El poeta que nos acompaña en esta ocasión, Francisco Ruiz Noguera, pertenece al nutrido grupo de poetas y escritores andaluces vinculados al ámbito universitario, concretamente al mundo de las letras, quienes admirados, por distintos motivos, de estas orillas sur, han tenido la delicadeza de expresar y dedicarle su inspiración, contribuyendo con estos obsequios a ampliar nuestro acervo poético-literario. La variada orfebrería expresiva, el buen gusto y el afán artístico se observan en la obra producida, en la variedad de la misma y los reconocimientos públicos obtenidos.
Este es el caso del poeta, profesor y escritor Francisco Ruiz Noguera. Valga el siguiente párrafo para resumir algunos datos positivos de su trayectoria.
Nació en el precioso, limpio y conservado pueblo de Frigiliana (Málaga) en 1951. Doctor en Filología Hispánica. Catedrático de Lengua y Literatura y profesor titular de Lingüística Aplicada en la Universidad de Málaga. Director de la Cátedra María Zambrano. Sus cinco primeros libros (Campo de pluma, La manzana de Tántalo, La luz grabada, Simulacro de fuego, Arte de restaurar) están recogidos en el volumen Campo de pluma: poesía reunida (Málaga, Col. Ciudad del Paraíso, 1997), con posterioridad ha publicado: El año de los ceros (Madrid, Visor, 2002), El oro de los sueños (Madrid, Hiperión, 2002), Arquitectura efímera (Madrid, Visor, 2008), Otros exilios (Huelva, Col. Juan Ramón Jiménez, 2010) y La gruta y la luz (Madrid, Visor, 2014). |
Ha recibido los premios de poesía Ricardo Molina, Antonio Machado, Vicente Núñez, Juan Ramón Jiménez y Generación del 27, y los premios de artículos periodísticos Unicaja-José María Pemán y Ateneo-Universidad de Málaga. Su obra figura en diversas antologías de poesía española y ha sido traducida a varias lenguas. Ha dedicado varios estudios a la poesía española, entre ellos, los libros Antología de la poesía medieval española (1995), La poesía visual (1998), Frontera Sur: antología de jóvenes poetas malagueños (2007), Retraducir: una nueva mirada (2007, en colaboración con J. J. Zaro), La dolce vita: poesía y cine (2010). Ha sido conferenciante y profesor invitado en diversas universidades españolas y extranjeras.
En una de esas antologías Al fin y al cabo (2009), que homenajean al reconocido fotógrafo Carlos Pérez-Siquier, encontramos este poema inspirado en el Parque.
Tríptico del Cabo
1
Gárgola de la tierra, su mirada
vigila el mar con ojos minerales.
Fuerza de la materia, decidida:
como zarpa rocosa que, rotunda,
planta sobre la arena su dominio,
mientras huyen sirenas afiladas.
2
Horizontal: colores apagados
de una alfombra salada para un templo
mordido por el sepia del olvido.
Vestigio vertical para el deslinde
entre el azul cercano y los cristales
leves y blancos de colinas breves.
3
Orden contemplativa: desde siglos
-puntiagudo silencio encapuchado-
memoria de volcán duerme en Los Frailes
que custodian las plazas de su reino:
La Isleta, Los Escullos, Las Salinas,
Genoveses, Mónsul: Cabo de Gata.
El poema resulta transparente como una catedral gótica, desde el título hasta los dos versos finales. Podríamos decir que la arquitectura formal y la mirada monumental organizan el poema y difunden su contenido con una maestría que sorprende al lector.
Tres son los motivos representativos del Parque, al fin y al cabo, vamos a leer un tríptico: el Cabo, las minas de Rodalquilar y el paraje de los Frailes. A cada uno de ellos dedica una sextina, en impecable verso endecasílabo, para describir el cabo como «gárgola», las minas como «vestigio vertical» y los Frailes, los dos montes gemelos, y la presencia de la orden de los Dominicos en el Cortijo del Fraile. Si a esta secuencia de sur a norte, le sumamos el sentido visual superficie-cielo /terrenal-espiritual, obtenemos dos líneas descriptivas: una realista, otra mítica.
Los dos versos finales se presentan mediante una triada que nombra con goce y delectación los lugares emblemáticos del Parque: sus poblaciones (La Isleta, Los Escullos y Las Salinas), esto es, su población y belleza orográfica, por un lado; pero también sus magníficos parajes vírgenes, sus espléndidas playas: Genoveses, Mónsul, Cabo de Gata.
Estos tesoros conforman y centran el interés del lector en este «tríptico» encomiástico del poeta sobre el actual dominio del Parque Natural. El triángulo metafísico, en tres dimensiones.
Profundizando en cada uno de estos momentos, se puede apreciar la organización geométrica en el orden de las estrofas: vista desde el mar vemos la gárgola, cuya zarpa rocosa, hace huir a las sirenas (los arrecifes del mismo nombre representan a esas sirenas en fuga, pero petrificadas); vista horizontal (valle de Rodalquilar): minerales y «cristales/ leves y blancos de colinas breves»; finalmente, vista vertical: los dos montes/monjes/frailes: «puntiagudo silencio encapuchado» custodiando, monjes guerreros, las tres comunidades ancestrales y sus tres emblemáticas playas naturales.
Desde esta óptica que llamamos «monumental», el poeta acierta en destacar de manera selectiva tres esencias constituyentes del Cabo de Gata (sinónimo de parte del Parque Natural). El cabo propiamente dicho, nombrado por Valente como «el durmiente» que derrama su cabellera y descansa su cabeza en las aguas del mar, es la gárgola que decora un palacio natural con vistas al mar, poblado de sirenas.
El paraje de Rodalquilar es ya una fotografía en «color sepia del olvido», sus minas son «templo mordido», un vestigio que contrasta con el azul cercano del mar.
Finalmente, la apoteosis del lugar lo representan esos monjes «trabucaires», esa pareja encapuchada, «memoria del volcán», que desde siglos, no solo practican la contemplación en un lugar paradisiaco (lugar de meditación de tantos místicos), sino que «custodian las plazas de su reino». Esas plazas siempre amenazadas por la presión usuraria y necesitadas de salvaguardas tan contundentes como la zarpa que asienta su planta de materia con ojos minerales sobre su dominio.
Lo decíamos al principio, el poema resulta transparente. No dejemos pasar la ocasión para señalar el acierto en el uso de figuras retóricas que el poeta pone en juego en cada una de las sextinas: sinestesias (ojos minerales / sirenas afiladas/ alfombras saladas); oxímoron (paradoja): colinas breves, puntiagudo silencio; aliteración: cristales leves y blancos; rimas internas: leves-breves; etc. La musicalidad se refuerza con las alusiones semánticas discretamente situadas, si el cabo vigila, los monjes, custodian; si uno es materia, el otro es agua y belleza milenaria, si esa materia es roca, el paraje es memoria de volcán dormido por el oleaje de sus playas esenciales: Genoveses, Mónsul, Cabo de Gata.
Una escritura labrada por mano maestra que ofrenda un tríptico en noble marquetería gótica.
Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque
|