Cartas y opiniones
Esta revista pretende ser un medio de expresión abierto y plural, por lo que la Asociación y la redacción no se identifican necesariamente con las opiniones de las cartas y/o colaboraciones esporádicas que se publican en estas páginas.
No hay mal que por bien no venga
Cuando nos cayó el barro del desierto todos nos llevamos las manos a la cabeza, menos los pintores de brocha gorda que se las frotaron. Todas esas viviendas blanquitas, arrojadas sobre las laderas, se mimetizaron a un color marronzusco y sucio parecido a la tierra. ¡Vaya faena! exclamábamos. “Y esto sucederá más veces por aquello del famoso cambio climático…” nos decían.
Pero con el tiempo, que si no lo cura todo hace que nos acostumbremos a casi todo, estamos viendo ese color como cosa normal y esas urbanizaciones que trepan montes arriba, por mor de la especulación y el desbarajuste, no hieren tanto la vista en un paisaje que debería ser natural: piedras, tierra, plantas…
Foto: San José tras la calima © JMJH
Que el color blanco es lo tradicional de nuestra tierra lo sabemos, pero no es menos cierto que el mantenimiento de la estética tradicional de las viviendas ya ni está ni se le espera, al menos en las poblaciones de la costa donde se han permitido edificaciones con un aspecto tan heterogéneo que han hecho perder a los pueblos toda su personalidad y los han convertido en ejemplo de cómo no se debe construir en un espacio protegido. Así que ya no tiene mucho sentido conservar el blanco inmaculado tradicional de la zona y, dado que las lluvias de barro van a seguir cayendo de vez en cuando, permitiendo y animando a pintar las casa del color de la tierra se disminuiría considerablemente el impacto visual sobre las laderas y nuestros montes costeros tendrían una vista menos hiriente. Así está, por ejemplo, en Cortijo Cabrera, del municipio de Turre, y a nadie le parece un disparate.
JMJH