Bicentenario de la instalación del Ayuntamiento de La Carbonera. Resulta inexcusable dedicar este Viaje a Carboneras, Juan Goytisolo y Campos de Níjar. Todo es uno por múltiples referencias. Hay quien considera insuficiente (por su poca extensión narrativa), inapropiada (por el naturalismo descriptivo) y ofensiva (por la imagen degradada) que, en la novela-documento Campos de Níjar, nos presenta de Carboneras el escritor catalán.
Volver a leer a Juan Goytisolo supone el encuentro con un maestro de las letras hispánicas, sobre todo avalado por la importante producción posterior.
Para entender la relevancia del libro hemos de proyectar la imagen de España entre 1955 y 1965, al tiempo que el novelista organiza el homenaje a Antonio Machado de Campos de Castilla desde París a celebrar en Collioure y escribe este otro «contra-campos» en el Sur. Goytisolo describe y descubre la belleza acantilada desde el Cabo de Gata hasta Carboneras a toda Europa.
Recuerda el viaje de J. Conrad El corazón de las tinieblas, salvando las distancias entre el Congo y el levante almeriense. Pero no olviden que hablamos de LITERATURA y la importancia de Carboneras residía precisamente en su aislamiento y la novela termina aquí, derramando unas lágrimas el narrador, imbricado y mimetizado con el dolor que esa experiencia «iniciática del viaje al Sur» le ha deparado: pobreza, emigración, explotación, enfermedades. ¿Cómo no destacar el fin del viaje con una sensibilidad doliente? ¿Un via crucis? ¿Y dónde se ambienta ese final?: en la playa de Carboneras, entre los Barquicos y los Cocones, en la Puntica de arena que traza una flecha en dirección a la isla de San Andrés. Aquí el narrador-viajero (Juan Goytisolo) se refugia a meditar todo el recorrido. No puede más. Unas lágrimas rebeldes, mezcla de rabia y felicidad, escapan de sus ojos. Había descubierto y descrito un mundo nuevo, «un paraíso», que él no habitará, al tiempo que lo dará a conocer desde París, favoreciendo el turismo centro-europeo a partir de ese momento. Juan Goytisolo es Cristóbal Colón para nuestro turismo. |
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Fotos: Carboneras © Mario Sanz |
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Si se procediese a un extracto pictórico-narrativo-fotográfico de las descripciones literarias de la novela, obtendríamos una magnífica guía estética, desde la mirada prístina de Juan Goytisolo. Confirmaríamos el amor y el valor literario figurativo de poesía, narrativa y pintura que despliega Juan en este documento auroral: fechado en 1959. Podemos afirmar que «pasión» es la palabra que define a la experiencia del escritor catalán sobre el Parque, sus habitantes, su naturaleza y Carboneras, en especial. Tal es así que volverá una y otra vez a recrear, interpretar, releer y hasta, incluso, revivir, recientemente, la emoción sentimental decantada hacia este final literario. Vida y literatura se dan la mano, como suele ocurrir en los grandes escritores y Juan Goytisolo impartió una conferencia a los alumnos de bachiller sobre dicha experiencia (véase el film-documental El regreso de Nonio Parejo).
Por tanto, ahora que se conmemora en dicha localidad el Bicentenario de la constitución de su primer Ayuntamiento (24 de junio de 1813), queremos felicitar a Juan Goytisolo por su lucidez hacia la tradición, su profética descripción del presente y su valiosa contribución literaria, la primera documentada, sobre Carboneras y el Parque Natural, su vinculación sentimental con nosotros y reivindicar una lectura ficticio-literaria de la novela Campos de Níjar, a cuya estela han navegado numerosos relatos posteriores. (Este último año ha recibido el premio de los libreros almerienses a la edición realizada por el IEA).
Juan Goytisolo es el candidato más cualificado para el premio Nobel de las Letras. Todos sabemos, no obstante, qué aureola rodea al novelista, ensayista, poeta y pensador Juan Goytisolo: sus disidencias, el ser exiliado de aquí y de allá (español en Cataluña, catalán en España, árabe-español en Europa, europeo en el Magreb), su reivindicación, su apuesta por el pájaro solitario, los cuadernos y makbaras, sus obras (in)completas, su cosmopolitismo integrador, su defensa y amor por la literatura oral popular, ofrecen una magna personalidad literaria de la cual podemos sentirnos orgullosos por su vinculación con Carboneras. También como Moisés, señala un territorio que él no habitará. Pero aquí está con su obra:
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El coche de línea de Carboneras sale de Almería a las cinco y media de la tarde. El de Fernán Pérez me había dejado en el cruce de Níjar y San José y, durante cerca de una hora, permanecí al borde de la cuneta, aguardándolo. La tempestad se condensaba sobre lo picos de la sierra de Gata y paralelamente sentía dentro de mí una saciedad extrema –la conciencia de haber llegado al límite- como una cuerda que se rompe por haberla estirado demasiado. Sentado en la linde del camino acechaba las nubes foscas. El cielo era como un océano embravecido y en el campo había uno de esos silencios expectantes que preceden la explosión de la tormenta: bandas de pájaros volaban a ras del suelo, el aire estaba embebido de luminosidad. Todo anunciaba la inminencia del estallido y, a medida que el tiempo transcurría, aumentaba también mi necesidad de desfogarme.
Revivía los incidente de mis tres días de viaje y la idea de lo que no había visto todavía -o me había pasado inadvertido tal vez- me abrumaba. Había comenzado a bajar alegremente la pendiente y descubría de pronto que no tenía fin. Don Ambrosio, el viejo de los chumbos, Sanlúcar, Argimiro, la lista podía alargarse aún. En cada pueblo encontraría gentes parecidas. Unos me hablarían alzando la voz y otros bajándola. Y el escenario siempre sería el mismo –y mi cólera y su desesperanza.
Cuando el autobús apareció en el horizonte, empezaba a llover. Me incorporé de la cuneta agitando los brazos y el chófer frenó y abrió la puertecilla.
- A Carboneras.
***
Toda la tarde estuve vagando por el pueblo sin saber adónde me llevaban mis pasos. El cielo era de color gris, las calles parecían vacías y recuerdo que permanecí varias horas, sin moverme, acostado en la playa.
Unos niños rondaban a mi alrededor a respetuosa distancia y, al levantarme, oí decir a uno:
- Parece que se le ha muerto alguno. Mi madre lo ha visto llorando.
*** Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque |