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Miguel Vega, un poeta singular

Miguel Vega es un novelista de extremada sensibilidad literaria que se manifiesta en el vocabulario impresionista, el ritmo nominal y el certero apunte psicológico. Su novela Tríptico de Cástulo además de tributar un homenaje a su tierra (Jaén) recuerda, salvando las distancias, a la exquisita novela de Flaubert titulada Salambó. Ahora podemos comprobar en esta muestra poética su capacidad de fabulación en lo que podemos denominar, siguiendo a nuestro maestro Juan Carlos Rodríguez, cotidianización de la poesía. Apenas un asunto trivial nos conduce a una realidad primaria y a un motivo de conocimiento del yo lírico en la realidad cotidiana de una tarde cualquiera.


Fotos:
Cala del Embarcadero © OM

 
 

El pirata moderno ya no despliega sus velas ni fuma en pipa ni bebe ron; conduce su coche, fuma un habano y bebe whisky. Es un tipo duro por los desiertos del Cabo de Gata. Su viaje hacia la naturaleza (mar, playa, montañas) y sus signos naturales: el fulgor del faro, el sonido de la corriente, el ladrido de un perro. Belleza y silencio, proclama el poeta, trasfiguración hacia otro ámbito, hacia el mundo de la metamorfosis: un pirata rescatado, un héroe cotidiano que resucita de entre los libros. Toda salida aún es posible, si desembocamos en la naturaleza.

Miguel Galindo

   

EL PIRATA EN LA NOCHE

Un whisky, un habano,
la presencia deseable de cierta alumna
en el pub local.
En un acto de insensatez
conduzco en las últimas horas de la tarde
-con el concierto para violín en re menor al máximo volumen-
hacia el mar.
Un mar calmado, brillante,
en esa playa solitaria.
La luz azulada y malva
del anochecer de Enero,
el perfil nítido de las montañas de lava
hundiéndose en el espejo casi inmóvil de las aguas.
El fulgor distante y amarillo del faro
expandiéndose a ráfagas
sobre la superficie bruñida de la ensenada.
Atravieso la playa
y me interno entre las rocas blancas
-a esa hora de color ceniza-.
Y miro el agua obscura y transparente
que entra en ellas bajo mis pies.
Y escucho el golpear sereno de la corriente
-y el ladrido dormido de un perro,
y el chillido de una gaviota en sus aislados vuelos-.
La noche se ensombrece;
los charcos brillan metálicos en las plataformas rocosas.
La belleza y el silencio aturden los sentidos.

Al regreso, completamente solo,
por la playa recién anochecida,
no me sentía ya el banal profesor de instituto,
sino uno de los piratas
-tabaco, mar y literatura, combinación infalible-
que pueblan las novelas de Verne o de Stevenson.

Miguel Vega
Rodalquilar, Enero