Almiares tradiciones olvidadas
El paisaje agrícola del Cabo está cambiando, en las tierras donde antaño crecían abundantes los cereales hoy encontramos hierbas, tomillos y otras pequeñas matas. Los molinos de viento, esenciales para moler la cebada y otros granos, mantienen en los cerros sus ruinas aun erguidas, testigos de ese pasado que cada vez queda más lejano. Algo similar ocurre con los empedrados de las eras salpicadas por el paisaje, ocultas bajo la vegetación rala. Patrimonio, tradiciones y sabiduría popular que se van olvidando a la par que desaparecen aquellas generaciones que trabajaron para sobrevivir en este espacio hostil. El ingenio en el campo es un activo formidable. Conocer los recursos que ofrecía la naturaleza utilizándolos en provecho propio ha sido parte de nuestra historia, y en este mundo rural las plantas han supuesto un innegable recurso. Solemos pensar en los aprovechamientos de las plantas en el ámbito medicinal o alimentario, pero también han supuesto un importante recurso en la construcción. Con este artículo queremos recuperar del olvido un tipo de bioconstrucción efímera asociada al cultivo de cereales conocida como almiares o aneares, cuya grafía exacta desconocemos por tratarse de un término totalmente en desuso. Estos almiares se levantaban para asegurar la conservación de la paja que se obtenía tras la siega del cereal y que tan valiosa resultaba como alimento para los animales.
Foto: Almiar en el jardín botánico © JBA
Su construcción se basaba en el empleo de dos plantas propias y comunes de este territorio: la retama (Retama spaherocarpa) y el esparto (Stipa tenacissima). El proceso se iniciaba acopiando la paja en pilas, a veces de metros de altura, no lejos de donde se obtenía, y se comenzaba a trabajar de abajo hacia arriba disponiendo por filas una especie de coraza realizada apoyando ramas cortadas de retama, giradas y dispuestas boca abajo. La siguiente fila se disponía solapándose sobre la primera y así hasta alcanzar la cumbre. La elección de la retama no era azarosa y evidenciaba el conocimiento que la personas tenían de su entorno: es una planta perenne que produce ramas largas y flexibles que se manejan con comodidad, facilitando enormemente su colocación. Es además una especialista en ambientes semiáridos que reduce la pérdida de agua por los estomas prescindiendo de sus hojas y siendo los tallos los que asumen la función fotosintética; esta ausencia de hojas genera unos tallos sin interrupciones por los que el agua escurre con facilidad y las ramas además se recubren de una sustancia pruinosa que las hace casi impermeables. Resulta la elección perfecta para la función buscada.
Foto: Retama © JBA
Foto: Esparto © JBA
Una vez construida esta especie de coraza, se utilizaba el esparto para fijar las ramas de retama. El esparto ha sido una planta crucial en el mundo rural, con sus hojas majadas o crudas se han trenzado infinidad de utensilios cotidianos que simplificaban la vida. En los almiares, las cuerdas trenzadas de esparto se disponían sobre la estructura formando una malla que evitaba que la retama se desprendiera y se afianzaba en el suelo atando los cabos a piedras dispuestas rodeando la base de la estructura. El corte selectivo de las ramas de retama y el arranque de las hojas del esparto no afectan a las plantas por lo que constituían un recurso sostenible y siempre al alcance de la mano.
Estos almiares podían permanecer en el campo durante años, conservando en su interior la paja a salvo de la lluvia y el sol. A diferencia de molinos y eras de piedra, el carácter efímero y vegetal de estas ingeniosas construcciones desafortunadamente no las ha hecho perdurar hasta hoy. En 2023, con los recuerdos de cuando era niño, Antonio González, compañero del jardín, levantó un pequeño almiar en el Jardín Botánico cuya presencia nos deleita y nos recuerda la dependencia y cohesión que el mundo rural ha mantenido con su entorno natural.
Jardín Botánico El Albardinal
Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul