Cabo de Gata bajo amenaza: las narcolanchas se adueñan del paraíso
Las aguas cristalinas y las calas escondidas del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, en Almería, han pasado de ser refugio de bañistas y amantes de la naturaleza a convertirse en escenario habitual de operaciones clandestinas protagonizadas por narcolanchas. Este enclave protegido, símbolo del patrimonio natural andaluz, se ve hoy golpeado por una creciente actividad delictiva ligada a las mafias del norte de África, que combinan en sus trayectos el narcotráfico, el tráfico de personas y el contrabando de combustible.
En los últimos días, la costa nijareña ha sido testigo de una sucesión de avistamientos de embarcaciones semirrígidas y neumáticas de gran velocidad. Vecinos de Las Negras grabaron, atónitos, una persecución marítima frente a sus viviendas. Otros observaron movimientos sospechosos entre Aguamarga y el faro de Punta de la Polacra. La imagen de estos bólidos del mar surcando las aguas protegidas del Parque se ha convertido en parte de una rutina alarmante que amenaza la seguridad, la biodiversidad y el modo de vida de toda la comarca.
Uno de los episodios más recientes y preocupantes tuvo lugar en la cala del Bergantín, un rincón remoto al que solo se accede por sendero. Allí, varios testigos siguieron una columna de humo que ascendía entre las montañas y descubrieron una narcolancha ardiendo junto a la orilla. Aunque se avisó al 112 Andalucía, nadie acudió a sofocar el incendio. La embarcación quedó completamente calcinada sin dejar rastro de sus ocupantes, que habían huido tras el desembarco. El incendio podría deberse a una avería de los potentes motores fuera de borda, o más probablemente, a una práctica habitual: las mafias prenden fuego a las embarcaciones cuando no tienen opción de regresar a Marruecos o Argelia, eliminando así pruebas y evitando su recuperación por las autoridades. Restos de planeadoras calcinadas han sido detectados en los últimos años por todo el litoral almeriense, desde Adra hasta Pulpí.
El propio alcalde de Níjar, José Francisco Garrido, ha vuelto a alzar la voz. “Nuestras playas no pueden convertirse en la narcogasolinera de las mafias”, ha advertido, en referencia al creciente uso del Parque como punto de repostaje y descarga de mercancías ilegales. Además del narcotráfico y la inmigración irregular, se ha detectado un repunte del llamado “petaqueo”, el trasiego de bidones con combustible para alimentar las potentes lanchas.

Foto: Cala Bergantín © MA

Foto: Cala Bergantín © MA
El edil ha denunciado también el grave impacto medioambiental que está causando esta actividad criminal en el primer espacio marítimo-terrestre protegido de Andalucía. Las calas aparecen con frecuencia salpicadas de bidones de plástico con restos de gasolina flotando en el agua, residuos que atentan contra la fauna marina y la imagen turística de la zona.
La preocupación se ha extendido también al uso de edificaciones próximas al mar por parte de las organizaciones delictivas. Durante una patrulla en la cala del Plomo, agentes de la Guardia Civil localizaron una antigua caseta aparentemente abandonada, con ventanas tapiadas y apariencia de almacén clandestino. Al inspeccionarla, descubrieron una galería subterránea que hizo saltar todas las alarmas ante la posibilidad de que se tratara de un narcozulo.
Aunque finalmente se comprobó que el inmueble —una antigua instalación del propio cuerpo— no estaba vinculado con actividades criminales, el episodio muestra hasta qué punto se ha extremado la vigilancia en la zona. La presión policial se ha intensificado, conscientes del riesgo de que estas construcciones sirvan como infraestructuras logísticas para el almacenamiento de hachís o combustible.
Las mafias han profesionalizado sus métodos. Utilizan lanchas con tres o cuatro motores de 300 caballos capaces de alcanzar velocidades de hasta 60 nudos, y equipan a sus pilotos con sistemas de navegación de última generación. En algunos casos, se ha detectado el uso de drones para eludir controles y anticipar movimientos de las fuerzas de seguridad.
No solo son más rápidos: también son más agresivos. Se han registrado maniobras temerarias frente a las patrulleras de la Guardia Civil e incluso ataques deliberados, como el que costó la vida a dos agentes en Barbate tras ser arrollados por una narcolancha. En los traslados de inmigrantes, los ocupantes -a menudo encapuchados- graban con sus móviles los desembarcos para remitir pruebas visuales a los cabecillas de la organización.
Los trayectos son cortos y lucrativos. En apenas dos o tres horas cruzan el mar de Alborán desde África, realizan la entrega -de droga, personas o combustible- en cuestión de minutos y regresan mar adentro. Los pilotos pueden ganar decenas de miles de euros por viaje, lo que está atrayendo incluso a ciudadanos españoles, que se incorporan a las redes como colaboradores logísticos o conductores.
El problema no es solo policial. Es económico, ecológico y social. La creciente inseguridad en el litoral nijareño amenaza con lastrar una temporada turística que es vital para la economía local. Las calas que hoy ven desembarcos ilegales eran hasta hace poco refugios de tranquilidad y belleza. La convivencia entre turismo y crimen organizado no es posible, y los vecinos ya sienten que la impunidad de las mafias está alterando su modo de vida.
Mientras tanto, Guardia Civil y Policía Nacional denuncian una “infradotación” crónica de medios frente a enemigos bien organizados, con tecnología puntera y gran movilidad. La diferencia de capacidades pone en riesgo tanto la efectividad de las operaciones como la seguridad de los agentes.
El Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar, con sus paisajes de origen volcánico, flora endémica y playas prístinas, se encuentra hoy en una encrucijada. O se refuerza la acción del Estado con una estrategia integral -más medios, más vigilancia, más coordinación internacional- o el crimen organizado terminará por conquistar un espacio que debería ser símbolo de conservación, no de impunidad.
Asociación Amigos del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar
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