De su obra se han ocupado
conocidos expertos en la última poesía
española, desde Soria Olmedo hasta Díaz
de Castro, pasando por Álvaro Salvador,
Benjamín Prado, Álvaro García,
Gallego Roca, García Montero, José
Gutiérrez, Molina Campos, Pere Rovira,
etc. Muchos de ellos poetas y críticos
literarios que han sabido destacar lo esencial
de la poesía de Jiménez Millán.
El último de sus comentaristas, poeta,
ensayista y catedrático de Literatura Española,
Fco. Javier Díaz de Castro nos ofrece las
pistas para captar mejor el valor de su obra.
Si en los primeros libros se trata de replantear
el discurso poético, según los postulados
del también teórico y catedrático
de Literatura Juan Carlos Rodríguez, el
giro importante se produce a partir de 1983 con
Restos de niebla y De iconografía; en ellos
se representa un yo intimista proyectado sobre
lo cotidiano para revelar la cara social del individuo.
Posteriormente, a partir del 86, su obra se torna
aún más intimista y su mirada infiel
se debate entre la representación y el
autoanálisis, o lo que es lo mismo, saldar
cuentas entre el yo intimista y el yo social.
Finalmente, a partir de
la década de los noventa, se abre una tercera
etapa, calificada por la «mirada insumisa».
Supone una profundización en las relaciones
con lo cotidiano, vistas desde el «otro»,
para desentrañar los hilos sutiles que
nos mantiene esclavos de la costumbre y del hábito.
Los comentaristas de su obra más avisados
así lo hicieron pronto notar, entre ellos,
García Montero destaca la importancia de
esta posición poética como mecanismo
consciente para revelar las tensas relaciones
entre la costumbre y la ajenidad. De ahí
el interés por los paisajes que escapan
al control de la norma cotidiana. Montero enumera:
paisajes de destierro, ciudades lejanas, brillos
nocturnos, playas olvidadas, bares de paso, habitaciones
de hotel. Y nosotros añadimos: paisajes
históricos vistos desde la mirada crítica
del presente, el pasado vivo/muerto en los edificios
antiguos, inspiraciones en fotografías
o acontecimientos que merecen otro tratamiento.
Inventario del desorden (1994-2002) sintetiza
hasta el momento lo último de su producción.
En la línea de la
trasgresión hacia otra vida, como la llama
Álvaro Salvador, el poeta mira hacia el
Mediterráneo; Málaga sí,
pero también este rincón de belleza
calculada y desparramada por el Parque Natural:
Las Negras, Los Escullos, Rodalquilar, Aguamarga.
Varios poemas lo corroboran: «Cabo de Gata»,
«Aguamarga» y «Tierra quemada».
El autor nos autoriza la publicación de
estos textos.
Un breve comentario de
presentación. El primero pertenece a su
último libro (Inventario del desorden)
y en él observamos una característica
que ya ha sido señalada por algunos otros
comentaristas (Soria Olmedo, Molina Campos): la
elegancia. En determinados poemas, los más
intimistas y menos narrativos, es una evidencia
para el lector. En «Cabo de Gata»,
por ejemplo. Treinta y tres versos, el ritmo de
la silva barroca y machadiana, heptasílabos
y endecasílabos, combinados no a capricho,
sino desde una rigurosa conciencia selectiva.
Cada verso es autosuficiente por sí mismo
y cada palabra sustantiva, en su sencillez aparente,
establece un límite al verso y al mismo
tiempo configura un paisaje sentimental, que combina
la tierra, la historia y la amistad. Gracias a
esta acertada conjunción la nostalgia queda
esbozada, como en escorzo, y el poema, el verso
y la palabra sustantiva, como marco y ámbito
luminoso, cercado por el tiempo. Si la retórica
configura el cuerpo de la escritura, también
la vida necesita una tierra, un espacio, en definitiva,
una materia donde asentarse; sin embargo esta
sabia naturaleza no pudo servir de abrigo al que
acogerse Javier Egea. Por ello, dos versos lo
proyectan en el poema:
Él siempre hablaba
de la soledad /..../
La yerta soledad de las torres vigía.
El poema «Aguamarga»
(de Casa invadida, 1995) ilumina desde otro ángulo
la nostalgia del yo poemático, desdoblado
en otro, frente a un paisaje conocido. Como un
ritornelo, de índole elegíaca, el
poema comienza: «Su casa pudo estar aquí».
Y este «aquí» no es otro lugar
que la esencia misma del Parque Natural:
la arena y el silencio
de una playa perdida
No es necesario tomar al
Parque como tópico literario y hemos de
huir de los homenajes postfactum, pero si algún
poeta ha sabido nombrar nuestro entorno de una
manera elegante, lírica, sutil y definitiva,
pese a la brevedad de los textos, ese es Antonio
Jiménez Millán. Las palabras, los
sustantivos, nombran de manera realista y parecen
haber estado allí reclamando la voz del
poeta. Esta manera sustantiva de nombrar («...las
barcas en la orilla,/ las redes en la arena/ batida
por el viento de levante», «las aguas
transparentes/...las ágatas al fondo»)
se complementa con un ritmo acertado y la expresión
de una sentimentalidad rota, atenta a registrar
la negación de lo evidente: las minas «emblemas
del exilio», la luz «acostumbrada
a restos de naufragios», que tienen como
corolario el final del poema: casas en ruinas,
vela rasgada y un retorno imposible. Sin la exigente
y acertada selección de las palabras y
la hábil disposición (combinación)
en el verso, no obtendríamos estos «cantos»
de mar y tiempo, que no pretenden estilizar la
realidad del parque ni mucho menos describirla.
La singular belleza de la costa está ahí
ya nombrada desde siempre, mas la gracia del poeta,
su duende, le ha dado un nuevo y acertado «espacio»,
apropiado para recrearla, y una forma lírica
convincente, que llama la atención por
su clásica sencillez.
El poema en prosa «Tierra
quemada», pese a su temprana escritura en
1983, cuando aún no existía la conciencia
del Parque como «Zona protegida de interés
científico y medio-ambiental», presenta
una madurez lírica hacia el paisaje que
trasciende la propia imagen verbal y nos enraíza
en el tiempo. La cita de autoridad que precede
al texto no merece mayor comentario que su lectura
y el deseo de leer a este almeriense milenario
de apellido Al-Marini (como decir el Marín
o el Marino). Dos versos destacan aislados y pueden
leerse como un pareado, siguiendo el ejemplo del
poeta andalusí: «Es éste tu
paisaje, tu aurora desvelada/.../ Para vivir contigo
el viaje de la luz, la región de la esperanza».
El resto del poema es la presencia física
de ese paisaje: dunas, ramales oscuros, arrecifes,
el mar, etc... Y el cuerpo. Todo telúrico
(viento, aire, mar, ...), primigenia naturaleza
esencial, mas no fuera de la historia, imposible
no ver los restos del naufragio que el tiempo
deposita en las orillas: barcas arruinadas, unos
aparejos, signos del tiempo, de la «historia
que nos aproxima». Gracias Antonio por estos
mensajes de luz para «una región
de la esperanza», que nos invitan a futuros
reencuentros, y que la tierra salobre, fecundada
por el viento, alumbre tus nuevas canciones.
Miguel Galindo Artés
Antonio Jiménez Millán, C/ Manuel
del Palacio nš 7, 1-1š A4 (28017) Málaga.
Antonio Jiménez Millán (1954) es
nuestro próximo poeta: en Casa invadida
de 1995 e Inventario del desorden (premio ciudad
de Melilla). Poema en prosa en ed. Bermejo? «Tierra
quemada» se refieren a determinadas inspiraciones
sobre el Parque.
Otros libros de interés: Restos de niebla,
La mirada infiel 1987.
|