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Viaje literario por el Parque |
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Esperando al gloriógrafo
Fernando Adam (Úbeda, 1946) es el poeta más vinculado a este Parque Natural, desde los lejanos años de 1975. Desde entonces hasta el día de hoy mantiene su vivienda en San José y desde aquí escribe una intensa obra poética. Sus estudios universitarios los realiza en Granada, por cuya Universidad es doctor en Filología Románica, ciudad en la que se afinca, con ausencias esporádicas, desde 1965. Ha sido Lector de Español en la Universidad de Tananarive (capital de Madagascar), Profesor Ayudante de Literatura Española en la Facultad de Letras de Granada y desde 1974 hasta 1978 Catedrático de Francés en el antiguo Instituto Mixto, actual IES Alhadra, en Almería. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Irse tiene sus fronteras, galardonado con el premio García Lorca 1973, Oro parece, (colección Silene, Granada, 1976), Del desierto, (Colección Zumaya, Univ. de Granada, 1980), Recitativo para voz cansada (Diputación de Jaén, 1994). Actualmente trabaja en su último libro de poemas El secreto que un pájaro tiende entre dos islas. Esta es la breve bibliografía de la intensa obra. |
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Foto: Cala Bergantín © MA |
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Detengámonos en otros aspectos. Esta sección del Eco tiene, con Fernando, una deuda lírica contraída que ahora quiere saldar, considerando que un tan discreto como inmenso poeta reencontrado, por fin, después de un naufragio, merece este Viaje. Entre las azules y cristalinas aguas de la playa de Los Genoveses este otoño lo descubrimos atlante bajo la espléndida luz del mediodía. Supimos entonces su currículo vitae, su dedicación por la escritura teatral, la traducción de poesía francesa y, sobre todo, su estrecha vinculación con Almería. Desde mediados de los setenta, Fernando reparte su tiempo entre un islote llamado San José y otro islote formado por el triángulo Almería, Granada y Jaén. Por dedicación profesional, literaria y afectiva su obra se haya en el centro de toda la renovación literaria de la lírica andaluza cuando se voceaban «malos tiempos para la lírica». Su libro más aclamado suena a réquiem y nacimiento. Oro parece (1976) se lee de dos maneras, para lo cual hemos de girar el sentido de la lectura del poemario. Con estas arriesgadas novedades tipográficas, la mezcla de lo «serio» y lo «irónico», más algunos juegos cómplices con los lectores, nada pasivos, sino receptores activos que tienen que girar en círculo la página, o bien realizar dos lecturas, interpretar versos corales, muy a tono con los juegos de Cortázar en Rayuela, se estaba construyendo la modernidad democrática desde una zafiedad que exigía reflexión, conciencia, análisis. Nada mejor que el surrealismo para liberar ciertos fantasmas, en la línea de Alberti en Sobre los ángeles, y al mismo tiempo la ironía desmitificadora y distanciada de Bertolt Brecht para evitar la fascinación del espectador y favorecer la crítica. Recuperar la tradición crítica a través de la lírica era una apuesta arriesgada y poco ensayada. Esta será a la larga la línea más fecunda. Conecta con Javier Egea, Antonio Carvajal y José Ángel Valente. Había que depurar el modernismo, evitar que cayese en lo mostrenco, saldar cuentas con una intimidad otra y poner al día un discurso renovado. Demasiadas cosas a la vez para un joven poeta y maduro profesor de treinta años. De ahí el título y la adivinanza bajo la cual se esconde la sospecha del «desencanto». La intimidad sacudida y desplazada, el oro, salda cuentas con el pasado, plata no es, y de sus ruinas emergerá el nuevo ser, no sabía si ella o yo, ahora ya lo sabemos: la soledad, el silencio, el éxtasis de la vida placentera del santo carmelita hasta el venerado Valente, sin desdeñar la tradición francesa de Baudelaire a Verlaine. No es ya la torre de marfil, sino un rincón entre dos islas. La coherencia de esta obra bien hecha, a conciencia, nos conecta a Fernando Adam con Juan Ramón Jiménez. |
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Así lo hemos comprobado en su poemario Del desierto, donde se trasluce su vida en San José y su vida en la ciudad (¿Granada, Almería, Jaén?). No hay descripción del clásico paisaje costero ni nostalgia, aún no se había inventado la memoria histórica ni el parque natural. Estamos en 1979 en Almería y 1980 en Granada, así fecha su libro. Pero ya: «Una caravana encamellada de tenderos/ lo va comprando todo/ y el paisaje que puede se escapa por los lados/ como si fuera de verdad.». El lugar del poeta es una sala con una ventana desde donde mira para contemplar este desolador paraje: «el sol del desierto, oblicuo, casi puesto,/ por detrás de los tenues/ visillos de lluvia que se doran/ y le permiten una luz tranquila,/ como si lloviera/ un oro inmensamente viejo». La perspicacia del poeta es tan sutil que ya está anunciando el desembarco del ladrillo sobre el litoral: «A veces le parece/ que el desierto es mentira». Por eso la conclusión del poema no puede ser sino expresión de la contradicción y la certeza del dominio del consumo:
¡Qué hermoso entonces, amigos lectores,
el vagar de las dunas
con vistas al mar
desde el tiempo
y la lista de cosas
que hay que comprarle al tendero.
Caravana encamellada
Y mierda de tendero y de camello. |
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Foto : Cala del Plomo © MA |
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Ante esta situación al poeta no le queda otra alternativa que la constatación de su inutilidad en este nuevo momento histórico que se está gestando, la sociedad democrática de la transición gobernada por UCD y pronto por mayoría absoluta con el partido socialista:
El artista se va por donde vino
declamando amuletos
Entre estos arcanos, Fernando Adam nos deja una sentencia conmovedora, vislumbrada y entrevista desde esa subasta bajo su ventana, como decía Teresa Gómez:
Esta neblina.
Retirada amortiguada.
Serrijones,
horcajos, pedregales, riscos y ramblizos.
Este sudor ocre, estos cantizales,
este agobio de alacranes retorcidos,
estos jazmines
y esa delicada tolvanera
que ciñe el impermeable
de ella. Si sólo fuera por lo que dice, bien vale este largo poema, pero es más lo que no dice y mucho más los avances expresivos que el poemario contiene en sus aproximadamente trescientos versos. Hemos constatado las siguientes novedades: a nivel fónico, presencia de onomatopeyas, aliteraciones, paralelismos sinonímicos o antinómicos, habla oral andaluza y expresiones del francés en habla andaluza (buá de bouloñe, bule-bule-vares, psé) rimas internas, estribillos con clara función estructural. Además de exclamaciones y preguntas retóricas; a nivel morfológico: derivaciones, juegos de género, similicadencias, enumeraciones aparentemente caóticas, etc; desde el punto de vista sintáctico: hipérbatos, anáforas, reduplicaciones; finalmente, el nivel más productivo corresponde al léxico: neologismos (erosionea, desertiza, melancolizadores, angustifobia, cosmoagonía, ruge-labios, butiqueneados), vulgarismos (cafeses, sofases, quinqueses) y, sobre todo, metáforas e imágenes, si unas desmitificadoras, irónicas («Amor mío, amor mío; Virgilio de la vega y garcilaso; El Viento/ las orejas de Dios en movimiento»), otras sinceras: «gema reflexiva».
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Foto: Cala del Embarcadero © OM |
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Finalmente los guiños intertextuales con los hermanos Machado, Alberti y los poetas modernistas y, por otro lado, con los tópicos narrativos de inicio en los cuentos y canciones populares: «Una vez érase que se era». A todo esto hemos de sumarle las técnicas versificadoras aprendidas y trascendidas: desde los versos heptasílabos hasta las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, pasando por el creacionismo de Vicente Huidobro. Desde la tradición a la vanguardia y a la superación de ambas nos lleva Fernando en este poemario. Obra central desde la que emana el humor, la ironía, la música, el silencio para afrontar que el desierto no existe cuando las ciudades se desplazan a la costa y se quedan vacías, ocupando un espacio vacío el mercado. Este es el oxímoron que enlaza este tratado en verso sobre el desierto y la globalización desde unas claves que algunos tardarán/tardaron en comprender. Reproducimos el comienzo del poema:
Aquí. Por el desierto.
Un cantaor se deshidrata en una peña.
Anochece. Siluetas urbanas.
Rieles esfumados. Luces deslizantes.
Adoquines lustrales y la lluvia
en los pegadizos bule-bule-vares.
El artista viene solitario
por una calle sola,
subido el cuello solo de la gabardina sola,
bajada un ala sola del sombrero solo
y hundidas las dos manos en los dos bolsillos
de la gabardina ya citada y sola.
Las hienas pulululan, carroñean.
Grillan los grillos.
Las persianas vuelan.
La erosión meteoriza.
Erosionea.
Una caravana encamellada de tenderos
roba del fuego todas las castañas
a la castañera de la esquina empedernida
donde hacen estriptís los paraguas con el viento. Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque |
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