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Patrimonio industrial: Las Salinas de Cabo de Gata

Si hay un espacio natural que sea divisa de la provincia de Almería en España (y por extensión en el mundo) es sin duda Cabo de Gata. Y si hay una arquitectura capaz de aglutinar todo el significado de Cabo de Gata en un solo edificio, este es sin duda la Iglesia de las Salinas.
Fotografiada y conocida hasta la saciedad, la Iglesia sigue en pie con dificultad creciente, asolada por un siglo de inclemencias meteorológicas. Los sucesivos azotes de los temporales de levante y poniente, el medio salino próximo y, sobre todo, la desidia de aquellos que pueden poner medios para su conservación (¿para cuándo la urgente declaración como Bien de Interés Cultural?) han hecho del edificio una ruina inminente que, paradójicamente, continúa acrecentando su halo de fascinación y belleza.

Es sin duda notorio el interés que el Parque Natural despierta por sus valores paisajísticos y su excepcional muestra de flora y fauna, hasta cierto punto bien conservados. Sin embargo, el conocimiento de los valores de su arquitectura tradicional y, especialmente, del riquísimo patrimonio industrial, es aún una asignatura pendiente. El estado de abandono y olvido parcial en el que se encuentran construcciones como el Cortijo del Fraile (que debería ser un pilar cultural fundamental en su relación con la obra de García Lorca) da buena cuenta de lo difícil que resulta poner en valor incluso lo evidentemente valioso.

Por este motivo queremos detenernos, en esta ocasión, en uno de los ejemplos más atractivos de vivienda ligada al patrimonio industrial dentro del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar: las viviendas obreras de la Unión Salinera, acostadas sobre la arena entre la mirada de la Iglesia y las últimas montañas de sal que aún perviven.

 

Foto: Las Salinas de Cabo de Gata © OM

La explotación salinera

Las Salinas de Cabo de Gata están situadas sobre una llanura litoral al suroeste de la Sierra de Gata, en el término municipal de Almería. Paralelas a la línea de costa, están separadas del mar abierto por una barrera arenosa que va desde los 250 a los 550 metros de anchura, franja por la que transcurre la carretera local que desde San Miguel une las Salinas con la Almadraba de Monteleva, la Fabriquilla y el Faro.

El humedal, alimentado con entradas naturales y artificiales de agua de mar, es un referente paisajístico de primer orden en el conjunto del Parque, aun cuando su explotación comercial se encuentre bajo mínimos, sobre todo si la comparamos con su importante pasado industrial.
Conocidas desde tiempos de la Corona de Castilla, las Salinas de Cabo de Gata pasaron a manos privadas, dejando de ser propiedad del estado, en torno a 1872. Tras ser de titularidad francesa (con desastrosos resultados debido a la imprevisión de las inundaciones por el desbordamiento de las ramblas cercanas que mezclaron sus aguas con las de la explotación salinera), fue adquirida por Doña Isabel Oliver y Cueto, cuyos herederos, conocidos como señores de Acosta, constituyeron la sociedad “Salinas de Almería”. Tras realizar las obras pertinentes para la prevención de las fatales riadas y tras mejorar notablemente las instalaciones de producción de la sal, se procedió a la construcción de los edificios de oficinas y la Iglesia, así como una serie de manzanas de vivienda obrera de enorme calidad y salubridad, sobre todo teniendo en cuenta que fueron puestas en pie durante las primeras décadas del siglo XX.

En 1925 las Salinas de Acosta, con una producción anual de 90000 toneladas de sal, fueron adquiridas por la Unión Salinera Española. En la actualidad aún continúan en funcionamiento aunque su producción se ha reducido radicalmente. El tiempo en el que trabajaban cerca de trescientas personas en la explotación y en la que los diques se llenaban periódicamente de barcos (en su mayoría escandinavos e islandeses en busca de sal para salazones) representa una época pasada que sólo pervive en la memoria de los antiguos trabajadores, en su mayoría jubilados, algunos de los cuales aún siguen viviendo en las magníficas viviendas obreras de las Salinas.

Foto histórica de la Iglesia de Las Salinas

Las Salinas domésticas

De una sencillez extrema, las viviendas obreras de las Salinas, situadas al borde de la carretera y del mar, entre la Iglesia y la zona de explotación, son uno de los ejemplos más valiosos de patrimonio doméstico industrial de toda la provincia.

El desnudo exterior, de una sobriedad impactante, esconde un interior amplio, muy bien acondicionado para soportar las condiciones meteorológicas (fuertes vientos, frío impensable en invierno, calor considerable en verano) con unos estándares de habitabilidad envidiables.
La distribución espacial carece de pasillos, siendo directamente las habitaciones las que se conectan entre sí (sistema tradicional en las pequeñas casas de la zona), pero evitando las estancias enfiladas al abrirse éstas en sentido transversal y longitudinal al mismo tiempo. La conexión con la parte trasera y sus generosos patios da lugar a unos espacios singulares en los que la fuerza de la luz comienza a tamizarse en su camino hacia el interior de las viviendas. Los altos techos redundan en la percepción de la calidad espacial de unas piezas que se relacionan directamente con el exterior a través de pequeñas ventanas que ayudan a regular la imponente claridad diurna y, en especial, la de poniente. El terreno colindante a las viviendas, dispuestas en tres hileras que cierran una U frente al mar, tiene la vitalidad de lo no diseñado. Sin embargo, su capacidad como espacio de relación es todo un ejemplo a seguir. Simplemente una gran explanada de tierra en cuyo centro se levanta una curiosa construcción en madera a modo de almacén, cumple a la perfección con los requerimientos flexibles de punto de encuentro. La sucesión de bancos de madera en la puerta de cada casa, todos ligeramente diferentes, da idea de la posibilidad de una vida al aire libre, tan necesaria en el Mediterráneo.

 
Foto histórica de la Iglesia de Las Salinas

El lugar, que en un primer momento podría pasar desapercibido, atrapa al visitante en el mismo momento en que pone un pie en su recinto. Vigiladas por la cabeza orgullosa de la Iglesia cercana, calladas, casi herméticas, las fachadas blancas, en su pureza, reflejan dramáticamente la puesta de sol. Pocos lugares construidos son tan hermosos en Cabo de Gata, un territorio lleno de riqueza no sólo geológica, animal o vegetal, sino poseedor de una arquitectura y un patrimonio industrial cuyo descubrimiento, puesta en valor y conservación es, más que nunca, un deber.

Querríamos dedicar este texto a los trabajadores de las Salinas que pasaron sus vidas apegados a esta dura Y excepcional tierra. No podemos nombrarlos a todos, pero sí a algunos de ellos: los participantes en el emocionante documental “Las gentes de la Sal” realizado por RIOT CINEMA COLLECTIVE para la Conserjería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía: Ángeles Moreno Vilches/ Carmen Sánchez Martín/ Francisco García Úbeda/ Francisco Sánchez Martín/ Joaquín Sánchez Sánchez/ Josefa Ropero Fortes/ Manuel Montoya Rodríguez/ Manuel Jurado Ramón/ Manuel Murcia Murcia/ Manuel Nájar Murcia/ Pepita Ramón León.

Daniel López Martínez y José Miguel Gómez Acosta
Publicado en ARV, revista del Colegio de Arquitectos de Almería