Balates: ingeniería ancestral para un futuro sostenible

¿Alguna vez se han preguntado, mientras pasean por zonas montañosas o aldeas rurales, qué son esos muros de piedra colocados en forma de estanterías? ¿Y por qué están tan presentes en las laderas de ciertas regiones del sur de España? ¿Son simplemente vestigios del pasado o tienen una función específica que desconocemos?
Estas preguntas nos invitan a descubrir el mundo de los balates, que constituyen un testimonio vivo de la capacidad humana para adaptarse a la naturaleza utilizando herramientas simples y un conocimiento profundo. Estas terrazas, esculpidas a partir de las piedras de la montaña sin el uso de cemento o mortero, conforman un sistema agrícola ingenioso empleado desde hace milenios para afrontar los desafíos del suelo, el agua y la pendiente.

Ingeniería de piedra seca
La técnica de construcción de balates representa una de las formas más destacadas de la ingeniería estructural tradicional, caracterizada por la ausencia total de mortero. En este sistema, las piedras se colocan cuidadosamente para lograr una interconexión mecánica basada en la gravedad y el ajuste mutuo entre los elementos. Se seleccionan bloques con precisión y los espacios entre ellos se rellenan con pequeñas piedras denominadas ripios, lo que favorece un entrelazado interno que mejora la cohesión estructural del muro.
Estas estructuras se construyen mediante una técnica ancestral en la que las piedras se entrelazan y se estabilizan únicamente por el peso y el equilibrio, sin el uso de materiales aglutinantes. El objetivo es crear un muro que retenga la tierra detrás de él y prevenga su erosión, generando superficies agrícolas niveladas sobre terrenos inclinados.
Las pequeñas grietas entre las piedras permiten además el drenaje del exceso de agua, protegiendo el suelo frente a la erosión. Esta solución, aparentemente simple, requiere en realidad un conocimiento preciso de leyes físicas como el equilibrio, el vuelco (overturning) y la fricción (friction), principios que todavía hoy se aplican en la ingeniería estructural moderna.

Foto: Balates en Los Frailes © Ashraf El Idrissi

Raíces históricas
Se considera que el origen de estas terrazas se remonta a la antigüedad, aunque su uso se intensificó notablemente durante la época islámica en al-Ándalus, cuando las comunidades agrícolas desarrollaron sistemas integrados de riego y conservación del suelo.
En regiones como Granada, Málaga y Almería aún se pueden observar vestigios de estos balates, que dan testimonio de las técnicas de construcción y agricultura sostenible adoptadas por los campesinos andalusíes. Así mismo, estas terrazas constituyen uno de los ejemplos más destacados de ingeniería agrícola popular (vernacular agricultural engineering), una práctica que sigue vigente en el medio rural marroquí, particularmente en zonas del Rif central, como Ketama, Chefchaouen y Alhucemas, donde los agricultores locales continúan utilizándolas para construir áreas de cultivo regularizadas en laderas abruptas.
Diversos estudios históricos —entre ellos los del historiador rifeño Ahmed Tahiri— indican que la región del Rif durante la Edad Media, especialmente bajo el Emirato del Nekor (siglos VIII al XII), experimentó un notable desarrollo infraestructural mediante la adopción de técnicas avanzadas en agricultura, gestión del agua y vialidad.
Se ha documentado el uso de balates con fines agrícolas y para prevenir la erosión del suelo (soil erosion), junto con sistemas eficientes de evacuación de aguas residuales, además de métodos primitivos de iluminación vial y pavimentación de caminos de montaña. Este avance no fue aislado, sino que se inscribió en un contexto de intenso intercambio cultural con al-Ándalus, a través de vínculos comerciales, culturales y religiosos. Las convergencias técnicas y cognitivas entre ambas orillas reflejan una profunda unidad civilizatoria y humana.

Foto: Balates en Cabo de Gata © Ashraf El Idrissi

Foto: Balates en Cabo de Gata © Ashraf El Idrissi

Restaurar el conocimiento
En el contexto andalusí, estas infraestructuras no se utilizaban únicamente para proteger el suelo, sino que también formaban parte del sistema de riego conocido como acequias, cuya restauración ha sido objeto de proyectos científicos recientes dedicados al estudio de sistemas agrícolas tradicionales.
Uno de los ejemplos más relevantes de recuperación contemporánea es el proyecto Escuela de Balates, impulsado por el laboratorio de arqueología biocultural MEMOLab de la Universidad de Granada. En un estudio publicado en 2024 en la revista Heritage and Sustainable Development, los investigadores documentaron la restauración de balates del siglo XIV en la localidad de Jérez del Marquesado.
Este proyecto no fue una simple intervención arquitectónica, sino una iniciativa educativa y social en la que participaron habitantes locales, estudiantes de máster y voluntarios, quienes aprendieron la técnica de construcción de balates de manos de artesanos locales. Se rehabilitaron más de 50 metros de muros, se reactivó una antigua acequia y se plantaron especies arbóreas autóctonas como castaños y serbales (rowan), contribuyendo a la recuperación de un ecosistema agrícola abandonado durante décadas.
La importancia de estas iniciativas radica en que no solo conservan el patrimonio material (tangible heritage), sino que también transmiten conocimientos tradicionales a las nuevas generaciones. El estudio reveló que más del 66% de los participantes desconocían esta técnica antes de los talleres. Así, el proyecto Escuela de Balates se convierte en una herramienta de educación ambiental y cohesión social que reaviva el vínculo entre el ser humano y su entorno, entre la memoria colectiva y la sostenibilidad ambiental (environmental sustainability).

Un legado vivo
Desde una perspectiva técnica, estos balates se basan en principios de equilibrio estructural cuidadosamente calculados, como la condición de no vuelco (no-overturning condition), donde el momento resistente del peso del muro debe superar el momento de empuje de la tierra; la condición de no deslizamiento (no-sliding condition), donde la fuerza de fricción entre la base del muro y el suelo debe ser superior al empuje lateral; y la condición de cohesión interna, mediante el entrelazamiento de las piedras y el uso de piedras de anclaje o “de amarre” que atraviesan el muro desde el frente hasta la parte posterior.
Estos principios, probados en campo y analizados científicamente, demuestran que la construcción de balates no es solo una artesanía, sino una ciencia desarrollada a lo largo de los siglos.
En conclusión, los balates revelan una relación armoniosa entre el ser humano y la naturaleza, donde los recursos locales se utilizan con sencillez y eficacia para satisfacer necesidades vitales sin dañar el entorno. A través de experiencias como la del proyecto de la Universidad de Granada comprobamos cómo el conocimiento tradicional puede contribuir a la construcción de un futuro más equilibrado y respetuoso con el medio ambiente.
No son solo muros que conservan la tierra, sino testimonios de la inteligencia ancestral y puentes hacia una comprensión más profunda de la sostenibilidad, la identidad y el sentido de lugar.

Ashraf El Idrissi
Investigador independiente, apasionado por la historia y el patrimonio rural

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