El rascamoños

Una singularidad que, enmascarada tras su cotidiana presencia, esconde múltiples secretos.

Entre las plantas que sorprenden a los visitantes del Parque, Launea arborescens es, sin duda, una de las que más interés despierta; su curiosa bioarquitectura constituida por un marcado entramado de ramas en zigzag no deja indiferente a quien con curiosidad se acerca a contemplarla. Para los habitantes del Parque se trata de un arbusto sumamente habitual y conocido, pues crece prácticamente por todas partes, siendo una de las especies que atesora una mayor riqueza en cuanto a nombres comunes: rascamoños, cardaviejas, paporruyo, pincho, jediente, rascaviejo, rascaviejas, jedionda, papirondo, volaviento, rascaburras… casi cada pueblo tiene el suyo, aludiendo a su carácter intricado, al aspecto de sus flores ya marchitas o a su carácter espinoso que arranca las barbas y pelos del ganado que se acerca a ramonearla.

Foto: Rascamoños en el Parque © JB

Pero esta abundancia no debe confundirnos, se trata de una especie con una distribución muy restringida limitando su presencia en la península ibérica a zonas semiáridas y térmicas del sureste (Almería, Murcia y Granada), aunque también crece en Canarias y en el noroeste de África. Pertenece a la familia de las asteráceas y puede alcanzar hasta 1,5 m de altura, con tallos que muestran un llamativo color azulado cuando jóvenes, virando al verde claro cuando crecen. Su carácter intricado se acentúa por las numerosas ramillas secas intercaladas, y entre toda esta trama resaltan sus flores amarillas, pequeñas margaritas ricas en polen que atraen a distintos insectos y que fructifican dando unas pequeñas semillas provistas de vilanos blancos, que hasta que son arrastrados por el viento, adornan todo el arbusto.

Foto: Detalle de ramas de rascamoños © JB

Foto: Detalle de ramas de rascamoños © JB

Posee el rascamoños un particular aroma que se desprende apenas rozarlo; este olor, junto con la presencia de sustancias irritantes asociadas al látex que emiten sus ramas, no es impedimento para que sea agradable para el ganado, aunque transmita a la carne y a la leche un sabor ácido, de similar manera ocurre con el sabor amargo de la miel producida a partir de sus flores. Tampoco es inconveniente para las diferentes especies de insectos que utilizan los tallos de esta especie para cerrar su ciclo vital (ver Eco del Parque n.º 36, 2005), hospedando a sus larvas en ellos, llegando en ocasiones a deformarlos visiblemente. No solo los insectos se aprovechan de esta planta, algunas especies de plantas parásitas carentes de clorofila, crecen a su alrededor absorbiendo de sus raíces las sustancias nutritivas. Sorprende en el rascamoños la combinación de morfocaracteres que la convierten en una especialista en combatir la sequía pertinaz: la ausencia de hojas en sus ramas (que pierde cuando aún son jóvenes), el carácter clorofílico de sus tallos o su potente sistema radicular que le permite brotar aun cuando se corte a ras, le permiten, incluso en una primavera tan seca como la de este año, seguir floreciendo y dispersando al viento sus semillas, ofreciéndose como recurso alimenticio para toda la corte de fauna y flora que gira en torno a ella.

Merece la pena detenerse un momento a su lado, aunque la hayamos visto mil veces, para comprobar que tras su aspecto desgarbado oculta una prodigiosa capacidad para sobrevivir y dar vida.

Jardín Botánico El Albardinal
Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible

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