Existe una especie
de ave carroñera en el Parque que, no estando
en peligro de extinción, hasta el momento, no
ha suscitado interés alguno entre los estudiosos
de la naturaleza. Esta especie tiene por costumbre anidar
en los alrededores de los núcleos urbanos, en
parcelas con intereses urbanísticos o en solares
vacíos en el interior de los pueblos. Nidifica
durante unos catorce meses, tiempo en el que se la puede
ver siempre posada sobre el mismo lugar mientras levanta
y ordena pilas de material con el que construye su habitáculo;
al cabo de este tiempo, (que puede ser mayor o menor
dependiendo de la urgencia en la venta de la promoción
o de la legalidad de la licencia) cambia de ubicación
dejando, inevitablemente, un residuo en forma de promoción
de dúplex, urbanización de chalets o bloque
de apartamentos.
Podemos verla
en distintos rincones del Parque ya que, aunque su presencia
está en teoría perfectamente regulada
por la normativa, tiene una facilidad extrema para aparecer
en los lugares más inapropiados; sobre todo habida
cuenta de que pertenece a ese tipo de especies asoladoras
del terreno que impiden, tras su paso, el restablecimiento
del ecosistema previo, no permitiendo en este caso ningún
crecimiento posterior más allá de las
plantas de jardín o las cucarachas.
Se trata de un estilizado pájaro de metal, de
unos 20 metros de altura y 30 de envergadura, aunque
su tamaño varía de forma proporcional
a la construcción que lleva a cabo, de carácter
diurno y silencioso, a su alrededor multitud de especies
parásitas y dependientes despliegan una actividad
inusitada con el único fin de terminar cuanto
antes la obra.
Nos referimos,
por supuesto, a la Grúa Común; Grúa
Grúa en su nomenclatura científica.
La población
de esta especie en el Parque goza de tan buena salud
que podemos encontrarlas acechando a la vuelta de cualquier
recodo del camino, recordando con su presencia que,
a pesar de las normas, de las restricciones y de la
protección, la construcción en el interior
del Parque es un hecho presente, continuo y, mucho nos
tememos, casi imparable.
Se yerguen contra
el horizonte como buitres posados sobre los pueblos,
devorando las entrañas de la tierra para construir
sus nidos de hormigón y ladrillo. Dejando la
dureza de las esquinas encaladas donde antes había
sólo naturaleza. Sirven de avanzadilla al asfalto,
a los adoquines, a la construcción, y sabemos
ya por experiencia que cuando una se posa en las afueras
de un pueblo, toda la extensión comprendida entre
el éste y la grúa quedará, tarde
o temprano, colmatada por edificaciones.
En un ejercicio
con cierto carácter lúdico y un gran componente
masoquista, hemos hecho recuento de la población
de grúas en el interior del Parque, el resultado:
7 ejemplares
en San José, concentrados en tres puntos:
a la entrada en las dos macrourbanizaciones que están
colonizando la rambla del Río, lejos ya de la
costa, penetrando en el terreno; en las lomas de subida
a la pista de Genoveses y Mónsul, cada año
se construye una calle más arriba, con duplex
a ambos lados, hasta lo más alto de la colina
y en la zona de la trasera del puerto, también
en la pendiente de la montaña.
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