Bueno, algo sí que ha pasado porque las gentes de Las Salinas, los salineros, hemos visto durante este tiempo cómo el templo abría sus puertas a los rodajes cinematográficos o publicitarios y a alguna que otra boda de postín, al tiempo que a nosotros se nos prohibía el paso. Ya saben ustedes el dicho: “Poderoso caballero Don Dinero”. Pero, aparte de eso, nada.
Así que, de este modo, no me extraña que la iglesia de Las Salinas haya perdido la fe. La fe en una clase política y en unas instituciones que no dudan en usar este icono de la provincia como imagen para ferias, carteles y catálogos pero que llevan una década ignorándola y contribuyendo a su abandono. Les aseguro que es un orgullo ver a nuestra iglesia como emblema de la provincia, pero yo me pregunto: ¿no se le cae a nadie la cara de vergüenza de presumir de un edificio al que están dejando morir lentamente?
Y tampoco me extraña que haya perdido la fe en unos propietarios que han invertido más en pleitos, dimes y diretes, que en tratar de evitar un deterioro que puede convertirse en irreversible si no se toman medidas de forma urgente. Y cuando digo urgente, quiero decir urgente.
Y hago hincapié en este tema porque la gente de Las Salinas hemos tenido que sufrir durante dos largos años la visión de un humillante cartel en el que se anunciaba la “próxima rehabilitación del templo”. Un cartel que, descolorido de ponientes, salitre y solaneros, por fin alguien retiró hace un par de semanas.
Yo he visto con mis propios ojos cómo los trabajadores se encargaban de reforzar los muros del templo y cómo encalaban todo el edificio para que luciera igual de brillante que las garberas de sal. |