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Viaje
literario por el Parque
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Caminar por el Parque de
la mano del viajero que ahora presentamos, no
sólo es un privilegio, sino todo un placer.
La luz, la piedra, el viento, el mar, son algunas
de las palabras que tocadas por sus manos y dispuestas
por su ingenio describen el encuentro entre la
creación literaria del autor y la naturaleza
almeriense. Hablamos de José Ángel
Valente, poeta solitario del grupo de los cincuenta,
escritor de ensayos literarios, traductor, y,
yo diría, «filósofo andalusí».
Fue un hombre del Norte, gallego de Ourense (1929),
y europeo de formación: miembro del Departamento
de Estudios Hispánicos en Oxford y después
residente en Ginebra hasta 1975, año en
que se traslada a la Alta Saboya francesa. A partir
de 1986 fija su residencia en Almería (no
lejos de La Chanca) y el Mediterráneo será
a partir de entonces su centro vital hasta que
fallece en Ginebra a mediados de julio de 2000.
Ha sido ampliamente reconocido y galardonado con
todos los premios importantes (salvo el Cervantes),
es considerado el mejor poeta español de
la segunda mitad del siglo xx y sus teorías
literarias inauguran una nueva tendencia poética
que se denomina «poesía del silencio».
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Paralelamente
en 1983 publica su tercer ensayo con el título
La piedra y el centro al que seguirá en
1991 Variaciones sobre el pájaro y la red,
que demuestran su interés permanente por
la poesía mística, la filosofía
clásica, la luz, el viento y el mar.
Los textos
que pasaremos a comentar están editados
por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores,
que viene publicando la obra completa de Valente
desde el año 1998, fecha en que ve la luz
una extensa antología titulada: El fulgor.
Antología poética (1953-1996).
El primero
se titula «La memoria y la luz» ,
el segundo «Cabo de Gata». El primero
obedece a un viaje, similar al de Goytisolo por
el paraje del Parque, pero ahora Valente es consciente
de estar pisando un terreno muy distinto:
«Tal vez no sea aún suficientemente
conocida la peculiar belleza de la región
natural de Cabo de Gata-Níjar, inscrita
en un triángulo cuya base podría
estar en una línea trazada desde Carboneras
a Torre García y cuyo vértice entraría
por el faro en el mar».
Las páginas
que siguen certifican la transformación
de la zona en Parque Natural, lugar privilegiado
donde se mantienen no sólo la pureza de
las tradiciones y las costumbres de un pueblo
desértico, sino también una riqueza
natural paradisíaca, que deben ser preservadas.
Es también paisaje conservado, es decir,
fuente de inspiración artística
pura, incontaminada, paraíso, isla, como
dice el poeta:
«Lugar donde se aposenta y vive con todo
su poderío la luz».
Aunque parece
un texto de ocasión, al hilo del renacimiento
andaluz para los fastos del «92»,
el poeta «ilustrado» que se arroba
ante una anciana corpulenta de La Isleta, la tía
Angélica, de ochenta y siete años,
para describirla con la mirada-escalpelo del antropólogo
francés, fue capaz de conectar con el espíritu
de Goytisolo y escribe:
«No había por esa época (final
del siglo XIX) en el emplazamiento actual de la
Isleta más que cuatro depósitos
donde se almacenaba el esparto y el cohollo del
palmito... La pesca, cuyo producto llevaban hacia
el interior a lomos de burro los arrieros de Níjar,
se consolidó sobre todo como servicio de
abastecimiento a la colonia vecina de las minas
de oro de Rodalquilar» (p.22).
El viajero-poeta
se detiene en Higo Seco, situado entre Fernán
Pérez y Rodalquilar, hacia la costa, «uno
de esos lugares desertados». Si le sobrecogen
sus ruinas, también su desolación:
«Un silencio absoluto habita el espacio
abandonado» en el que «se suspende,
repentino e insólito, el canto de algún
pájaro» (p.24).
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La
percepción del viajero se va transformando
al contacto con la naturaleza y su gente hasta
adoptar la forma del rapto lírico y
despertar su percepción artística.
El final de este primer «paseo»
de Valente por nuestro suelo desemboca en
dos tipos básicos de apreciaciones
estéticas. Una, de índole mística:
«La tarde en su descenso acelera vertiginosamente
los asombrosos cambios del color y la luz».
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La
Isleta del Moro |
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Las dunas que se extienden
por el oeste, hacia Almería, separando
las salinas del mar (lanzavaras, taráis
o tarayes, cañaverales, azufaifos), le
sugieren, al terminar su «itinerario»,
otra confesión estética, en este
caso, de índole lírico-pictórica:
«Es éste el misterioso reino de las
formas que se hacen y se deshacen en el viento.
Feminidad total de las arenas. Se sucede el color
del blanco al amarillo, al violeta. Geometría
de estrías paralelas. Cabelleras. Lenta
extensión y demorado cuerpo de las dunas»
(p.25).
«Cabo de Gata»,
escrito tres años después, es un
fragmento lírico, trece líneas,
un poema en prosa, de hecho figura en el libro,
«abierto», de poemas que Valente deseó
para su obra a partir de la década de los
noventa y que se cerraría con su muerte.
De este modo este libro está concebido
como un diario lírico, a modo de testamento
y culminación de toda su trayectoria poética.
La presencia de «Cabo de Gata» demuestra
el interés para el poeta hacia este nuevo
lugar de descubrimientos que supuso Almería
y el Parque-Natural, en sus últimos veinte
años. Conecta con el itinerario anterior
mediante la imagen del triángulo para situar
la zona:
«El cabo entra en las aguas como el perfil
de un muerto o de un durmiente con la cabellera
anegada en el mar».
A continuación llama
la atención sobre el color y la luz; su
mirada pictórica valora:
«El color no es color; es tan sólo
la luz. Y la luz sucedía a la luz en láminas
de tenue transparencia».
Este espacio lumínico,
mágico, que se adentra en el mar trazado
por la mano de un dios se transforma en metáfora
del cuerpo: «Territorio, tu cuerpo»
ante el que el poeta se rinde y confiesa su debilidad:
«Como las aguas besan las arenas y tan sólo
se alejan para volver, regreso a tu cintura, a
tus labios mojados por el viento, a la luz de
tu piel que el viento bajo de la tarde enciende».
Gracias a esta mirada esencial,
amorosamente poética, el Parque dejó
de ser ese lugar tropológico de Goytisolo
para convertirse con José Ángel
Valente en punta exclusiva y señera de
la creación artística, única
en Europa, como los espinosos azufaifos, vegetación
típica y exclusiva del pie del Atlas. O
el propio Valente, solitario pájaro
cantor, que vivió como un alma herida.
Miguel Galindo
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