Un Epílogo de Carmen
Ortega, que cierra la edición, define perfectamente
este libro como un soliloquio entre el recuerdo,
el amor y la tierra, donde la memoria es firme
paraíso que guarda el amor y su esencia.
El amor considerado como una isla imposible de
poblar definitivamente:
"Mas de toda aquella
resonancia
quedó perenne el hechizo,
la nostalgia de nuestras islas imposibles,
tus escapadas de viento, sol y arena,
el cielo en tu playa y en mi reloj
de ausencias y naufragios,
el navegar buscando tus huellas
por el nocturno pasadizo
en el que habitan los recuerdos."
Como final a este poema,
que cierra el libro, dos versos sintetizan todo
el universo de encuentro y semejanza entre amor
y vida o entre la memoria y la naturaleza:
"En Los Genoveses,
aquella tarde,
las grises aguas reflejaban tus ojos"
A partir de aquí
se observa un esfuerzo por depurar el lenguaje,
alejándose del subjetivismo cultista. Para
ello por un lado profundiza en formas novedosas
(similares a los sonetos) al mismo tiempo que
la temática se diversifica. Todavía
Pactos con Eleusis (1994), pese al helenismo luminoso
mediterráneo, mantiene referencias de los
novísimos: el paraíso de Rodas,
el Jardín de Adonis, el Altar de Atenea,
pasando por el Jardín de las Hespérides
y las protagonistas relacionadas: Penélope,
Ariadna; trasuntos hedonistas vividos y proyectados
sobre la historia presente. Allí se encuentra
el camino de Eleusis que conduce hasta el oráculo
de Delfos. Pero ya Avenida de Madrid (1993) o
Por acuerdo tácito (1995) representan otra
línea, diríamos, de poesía
épica. Es la ciudad sobre todo la protagonista,
ya sea Madrid en el primer caso o Almería
en el segundo. La depuración ha tocado
fondo: el tiempo, el lenguaje conversacional,
la historia concreta, real y próxima, son
los nuevos valores. Dice la poeta «Uno se
nutre / de experiencias cotidianas» y por
ello en su último libro, El lenguaje de
la hidra (1998), observe oportunamente Francisco
Domene que MĒ Pilar Quirosa aborda el estado laberíntico
del tiempo, indagando, como ocurría en
Islas provisionales, en el amor y la realidad
como paisajes donde se juega todo a una carta.
La influencia de los poetas de la «experiencia»,
sobre todo percibimos la de los granadinos Javier
Egea o Luis García Montero, se nota ya
con claridad. La voz poética ha ganado
seguridad estilística, lo que favorece
novedosas conquistas temáticas. Si el laberinto
del tiempo es además una metáfora
del laberinto de los sentimientos, el corolario
no puede ser otro que un intento consciente por
ordenar el caos, lo que supondrá una nueva
apreciación de lo real. Como la Hidra,
el lenguaje reproduce las monstruosidades «cotidianas»,
pero gracias al amor y a su memoria (inscrita
en el texto) el poeta salva cada día el
instante: «Donde el recuerdo mantiene la
más bella de las formas», «Hoy
te hablo desde el exilio definitivo / que es mi
canto, testigo [...] que nos envuelve y nos convoca
/ a la extrañeza». La nueva disposición
a la reflexión, la sospecha de que sólo
el amor y el diálogo amoroso con el otro
nos defienden de la Hydra, van a suponer un esfuerzo
de distanciamiento y desdoblamiento del yo, que
le permitirá mirar las cosas desde otro
lugar: desde el frío. Algo de ello anuncia
en Deshabitadas estancias (1997), cuyo título
remite intertextualmente a Habitaciones separadas
de Luis G. Montero. «El frío»
resulta la metáfora de la conciencia dolorida
por el amor y por la historia. La poeta no abdica
de sus temas preferidos, antes bien, como señala
Ángel Guinda en el prólogo, busca
la contención, la intensificación
más que la extensión. Por ello juzgamos
acertado el lema adoptado por la autora y tomado
de José Ángel Valente, con que abre
la primera estancia: «Extensión del
vacío / en las estancias del amanecer»,
pues señala otro significado, si espacial,
también temporal: la vida en el tiempo,
no por un espacio «vacío».
Por esta doble línea llegamos al breve
poemario Cuaderno de invierno (2004) -galardonado
este año con el premio de poesía
«Victoria Kent»-. Viene presidido
por unos versos de Pablo Neruda y significa el
reencuentro de Pilar con el gusto modernista por
el verso y el ritmo; y además una afortunada
vuelta a los parajes marinos de arena y silencios.
"Y tu olor
a salitre y ausencias.
Horizonte gris,
antesala del deseo."
Por esta senda parece desenvolverse
para encontrar la síntesis entre una mirada
elegíaca que no borra el tiempo («Bien
sabíamos / que los tiempos estaban cambiando»)
y un clasicismo sereno, depurado, hacia la palabra
esencial y el verso necesario. El siguiente poema
puede servir de ejemplo. Un ritmo silábico
bien perceptible distribuido en pies trisílabos
o tetrasílabos; la mirada distanciada sobre
el paisaje y el otro; el ambiente de nuestra tierra
(«desierto», «luz olvidada»,
«infinito horizonte», «sumando
sombras») representan aciertos definitivos.
"Volaban
en juegos de oleaje
las últimas gaviotas.
Y era tan desierto
el paisaje.
Apenas una luz olvidada
en aquella casa,
que no era la nuestra,
y el infinito horizonte
sumando sombras.
La duda
que anidaba en tus ojos
en aquella secuencia
jamás proyectada.
Tu mirada,
materia evanescente,
tres sílabas incoherentes,
proximidad de las aguas."
Miguel Galindo Artés
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