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Viaje
literario por el Parque
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Queremos
aunar en una sola voz a los principales responsables
intelectuales que descubrieron para la creación
literaria, desde su aguda sensibilidad estética,
no sólo los actuales límites del Parque
Natural Cabo de Gata-Níjar, sino que además
se vincularon con Almería, el Levante, el Sur
y, en definitiva, la cultura de Andalucía. Nos
referimos a José Ángel Valente y a Juan
Goytisolo. El primero en mirar fue el novelista y después
vino el poeta, ¿o fue al contrario: primero el
poeta que siente como novelista y después el
prosista que descubre su mística?
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Foto:
Costa del Parque © Alvaro Fernández |
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Sin duda,
primero es el sur, su gente, su historia, después
la mirada sensible del artista. Juan Goytisolo lo cuenta
con detalle en Coto vedado, en el prólogo a la
edición italiana de Campos de Níjar, pero
también en La Chanca y en cuantas otras ocasiones
en que ha sido invitado a pasar algunos días
con nosotros, mientras se rendía un homenaje
a su obra. Me refiero al congreso sobre Las virtudes
del pájaro solitario. No es casual que aquí
enhebre el hilo del poeta Valente. Son los mismos años,
mediada la década de los ochenta, cuando descubre
el sur, la luz, el destello. Había publicado
El fulgor y al visitar nuestra tierra no pudo ya desprenderse
de ella. La misma admiración fulminante en ambos
escritores que ahora se entrecruzan para inspirarse
en un espacio lumínico bañado por el sol
y aprender las enseñanzas de la mística
sufí que, a través de la mutua admiración
de ambos hacia Juan de la Cruz, desemboca en la espiritualización
y estetización de Almería y, especialmente,
la costa de levante: el paradisíaco entorno,
actualmente amenazado, del Parque Natural marítimo
terrestre.
Juan Goytisolo,
con prodigiosa intuición, lo había recorrido,
para orgullo de las letras almerienses, a finales de
los cincuenta, tal y como hoy mantiene sus límites:
desde Rambla Morales hasta Carboneras, incluida la playa
del Algarrobico. Campos de Níjar pertenece a
la novela de descubrimiento, más que a la crítica
social. Como documento del renacer del gusto narrativo,
tras la posguerra, y la apertura a otras formas de contar
(el libro de viajes) que también permitía
la crítica social, es de género y se hermanaría
con los viajes de Plá por tierras catalanas.
Pero la precisión realista del lugar y el lirismo
con que mira el narrador resultan novedosos y su actual
mérito consiste en permanecer como un libro clásico
de este género literario. Su canon son las novelas
de autodescubrimiento, con un narrador-protagonista
que nos cuenta lo que ha visto en su viaje, desde el
recuerdo. El narrador de Campos de Níjar se nos
presenta aséptico y distante frente a lo que
narra (quizás influido por las técnicas
del nouveau roman francés). Su intención
no busca valorar, sino registrar y destacar lo que sus
ojos ven y donde su mirada se detiene. Será responsabilidad
del lector poner la emoción de revivir con él
su propio recorrido y la visión que despierte
en su espíritu el cuadro desplegado ante sus
ojos. La reivindicación de una mirada nueva sobre
la realidad de esta zona, contrasta con la situación
de posguerra en que vive sumido el sur (el constante
deseo de emigración o de familiares y amigos
emigrados a Cataluña). Valioso documento etnográfico
que nos cuenta sólo lo que el narrador podía
contar, al pesar sobre él y sobre las letras
españolas la implacable prohibición ejercida
por la censura en ese momento. Su impotencia se hace
visible en la tercas lágrimas que se le escapan
al narrador. Sólo un niño pudo darse cuenta:
Parece que se le ha muerto alguno. Mi madre lo
ha visto llorando.
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Por
eso la década democrática
de los ochenta abre nuevas posibilidades
narrativas y nuevos descubrimientos. Es
la hora de la espiritualidad laica, de asumir
la belleza del arte, de decidir las coordenadas
de la vida sobre el espacio, un lugar, herederos
de una tradición disidente y callada
como habían sido las suyas. Miguel
de Molinos, San Juan de la Cruz, la mística
sufí, la amplia y profunda cultura
arábigo-andaluza, los últimos
exiliados, desde Blanco White hasta León
Felipe, pasando por Juan Ramón Jiménez,
Sánchez Ferlosio, etc. van conformando
una corriente literaria que se bautizaría
con el nombre de poética del silencio.
Dos
libros, póstumos, de José
Ángel Valente recogen documentos
interesantes a nuestro propósito:
Elogio del calígrafo y Anatomía
de la palabra. En el primero se publican
varios textos inspirados por la luz de Almería:
La memoria y la luz (que comentamos en un
número anterior del Eco), El encendido
color del mundo, Cabo de Gata (también
comentado), Así en la tierra como
en el cielo y Mediterráno: la oscura
luz del engendramiento. Todos ellos tienen
como centro un espacio (Almería,
el Cabo de Gata) y una luz: la encendida
luz del oriente. A estos habría que
sumar los dedicados a los pintores y fotógrafos,
en definitiva, a la interpretación
figurativa que le lleva a ocuparse de Pérez
Siquier o J.MĒ Sicilia y a su colaboración
con Jeanne Chevalier.
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Foto:
En el Cortijo del Fraile, © FG |
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Si
Valente no podrá ya perseguir los
hilos sutiles de las palabras sustanciales,
Goytisolo sí podrá llorar
de nuevo, como hijo del exilio, por su reino
acosado y en desarrollo. Es verdad que en
la frontera del Parque se asentaron polos
industriales, pero no se esperaba el boom
del plástico, las desaladoras, el
turismo, la presión urbanística,
la depredación urbana sobre todo
el entorno pauperado descrito en Campos
de Níjar. Sólo en la luz cegadora
y milenaria del pasado se colgarán
los nuevos gaseoductos arramblando con aquello
que era orgullo y privilegio de la pobreza:
su inocencia solidaria.
La capacidad de ensoñación
e inspiración artística fue
en aumento desde que Juan Goytisolo escribió
sus relatos novelados sobre el sur, Almería,
el barrio de La Chanca, la costa de levante
hasta Garrucha. Después vino la consideración
de zona particularmente conservada y, finalmente,
su misiticismo. En esa encrucijada del proceso
se encontraron Valente y Goytisolo. Con
algunos fragmentos seleccionados, sin demasiado
rigor, confiamos en poder ilustrar la relevancia
de sus miradas y el valor de su testimonio
literario.
Confiesa
Juan Goytisolo: «Los sentimientos
de inmediatez y afecto que descubro en Almería
suscitan de mi fuero interno una contienda
insoluble». El escritor lo detalla
más adelante: «La estética
del Sur impregna en lo futuro mis incursiones
en este terreno y refleja al trasluz la
lucha enconada entre las vivencias de belleza
y subdesarrollo». Los viajes de Goytisolo
se inician en 1957 y los repite en años
sucesivos hasta 1961. Unos los realizará
solo (el primero acompañado por Monique
Lange) y otros vendrá acompañado
por amigos como el cineasta Vicente Aranda
o la escritora francesa Simone de Beauvoir.
Su trabajo en París en las prestigiosas
ediciones Gallimard le llevó a conocer
a Dominique Aubier, la Dama de Carboneras,
al vicecónsul Rafael Lorente, al
ministro y escritor André Malraux
y su hija Florianne y a parte importante
del exilio español desde Tuñón
de Lara hasta Semprún o Claudín.
A todos ellos contagió y encandiló
con el «reportaje narrativo»
sobre este sur, aún de posguerra,
«lugares, regiones, paisajes cuyas
condiciones de sobrevida ofenden necesariamente
a toda persona con un mínimo de sensibilidad
social», como le reprocha acertadamente
su compañera Monique. La importancia
de la escritura de Campos de Níjar
es resaltada por su autor de esta manera:
«La composición de Campos de
Níjar cierra un capítulo de
mi narrativa en relación a España»,
debido al sobresfuerzo creador a que le
obligaba una doble censura, la oficial y
la suya propia: «Para eludir las redes
y trampas de la censura, me había
convertido yo mismo en censor». Cuando
Juan visitó la universidad de Granada
y en el Aula Magna presentó a los
estudiantes de Literatura su novela Makbara
(enero de 1980) nos confíó
la anécdota de que, durante un tiempo,
el alcalde de turno franquista mantuvo una
horca en la plaza por si volvía aquel
individuo que escribió Campos de
Níjar. Afortunadamente la labor del
escritor catalán, hijo predilecto
de este sur, ha seguido vigente y desde
su discurso disidente representa hoy día
una de las voces más autorizadas
para iniciar el llamado diálogo entre
civilizaciones. Sólo desde la frontera
ha podido reflexionar en libertad, auspiciado
por el amor, convencido de que «volví
a solas por la provincia con la firme intención
de testimoniar», mediante una mirada
con ingredientes de simpatía y solidaridad.
(Léanse como documentos complementarios:
La Chanca, Coto vedado, En los reinos de
Taifas).
Respecto
a Valente, cuando descubre esta naturaleza,
se le inundan sus ojos de luz y ya no podrá
sino ascender una y otra vez a la azotea
de la vivienda que compra cerca de la catedral.
Desde allí nos ha dejado preciosas
estampas, tan delicadas y precisas como
las del mejor Juan Ramón Jiménez
en Platero y yo. (Pertenecen a Variaciones
sobre el pájaro y la red, 1991).
«El
sol caía del otro lado de la Alcazaba.
Descendían las nubes como interminables
pájaros de fuego más allá
de las cuevas de Las Palomas», así
da comienzo «Perspectivas de la ciudad
celeste», una estampa lírica
sobre el Sur y Almería. «Cuando
escribo estas líneas tengo ante mí
la silueta de la Alcazaba de Almería
en la luz, ya un poco vencida, de la tarde»,
su ensoñación le conduce al
pasado: «Al comenzar el siglo VI de
la hégira, en plena dominación
almorávide, Almería vino a
ser la metrópoli espiritual de todos
los sufíes españoles».
Sin duda eran tierras propicias, por ser
recónditas y extremas, para el pensamiento
solitario y trascendental con el que Valente
ahora encuentra sintonías y melodías
llevadas y traídas por la lengua
de los pájaros, el pájaro
solitario de Goytisolo, más solidario
que nunca.
De
Anatomía de la palabra (2000) seleccionamos
el poema siguiente:
El
sur como una larga,
lenta demolición.
El naufragio solar de las cornisas
bajo la putrefacta sombra del jazmín.
Rigor oscuro de la luz.
Se desmorona el aire desde el aire
que disuelve la piedra en polvo al fin.
Sombra de quién, preguntas,
en las callejas húmedas de sal.
No hay nadie.
La noche guarda ciegas,
apagadas ruinas, mohos
de sumergida luz lunar.
La noche.
El sur.
Como
señala Nuria Fernández Quesada
«Desde que en 1986 se instalara en
la ciudad, la luz del sur atraviesa con
fuerza el claroscuro poético de la
última década; y así,
luz, silencio y memoria le devuelven los
principios matriciales de su escritura».
De esta década destacan el volumen,
editado por Unicaja en 1992, con fotos de
Manuel Falces y textos de Valente que lleva
por título La memoria y la luz. Reproducimos
el siguiente fragmento, para concluir:
No
sabríamos decir cuánto debemos
ya a esta luz, que puede ser alta y terrible
como un dios o declinar como animal de fuego
hacia el crepúsculo, arrastrando
con ella todo el cielo hacia la línea
donde no acaba ciertamente el mar.
Miguel
Galindo
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