el año 1998, fecha en que ve la luz una extensa antología titulada: El fulgor. Antología poética (1953-1996).

El primero se titula «La memoria y la luz» , el segundo «Cabo de Gata». El primero obedece a un viaje, similar al de Goytisolo por el paraje del Parque, pero ahora Valente es consciente de estar pisando un terreno muy distinto:
«Tal vez no sea aún suficientemente conocida la peculiar belleza de la región natural de Cabo de Gata-Níjar, inscrita en un triángulo cuya base podría estar en una línea trazada desde Carboneras a Torre García y cuyo vértice entraría por el faro en el mar».

Las páginas que siguen certifican la transformación de la zona en Parque Natural, lugar privilegiado donde se mantienen no sólo la pureza de las tradiciones y las costumbres de un pueblo desértico, sino también una riqueza natural paradisíaca, que deben ser preservadas. Es también paisaje conservado, es decir, fuente de inspiración artística pura, incontaminada, paraíso, isla, como dice el poeta:
«Lugar donde se aposenta y vive con todo su poderío la luz».

Aunque parece un texto de ocasión, al hilo del renacimiento andaluz para los fastos del «92», el poeta «ilustrado» que se arroba ante una anciana corpulenta de La Isleta, la tía Angélica, de ochenta y siete años, para describirla con la mirada-escalpelo del antropólogo francés, fue capaz de conectar con el espíritu de Goytisolo y escribe:
«No había por esa época (final del siglo XIX) en el emplazamiento actual de la Isleta más que cuatro depósitos donde se almacenaba el esparto y el cohollo del palmito... La pesca, cuyo producto llevaban hacia el interior a lomos de burro los arrieros de Níjar, se consolidó sobre todo como servicio de abastecimiento a la colonia vecina de las minas de oro de Rodalquilar» (p.22).

El viajero-poeta se detiene en Higo Seco, situado entre Fernán Pérez y Rodalquilar, hacia la costa, «uno de esos lugares desertados». Si le sobrecogen sus ruinas, también su desolación: «Un silencio absoluto habita el espacio abandonado» en el que «se suspende, repentino e insólito, el canto de algún pájaro» (p.24).

La percepción del viajero se va transformando al contacto con la naturaleza y su gente hasta adoptar la forma del rapto lírico y despertar su percepción artística. El final de este primer «paseo» de Valente por nuestro suelo desemboca en dos tipos básicos de apreciaciones estéticas. Una, de índole mística:
«La tarde en su descenso acelera vertiginosamente los asombrosos cambios del color y la luz».
La Isleta del Moro

Las dunas que se extienden por el oeste, hacia Almería, separando las salinas del mar (lanzavaras, taráis o tarayes, cañaverales, azufaifos), le sugieren, al terminar su «itinerario», otra confesión estética, en este caso, de índole lírico-pictórica:
«Es éste el misterioso reino de las formas que se hacen y se deshacen en el viento. Feminidad total de las arenas. Se sucede el color del blanco al amarillo, al violeta. Geometría de estrías paralelas. Cabelleras. Lenta extensión y demorado cuerpo de las dunas» (p.25).

«Cabo de Gata», escrito tres años después, es un fragmento lírico, trece líneas, un poema en prosa, de hecho figura en el libro, «abierto», de poemas que Valente deseó para su obra a partir de la década de los noventa y que se cerraría con su muerte. De este modo este libro está concebido como un diario lírico, a modo de testamento y culminación de toda su trayectoria poética. La presencia de «Cabo de Gata» demuestra el interés para el poeta hacia este nuevo lugar de descubrimientos que supuso Almería y el Parque-Natural, en sus últimos veinte años. Conecta con el itinerario anterior mediante la imagen del triángulo para situar la zona:
«El cabo entra en las aguas como el perfil de un muerto o de un durmiente con la cabellera anegada en el mar».

A continuación llama la atención sobre el color y la luz; su mirada pictórica valora:
«El color no es color; es tan sólo la luz. Y la luz sucedía a la luz en láminas de tenue transparencia».

Este espacio lumínico, mágico, que se adentra en el mar trazado por la mano de un dios se transforma en metáfora del cuerpo: «Territorio, tu cuerpo» ante el que el poeta se rinde y confiesa su debilidad:
«Como las aguas besan las arenas y tan sólo se alejan para volver, regreso a tu cintura, a tus labios mojados por el viento, a la luz de tu piel que el viento bajo de la tarde enciende».

Gracias a esta mirada esencial, amorosamente poética, el Parque dejó de ser ese lugar tropológico de Goytisolo para convertirse con José Ángel Valente en punta exclusiva y señera de la creación artística, única en Europa, como los espinosos azufaifos, vegetación típica y exclusiva del pie del Atlas. O el propio Valente, “solitario pájaro cantor”, que vivió como un alma herida.

Miguel Galindo