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Vivir en el semiárido

Foto: Jarrilla , © AC
Foto: Algodonosa , © JB
Foto: Albaida , © JB
Foto: Romero , © JB
Foto: Rascamoño , © JB
Foto: Mtagallo , © JB
IFoto: Chumberillo de lobo , © JB
Foto: Palaín , © JB
Foto: Espárrago , © JB

Os proponemos un pequeño paseo por el campo para observar la infinidad de sorprendentes adaptaciones que las plantas de este entorno han desarrollado frente a las severas condiciones climáticas de nuestros ecosistemas semiáridos e incluso áridos, como el del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar.

En esta esquina de la Europa mediterránea, la disponibilidad de agua está extraordinariamente limitada durante largos periodos de tiempo. La flora que observaremos es fruto de una evolución de millones de años, de una lenta adaptación que ha posibilitado que en terrenos inhóspitos bulla una vida que constituye un patrimonio natural cuya conservación merece nuestro esfuerzo.

Vamos a explicaros brevemente algunas de las transformaciones más visibles (dejaremos de lado aquellas funcionales, algo más complejas). Las principales modificaciones afectan a la hoja, bien a las cubiertas o a la superficie foliar.

Este órgano, en el que se realiza la fotosíntesis, constituye la principal vía de pérdida de agua, proceso que se lleva a cabo a través de aberturas llamadas estomas (que son como las ventanas de nuestras casas).

En la cubierta:

Para luchar contra la elevada radiación, que calentaría en exceso la superficie foliar afectando a la fotosíntesis, las hojas se recubren de pelos o de cubiertas de distinta naturaleza (cera, resina). Ambas medidas contribuyen además a disminuir la pérdida de agua.

La algodonosa (Othantus maritimus) se recubre de una fina borra que le da su aspecto blanquecino, como en las hojas de la jara (Cistus sp.) o del matagallo (Phlomis purpurea). La jara pringosa (Cistus ladanifer) se recubre de cera con el mismo objetivo.

En la superficie foliar:

Se ha demostrado que para disminuir la pérdida de agua por transpiración la medida que mejor funciona es la combinación de una hoja pequeña y un cierre extremo de los estomas. Así encontramos las pequeñas hojas del romero (Rosmarinus sp.), los tomillos (Thymus sp.), espárragos (Asparagu sp.)...

Esta disminución (incluso desaparición) puede obligar a que los tallos asuman la función fotosintética, permitiendo la asimilación de nutrientes, es el caso de muchas especies de retama (Retama sp.), el palaín (Genista spartioides), o del rascamoños (Launaea arborescens) que presentan tallos de color verde.

Es frecuente observar que retuercen los bordes de las hojas para crear alrededor de los estomas, que se concentran en la parte inferior, una microatmósfera propicia. Sólo tenéis que observar una hoja de esparto (Stipa tenacissima) temprano por la mañana, totalmente extendida o al mediodía, a pleno sol, completamente revuelta. Increíble.

Durante el verano podemos encontrarnos incluso con que algunas especies pierden la hoja en su totalidad, son las llamadas caducifolias estivales. Éste es el caso del oroval (Withania frutescens) o de la albaida (Anthyllis cytisoides), que primavera tras primavera vuelven a rebrotar asombrosamente.

Otras veces, para acumular agua, las hojas o tallos se vuelven carnosos, es el caso de las uñas de gato (Sedum sp.) o del chumberillo de lobo (Caralluma europaea).

 

Como habéis visto, a veces las plantas más frecuentes y corrientes, las que vemos casi a diario, son todo un compendio de sabiduría natural, un claro ejemplo de que la mejor forma de vivir es adaptándose al entorno.

Observémoslas con el mimo que se merecen, y leamos en ellas como en un libro abierto toda la información que contienen sobre cómo es el sitio donde vivimos.

J.B. El Albardinal
Consejería de Medio Ambiente