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Viaje literario por el Parque

Hace poco tiempo que la fundación José Manuel Lara editó un libro de viajes literarios titulado Una geografía. Ocho viajes andaluces. Estaba ilustrado con fotografías, realizadas por conocidos y reconocidos profesionales, que tratan de recrear el paisaje de la comunidad, y venía acompañado por el relato en prosa que distintos escritores y escritoras redactaron sobre cada una de las ocho provincias andaluzas. El capítulo dedicado a Almería correspondió a Manuel Falces, la imagen, y a Lourdes Ortiz, el texto literario.

Ambos han demostrado a lo largo de su trayectoria la estrecha vinculación y pasión hacia nuestra tierra. Manuel Falces ya había colaborado con Valente (Cabo de Gata. La memoria y la luz), ahora lo hace con Lourdes Ortiz. En los tres la misma admiración por la luz y su materia: el mediterráneo.

Foto: Cala de Enmedio, © Alvaro Fernández

A la sola evocación de esta palabra Lourdes nos ha dejado un delicado manuscrito redactado para participar en las jornadas culturales Alamar, celebradas en Almería el 8 de junio de 2004. Una de las múltiples evocaciones es la siguiente: “esta tierra de mestizaje, de pueblos sucesivos es mediterráneo”. La admiración de la escritora, que confiesa “nací en la meseta sin mar y sin embargo soy mediterránea”, vamos a desentrañarla en lo que tiene de corazón, de sentimiento compartido. El lugar: las páginas editadas en el volumen ilustrado que abre nuestro viaje de hoy. Su título: «La tierra que te elige».

Consiste en una recreación del encuentro con el sur, con la tierra calcinada que baña un mar azul, cuando la autora y su personaje cuentan trece años. El recuerdo dentro del recuerdo, la mirada sabia del adulto sobre la emoción primera de la niña adolescente, el encuentro con el mar y abismada en un mar de posguerra: “Almería mágica que se brindaba como un regalo a la niña de Madrid recién llegada, que se albergaba con sus padres y sus hermanos en un hotelito modesto pero confortable en la Plaza de las Flores, muy cerca de Puerta Purchena”. “Y después de aquella iniciación, el olvido”. La niña crece y en su imaginario aquella tierra queda reflejada ahora por el relato de Juan Goytisolo: “era un catecismo para los progres de la época, como la película de Buñuel” (se refiere a Las Hurdes). En el olvido otra Almería callada, resignada, magnífica esperaba “a que antes o después los ojos, los míos entre otros, volvieran a mirarla y a descubrirla”. “Y el abandono se convirtió en virtud. El abandono preservó, rescató, conservó”. Es la hora del descubrimiento estético, vital. Desde la ética a la estética: “Almería –sobre todo las playas del levante, en esa comarca prodigiosa que forma hoy el Parque Natural del Cabo de Gata- fue así durante aquellos años setenta y comienzos de los ochenta lugar de peregrinación, cámara secreta que […] mantenía el sueño de un Edén posible”. El esfuerzo nominativo que realiza la escritora, para contener las variadas posibilidades de adentrarse en esta tierra desde la escritura, se despliega a base de riqueza léxica y variedad de perspectivas que prestan mayor hondura a un relato que no puede avanzar sino apoyado en descripciones que tratan de fijar, evocar y atrapar un lugar sin historia, una tierra sin vegetación, un paraje sin gente, que se transforma vertiginosamente a partir de los noventa. Su palabra es fundadora, porque nombra desde una poderosa emoción, pero también es provisional y centellea en el límite posible.

Pese a todo, la actitud heroica de la narradora encuentra aquí un lugar y una lección de resistencia. Ese lugar solitario desde el que cada tarde se fundía con el espacio, sobre la roca bañada por el mar en la dulce cala de Agua Amarga. “Porque las palabras no dan cuenta de esa sensación que es física y que por eso es inefable”. Pero Lourdes se arriesga y escribe la síntesis telúrica de ese encuentro físico:

[…] cúmulo de sensaciones provocadas por el olor de la tierra en esa primavera de tomillo y plantas medicinales, esa fuerza del viento sobre la piel, ese rumor de las olas, repentino, machacón, soberano y esa luz que parece cegar, o esos atardeceres rosas, naranjas, cuando el sol se va poniendo sobre las colinas tan nítidas. O la cúpula del cielo en tantas noches claras. Y la luna, esa luna imponente, noche de peces fáciles que se dejan deslumbrar por la luz y ascienden a la superficie.”

Podríamos seguir soltando la fácil tijera sobre los sutiles párrafos dedicados al análisis de la situación de desarrollo, con los que va enhebrando las descripciones líricas trazadas por su mano observadora. Mas nuestra intención es otra. La lucidez de la autora nos interesa en cuanto sensibilidad formativa para la conciencia literaria que encuentra la liberación y la reconciliación con el mundo entre esta materia bañada por la luz del mediterráneo.

Volvamos al principio, para terminar. El primer párrafo con que dio comienzo a su intervención, titulada «Mediterráneo», en las jornadas culturales de Alamar (2004).

Algunas Palabras:
Mármol, luz, glauco, sequedad, azul, columnas, olivo, azoteas, blanco, peplo, esparto, cabras, rocas, arena, delfines, cuevas, piratas, comercio, ágora, plaza, faro, dioses con rostro humano, religiones, batallas, charco grande, teatro, filósofos, visionarios, res publica, LA PALABRA, LA ESCRITURA, EL NÚMERO, contactos, enfrentamientos, monoteísmo, civilización, templos, mezquitas, aventureros, ejércitos, ciudades, la luz, la luz.

No es sólo esta capacidad de transfiguración espiritual en un esfuerzo creativo por nombrar la magia de la vida en un lugar que te elige, sino también el reencuentro silente con lo esencial, una palabra seca llena de vida. Aconsejamos vivamente la lectura de Una geografía. Ocho viajes andaluces (Fundación José Manuel Lara, 2002).

Miguel Galindo