Vida natural
Problemas de salud en los incendios forestales
El verano pasado, las llamas arrasaron en España miles de hectáreas, en la que fue una de las peores oleadas de incendios en décadas, un fenómeno que se espera que cada año vaya a más, con sus terribles consecuencias en casi todos los órdenes de la vida y, cómo no, en la salud humana, no solo en las zonas afectadas directamente, sino también a cientos de kilómetros.
Los riesgos directos de los incendios forestales sobre la salud humana son innumerables: incluyen quemaduras, lesiones físicas, golpes de calor y, en casos extremos, la muerte. Además, los incendios pueden provocar la interrupción del suministro de medicamentos y de la atención sanitaria por daños en la infraestructura y cortes de servicios.
También pueden contaminar el agua superficial y subterránea después de su extinción. Cuando llegan las lluvias, las cenizas, sedimentos, nutrientes y productos químicos de la vegetación quemada son arrastrados hacia ríos, embalses y acuíferos, afectando a la calidad del agua, incluso bastante tiempo después del incendio.
Foto: Problemas de salud por incendios forestales © Matthias Fischer. Pixabay.com
La quema de la vegetación emite gases como monóxido de carbono, ozono troposférico, dióxido de azufre o dióxido de nitrógeno, además de otros compuestos tóxicos como metales pesados: arsénico, mercurio o plomo, todos ellos perjudiciales para la salud. También libera partículas en suspensión, finas y ultrafinas, aún más peligrosas porque, debido a su pequeño tamaño, permanecen en el aire durante más tiempo y pueden penetrar profundamente en los pulmones y el torrente sanguíneo. Las corrientes atmosféricas pueden transportar esas partículas contaminantes cientos de kilómetros, lo que significa que amplias zonas pobladas pueden verse afectadas incluso sin que haya un incendio en las inmediaciones.
Al inhalar ese humo, lo primero que ocurre es irritación de las vías respiratorias, con tos, picor, dolor de garganta, ojos llorosos, dolor de cabeza, cansancio, fatiga y disminución de la concentración. Son síntomas leves que suelen desaparecer al alejarse del humo, lavarse bien la cara y la piel, hidratarse y descansar. Luego pueden aparecer síntomas más alarmantes, como mareo, dificultad para respirar, somnolencia, alteraciones en el ritmo cardíaco o convulsiones, y entonces sí es necesario buscar ayuda médica lo antes posible, porque en cuestión de minutos podría instaurarse un cuadro grave.
Muchos de los gases y partículas no solo se quedan en los pulmones: pueden llegar a la sangre y producir efectos en cualquier parte del organismo, con riesgo de infartos, arritmias o ictus. La inhalación del humo también aumenta el riesgo de infecciones respiratorias.
La exposición al humo puede afectar a todo el mundo, pero hay grupos más vulnerables que, con exposiciones muy leves, pueden desarrollar problemas graves. Son los niños, que tienen un sistema respiratorio más inmaduro, respiran más aire por kilogramo de peso que los adultos y suelen pasar más tiempo al aire libre; los ancianos, porque su sistema inmunitario es más vulnerable; las embarazadas, por el riesgo de sufrir un parto prematuro o que el bebé tenga bajo peso al nacer; y, sobre todo, las personas con problemas respiratorios crónicos como asma, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), fibrosis quística, cáncer o trasplante de pulmón. También aquellas con afecciones cardiovasculares, como enfermedad coronaria, insuficiencia cardíaca o hipertensión, y quienes padecen trastornos endocrinos o metabólicos como diabetes, obesidad o síndrome metabólico.
¿Qué hacer?
Prepararse ante emergencias: contar con suministros básicos (agua, comida no perecedera) y la medicación habitual. Ante indicios de fuego o presencia de humo, contactar con el 112 y seguir los avisos de las autoridades, que normalmente recomendarán permanecer en el interior de las viviendas con las ventanas cerradas, poner el aire acondicionado en modo recirculación y, si es posible, usar purificadores de aire con filtros adecuados, incluso días después de producido el incendio. Evitar fuentes adicionales de contaminación en casa: no fumar ni utilizar sistemas de combustión (leña, gas, velas o barbacoas).
Evitar realizar actividad física al aire libre y, si no hay más remedio que salir al exterior, llevar mascarilla, pero no utilizar las de papel ni de tela; las quirúrgicas tampoco son las más efectivas. Usar preferentemente las N95, P100, FFP2 o FFP3. No obstante hay que tener en cuenta que las mascarillas filtran las partículas más grandes, pero no las más pequeñas ni los gases, y aunque siempre es mejor llevarlas que no hacerlo, hay que evitar la sensación de falsa seguridad y seguir tomando todas las precauciones posibles.
Evacuar en caso de recomendaciones oficiales o, si no se puede, garantizar un ambiente seguro en casa. Trasladarse a lugares habilitados, con climatización y aire filtrado. Antes de regresar a las zonas afectadas, comprobar la seguridad de la vivienda, el acceso a servicios básicos (agua y electricidad) y limpiar adecuadamente antes de exponer a los niños al entorno.
Dado que la contaminación suele durar algunos días tras la extinción del incendio, es conveniente informarse periódicamente sobre la calidad del aire en la zona. Puede hacerse a través del visor del Índice de Calidad del Aire del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) o mediante su aplicación móvil.
Juan Manuel Jerez
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