Viaje literario por el Parque

Un homenaje a la Isleta del Moro. Francisca Aguirre (Alicante 1930-2019) escribe una oda a este paisaje. Ya el poeta granadino Javier Egea en su poemario Troppo mare se inspiró en La Isleta y esta adquiere una categoría de espacio lírico consagrado.

Francisca, hija de un pintor, establece la necesaria unidad entre la imagen y la poesía mediante la reminiscencia, igual que la realidad ancla su ritmo con las personas, frente a la ficción.
El poema está escrito en versos endecasílabos, sin rima, que registran las emociones de quien ha visitado el pueblo y ahora lo recrea tan vivo como entonces.

Foto: La Isleta © José Galvez

Isleta del Moro

Se dibuja en la bruma como un sueño
y el tiempo no la mancha con su baba;
Aparece tras el espejo del recuerdo
y vive para siempre como viven
los mágicos crepúsculos de Turner;
pero el sol de Almería es un milagro
que enciende el aire de manera única.
Vuelvo a rozar la arena de la Isleta,
el esponjoso beso de sus algas
perfumado por el olor de la marea.
La Isleta es como un fénix que nos sigue
porque una vez nos rozó con sus alas;
la Isleta es un edén a la medida,
un asombro que no nos abandona.
Cuando la vida agrisa sus colores
vuelvo al fulgor dorado de la Isleta
y me miro en su espejo boreal
y escucho con fervor su eterna música,
su llamada amorosa y persistente:
“No te olvides de mí, no me abandones,
recuerda que en las olas de mi playa
vive aquel sueño que una vez soñaste”

Foto: Playa de La Isleta © JG

Vivir es ver volver, como dijo el poeta.

Esta población del Parque se define por una intensa sensación de naturaleza: mar, sol, algas construyen una imagen mítica: un fénix que renace de las aguas del olvido. Un paraje brumoso que recuerda las pinceladas de Turner, el pintor inglés de las tormentas. Lo importante de la geografía de la Isleta es que permanece en la memoria y se reaviva con el recuerdo. De ahí la conclusión del poema: Vivir es ver volver, frase del escritor alicantino Azorín que figura en su obra Castilla; es también un adagio que nos remite a Nietzsche y el eterno retorno.
La realidad inunda los cinco sentidos, convocados en una sinfonía emocional que permanecerá en la memoria.

Señalemos brevemente algunos: la vista con la visión del dibujo, el paisaje, fulgor dorado, espejo boreal; el tacto en el roce de la arena; el gusto en el beso de las algas; el olfato en el olor de la marea y el oído en el fervor de su música.

Francisca encuentra ese resquicio que nos invita a ver volver para que la vida adquiera un sentido perdurable donde nos regocija el asombro. La llamada que nos dice que los sueños y la realidad cobran vida “en las olas de mi playa”. Una simbiosis necesaria entre el paisaje y la conciencia del mismo que nos lleva a reflexionar sobre el paso del tiempo y su influencia en la realidad. Campoamor, Azorín, Ortega y Gasset, Schopenhauer y Nietzsche se reúnen en esa máxima final: vivir es ver volver, consigna conservadora, pues la vida es cambiante, proyecto presente y proyectil hacia el futuro, si bien la nostalgia nos ofrece una tregua necesaria en la batalla y en la lucha por la vida.

Miguel Galindo
Colaborador del equipo de redacción del Eco del Parque

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