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Gente del Parque

Entrevista con Leo Gómez Montoto

 

Entrevista realizada en febrero del 2009 en San José.
¿Recuerdas cuándo viniste por primera vez al Cabo de Gata?
Hará unos doce o trece años, con unos amigos. Nos quedamos en San José y desde entonces he venido de vez en cuando, en primavera o en verano.

¿En plan hippy...?
A veces he dormido en el coche o a la intemperie, aunque en plan natural. No me identifico con los hippies, ni con ningún movimiento que no sea el de uno mismo sobre su propio eje hechizado por lo que le rodea. Hace unos años recorrí parte del Cabo en piragua, y este verano he trabajado haciendo rutas en Kayak, lo cual me ha permitido conocerlo desde el mar. 

¿Pero desde cuándo vives aquí?
Desde abril del 2008. Un mes en Carboneras, y en mayo nos mudamos a Las Negras. Carboneras sería en su origen un pueblo precioso, con una playa enorme y hasta su gran islote natural, pero es evidente que se lo han cargado.
En gran parte del Cabo, los mismos lugareños, la población de siempre, hecha de agricultores, cazadores y pescadores, ha practicado desde al menos un siglo un desarrollo favorable para su entorno. Para mí es un ejemplo de sostenibilidad. En pueblos como La Isleta, muchos de los nativos continúan aferrados a sus formas de vida tradicionales, buscando cada día el sustento en la tierra y en las artes de pesca. En ellos prima un gran respeto por la conservación del entorno. Aunque no todos son así. Salta a la vista el resultado de los intereses particulares que motivan a muchos a ofrecer sus haciendas como escenario para la especulación y la degradación. Pueblos enteros ambicionan alcanzar otro estilo de vida, como en el caso de Carboneras, donde el paisaje natural se funde con la industria. Las nuevas generaciones ven la especulación como el reto del presente. Sus tierras son el bien que ha de sacarles de la inmundicia, el premio a tantos siglos de historia pescadora, la nueva lotería. Y los antiguos huertos son ahora casas de vecinos, las montañas se cubren de apartamentos para el turismo. Carboneras da pena, es una paradoja: la gran barbarie de la civilización.

¿Y esto, por qué has venido a parar aquí?
Vine detrás de Elena. Ella lleva dos años viviendo en el Cabo. Así que terminé de estudiar en Granada y aquí ando.

¿Qué has estudiado?
Filología Hispánica. Comencé en Córdoba y terminé en Granada, en donde conocí a mucha gente del mundillo de la poesía.


 

¿Cabe pensar entonces que tú eres poeta?
Cabe pensarlo, pues desde joven se me ha inflado esta vena, aunque no he terminado un primer libro. Lo escribo y lo reescribo desde hace varios años y ahí está, unas veces más flaco y otras casi apunto. Así tengo tres libros que no acabo. Te das cuenta de todo lo que sobra y te quieres quedar con lo que crees que es bueno, pero cada vez que relees sobra algo y falta algo más. Desde que he estudiado adolezco del síndrome del crítico, y me lo aplico sobre todo a mí. Antes escribía cualquier cosa que me venía a la cabeza, y ahora me lo pienso mucho más para escribir cualquier cosa. Digamos que la universidad le ha hecho crecer a mi niño interior, lo cual, en muchos casos, no está bien.

Foto: Leo, © LF
 

¿Y cómo lo valoras, cómo te sientes?
Me siento un poco versiconstreñido, en el sentido de que no suelto todo lo que quiero soltar, me lo pienso mucho más, pero claro, cuando sale algo lo anoto. Para hacer un poema escribo varios versos, los dejo un tiempo, releo, añado algo más, corrijo, pruebo, y ha cambiado el sabor. Mientras unos maceran, otros reverdecen. Tengo algunos poemas que se me han vuelto muy añejos y ya sólo me sirven para caldo de sopa. Por eso ahora escribo a fuego lento. Tardo más.
En el caso de la poesía popular, de poemas que describen escenas o costumbres con humor chocarrero y juegos de palabras, digamos que me sale con facilidad. El cocinero de La Isleta me pidió la receta del salmorejo y la escribí en un romance. Antonio, mi jefe, me ha propuesto hacer poemas con sus recetas, y el niño de la cueva quiere ponerles voz y música. Mira tú qué folclórico me veo.

Me tienes que contar, cómo fue esto: de la Universidad de Granada a la cocina del Hostal de La Isleta.
Son gajes del destino. Llegué en abril a Carboneras y en mayo a Las Negras. Trabajé con los kayaks durante el verano. En octubre actualicé mi currículo y lo llevé a academias, colegios, periódicos, bares y corridas, pero nada de nada. Un sábado en noviembre llegué al hostal de La Isleta a tomarme una caña. Loïc me presentó a Antonio, y éste me invitó a que empezara a trabajar el lunes. Yo buscaba un trabajo que me permitiera relacionarme con la escritura. Paradójicamente he encontrado el trabajo que hasta ahora más me ha hecho escribir: camarero en La Isleta. Este lugar me dice muchas cosas. La gente lucha por seguir sus costumbres pero, desde que el Cabo es parque natural, se les ha convertido en ilegales. La ley no entiende ni contempla a estos hombres que son el corazón y la cultura de este entorno. Estoy seguro de que en no mucho tiempo, cuando falte esta gente que hace que el Cabo sea lo que es, muchos se echarán las manos a la cabeza, pero ya será tarde.

Pero en el Hostal de La Isleta trabajando de camarero, me imagino que lo ves como un episodio de tu vida, ¿no?
No es lo que pretendo hacer durante mucho tiempo, pero está bien; el Cabo de Gata es complicado. Ahora estoy haciendo el CAP, lo exigen para dar clases y para hacer oposiciones.

¿Con eso puedes trabajar de maestro o profesor?
En academias o colegios privados sí, pero para ser profesor público hay que aprobar oposiciones.

¿Es por donde tú quieres ir?
Puede ser una buena salida. Esta mañana he tenido una clase con chicos y chicas de 1º de Bachillerato y me han regalado un par de aplausos.

 
  Foto: La Isleta, © MS
 

¿Y antes de Granada, vivías en Córdoba, no? Cuéntame qué pasó.
En Córdoba he vivido mi primer cuarto de siglo. Trabajé con mi padre y en bares, pero llegó un momento en el que decidí cambiar el rumbo. Me fui a la Alpujarra granadina donde curré en el campo y en la disco del pueblo durante tres años. Volví a Córdoba, otra vez a Granada, y ahora aquí.

Para terminar la entrevista, me gustaría mucho que leas un poema tuyo. ¿Lo harías?
Claro, te puedo leer un poema que escribí hace unos años sobre una vaquita. Como Rómulo y Remo en su momento fueron a la loba, este sujeto lírico -que soy yo- lo es a esta vaquita. La encarnación de esta vaquita en un poema sencillo y breve representa el deseo de vivir, yo y la vaca, en íntima armonía con la naturaleza.

COMO RÓMULO Y REMO PERO EN RUMIANTE

Mi vaca tiene un trozo por la sangre
de paisaje comido.
Yo me bebo su leche y le pregunto:
vaquita, hoy ¿por dónde has ido?
El sabor de tus ubres me parece
dulce, como aquel camino.
Tenemos ya la leche de la sangre
más negra que los grillos.
Vámonos tú y yo solos esta tarde
a pacer junto al río.

Pastor yo quiero ser para mi vaca
del redondo infinito.

Leónidas G.M.

Entrevista realizada por Lisa Frohn
www.cabodegatalife.com