Os proponemos
un pequeño paseo por el campo para observar la
infinidad de sorprendentes adaptaciones que las plantas
de este entorno han desarrollado frente a las severas
condiciones climáticas de nuestros ecosistemas
semiáridos e incluso áridos, como el del
Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar.
En esta esquina
de la Europa mediterránea, la disponibilidad
de agua está extraordinariamente limitada durante
largos periodos de tiempo. La flora que observaremos
es fruto de una evolución de millones de años,
de una lenta adaptación que ha posibilitado que
en terrenos inhóspitos bulla una vida que constituye
un patrimonio natural cuya conservación merece
nuestro esfuerzo.
Vamos a explicaros
brevemente algunas de las transformaciones más
visibles (dejaremos de lado aquellas funcionales, algo
más complejas). Las principales modificaciones
afectan a la hoja, bien a las cubiertas o a la superficie
foliar.
Este órgano,
en el que se realiza la fotosíntesis, constituye
la principal vía de pérdida de agua, proceso
que se lleva a cabo a través de aberturas llamadas
estomas (que son como las ventanas de nuestras casas).
En la cubierta:
Para luchar contra
la elevada radiación, que calentaría en
exceso la superficie foliar afectando a la fotosíntesis,
las hojas se recubren de pelos o de cubiertas de distinta
naturaleza (cera, resina). Ambas medidas contribuyen
además a disminuir la pérdida de agua.
La algodonosa
(Othantus maritimus) se recubre de una fina borra que
le da su aspecto blanquecino, como en las hojas de la
jara (Cistus sp.) o del matagallo (Phlomis purpurea).
La jara pringosa (Cistus ladanifer) se recubre de cera
con el mismo objetivo.
En la superficie
foliar:
Se ha demostrado
que para disminuir la pérdida de agua por transpiración
la medida que mejor funciona es la combinación
de una hoja pequeña y un cierre extremo de los
estomas. Así encontramos las pequeñas
hojas del romero (Rosmarinus sp.), los tomillos (Thymus
sp.), espárragos (Asparagu sp.)...
Esta disminución
(incluso desaparición) puede obligar a que los
tallos asuman la función fotosintética,
permitiendo la asimilación de nutrientes, es
el caso de muchas especies de retama (Retama sp.), el
palaín (Genista spartioides), o del rascamoños
(Launaea arborescens) que presentan tallos de color
verde.
Es frecuente observar
que retuercen los bordes de las hojas para crear alrededor
de los estomas, que se concentran en la parte inferior,
una microatmósfera propicia. Sólo tenéis
que observar una hoja de esparto (Stipa tenacissima)
temprano por la mañana, totalmente extendida
o al mediodía, a pleno sol, completamente revuelta.
Increíble.
Durante el verano
podemos encontrarnos incluso con que algunas especies
pierden la hoja en su totalidad, son las llamadas caducifolias
estivales. Éste es el caso del oroval (Withania
frutescens) o de la albaida (Anthyllis cytisoides),
que primavera tras primavera vuelven a rebrotar asombrosamente.
Otras veces, para
acumular agua, las hojas o tallos se vuelven carnosos,
es el caso de las uñas de gato (Sedum sp.) o
del chumberillo de lobo (Caralluma europaea).
Como habéis
visto, a veces las plantas más frecuentes y corrientes,
las que vemos casi a diario, son todo un compendio de
sabiduría natural, un claro ejemplo de que la
mejor forma de vivir es adaptándose al entorno.
Observémoslas
con el mimo que se merecen, y leamos en ellas como en
un libro abierto toda la información que contienen
sobre cómo es el sitio donde vivimos.
J.B. El
Albardinal
Consejería de Medio Ambiente
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