Cartas y opiniones
Esta revista pretende ser un medio de expresión abierto y plural, por lo que la Asociación y la redacción no se identifican necesariamente con las opiniones de las cartas y/o colaboraciones esporádicas que se publican en estas páginas.
El agua de lluvia no la dejes correr
A finales del pasado mes de mayo veíamos cómo diversas ramblas del Parque Natural Cabo de Gata se desbordaban por las fuertes avenidas de agua debido a las lluvias torrenciales. Lo mismo sucedía en otras zonas de la provincia de Almería, de Murcia y de otras comarcas del Levante. Una gota fría, fenómeno tan característico de la costa mediterránea -si bien más habitual en el otoño- era la responsable. La salida de la rambla es algo que sucede con cierta frecuencia, como sabemos desde antiguo y hemos podido comprobar en los últimos años. Se produce entonces un espectáculo que se contempla con emoción: ver correr el agua de forma tan tumultuosa por cauces habitualmente secos proporciona una sensación de alivio ante la falta de precipitaciones y la necesidad de ese elemento tan escaso en estas tierras tan áridas. Pero, a la vez, también produce desasosiego y genera algunas preguntas: ¿cómo es posible que dejemos que tantos y tantos litros de agua dulce, un bien tan escaso como necesario, se pierdan inútilmente en el mar? ¿Es que no se podría hacer algo para retenerla y aprovecharla para tantos usos como la necesitan? ¿No convendría, ante un horizonte que vaticina cada vez menos precipitaciones, pero más intensas, pensar en modos posibles de guardar ese líquido que corre libre por las ramblas y que, parafraseando al poeta, se convierte en “los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”?
Foto: Rambla de Agua Amarga © Patricia Cacho
La cultura del aprovechamiento del agua de lluvia se conoce desde antiguo, como nos muestran los aljibes de herencia musulmana que encontramos a lo largo y ancho de campos y caminos del Parque. En ellos se recogía el agua de escorrentía que permitía vivir en esta zona de paisaje herido y tan escasa de precipitaciones. Y es que, el agua es vida. Plantas, cosechas, animales y personas dependemos de ella. Pero ya no se trata de almacenarla en aljibes, o no solamente de eso, porque es algo que resulta insuficiente y el sueño, la aspiración, debe ser más grande. Se trata de ver el modo de retener volúmenes mucho mayores de esa agua dulce que corre precipitada a perderse en el mar. Conseguirlo es particularmente necesario en la costa mediterránea, donde las reservas de agua de sus cuencas, desde la de Cataluña hasta la Cuenca Mediterránea andaluza y la del Segura presentaban en mayo cantidades de agua embalsada muy inferiores a la media de los últimos diez años. La misma situación que ofrecían las del Ebro, Duero, Tajo, Guadiana o Guadalquivir, particularmente estas dos últimas especialmente deficitarias. Tan solo la del Júcar mostraba un dato más favorable por las lluvias que se registraron hace un par de años.
Foto: Rambla de Agua Amarga © Patricia Cacho
Por ello, merece la pena estudiar formas de retener esa agua de lluvia, por ejemplo, mediante pequeñas presas en las rieras desde las que se bombee a balsas más grandes para almacenarla o inyectarla en el subsuelo y mejorar nuestros sobreexplotados y contaminados acuíferos. Es solo una idea, seguro que puestos a pensar surgirían otras más. De lo que se trata es de que no termine perdida y sepultada sin más en el mar, en ese cementerio poético que todo lo iguala.
Isaac García